Cada enero me preparo de un buen arsenal de libros para partir
a la playa por un par de semanas con mis hijas y sus infaltables amigas
invitadas. Los libros son mi especie de armadura frente a este verdadero team de verano formado por ocho adolescentes para quienes las vacaciones
son puro grito y baile –y canturrear Moral Distraída a toda hora- y
mi excusa para resguardar un par de lugares de silencio en la casa –mi pieza y el living- y escapar del desorden constante, el parlante sonando en
la terraza todo el día y el interminable sonido del secador de pelo
cada noche. Los libros también son mi compañía para hacer hora mientras espero
que vuelvan de carretear.
Pero algo pasó este año que me quedé sin libros. Los que había
encargado a Book Depository estaban retenidos en
una bodega de correos y minutos antes de partir a la playa no tenía nada nuevo que leer. Llevaba un tiempo pegada con escritores latinoamericanos
nacidos en los 70 y 80 y sus historias de barrios, boliches y viajes, y de
repente me vi buscando en mi biblioteca algún libro que hubiera quedado rezagado. Y ahí estaba Tierra desacostumbrada (Salamandra, 2010) el
libro de relatos de Jhumpa Lahiri que había comprado hace varios años y que no sé por qué no había
leído.
Demás está decir que el libro me encantó. Relatos bien escritos,
sobrecogedores y simples sobre padres, hijos y
hermanos de inmigrantes bengalíes que viven en Estados Unidos y Europa, con realidades
e identidades muy disímiles y un distinto grado de cercanía o apego a su origen indio. Son historias de familias, de vecinos, de
amantes: cuentos que hablan de los éxitos económicos o académicos de estos inmigrantes -también de pérdidas y grandes dolores-, pero siempre,
aunque sea disimuladamente, del aporte bengalí a la sociedad occidental.
Cuando terminé el libro volví a leer el epígrafe del comienzo, que es una cita tomada de La Aduana de Nathaniel Hawthorne. “La naturaleza humana no dará fruto, al igual
que la patata, si se planta una y otra vez, durante generaciones, en la misma
tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra
desacostumbrada”. La cita queda perfecta si hablamos de
inmigración y de las
ventajas de la multiculturalidad. Pero también si la aplicamos a nuestras
vidas, cuánto más ricas son nuestras conversaciones
cuando estamos sentados en una mesa diversa en edades, sexos, pensamientos. Cuánto más ganamos cuando
salimos de nuestro barrio, de nuestro círculo de conocidos y vemos lo que pasa más allá. Pero es más fácil decirlo que practicarlo. A medida que mis hijos crecen
me cuesta ver que siguen caminos distintos a los que en mi mente les he
trazado. Eligen sus lecturas, sus amigos, y hasta sus vacaciones. “Qué bueno que no siga tus
pasos”, me dice mi amigo Rodri cuando le cuento que el mayor de mis hijos entra a una facultad de periodismo distinta a
donde yo estudié. Y tiene razón, es mejor que cada uno siga
su propio camino, pero cuesta asumirlo cuando eres malaza para los cambios.
Los días están nublados en la playa y las
adolescentes no se pierden noche de discoteque. Busco en esta casa algún otro libro para leer y
encuentro uno que había dejado mi marido en navidad. Muriendo por la dulce
patria mía (Laurel, 2017)
un libro sobre Arturo Godoy, el boxeo chileno e Iquique, tres cosas que no podrían interesarme menos, pero que me cautiva de inmediato. Escrito con maestría por Roberto Castillo, quien aparece como narrador e investigador de una
historia magnífica donde intenta reconstruir la vida del campeón chileno de box a través
de mitos y verdades, cartas, entrevistas, diarios y uno que otro encuentro (como la descabellada comida que tuvo el propio Castillo con el
nonagenario manager de Godoy en su departamento de Nueva York), y que forman un
conjunto gracioso, triste, glorioso y, a mi parecer, muy auténtico de lo que fue el gran Arturo Godoy.
Veo que en Twitter algunos de los que sigo se han puesto
a leer La Divina Comedia siguiendo
una invitación que hizo el ensayista @maurette79 a hacer una lectura,
simultánea y masiva, del famoso libro de Dante Aliguieri. Y aunque no tengo el
libro en la playa, sigo a @autodante que sube un canto al día en Twitter y me uno a esta lectura compartida que comenzó el 1 de enero y que espera terminar con el canto 100 el 10 de abril.
Y pienso
en la frase de Hawthorne y la asocio con la lectura. No hace mal leer, de vez
en cuando, lecturas desacostumbradas. Buscar otras editoriales, leer un clásico de hace 700 años en Twitter, abrirse a
otros escritores. Y después volver a casa con la sensación de haber viajado y
sembrado y entonces, retomar lo tuyo con la cabeza más abierta y leer con felicidad
esa Emma de Jane Austen que habías olvidado en el velador.
Publicado en el blog de Fundación La Fuente el 20 de febrero del 2018 (fundaciónlafuente.cl)
Publicado en el blog de Fundación La Fuente el 20 de febrero del 2018 (fundaciónlafuente.cl)