17 abril 2009

La historia de una historia de una historia


A raíz de mi último post, me escribió una fiel lectora de La Feria de las Vanidades para felicitarme por mi estado de "mujer feliz". Ella, en cambio, había recién terminado con su novio. Decidimos juntarnos a almorzar en la Animal, y ahí, mientras comíamos nuestro quiche de pimentones, me contó los detalles de su ruptura -que claramente me los guardaré-, que son tan escabrosos y a la vez sabrosos que podrían convertirse fácilmente en un buen guión de cine o al menos en un cuento genial. O patético.
Mi amiga no estaba triste, pero tampoco feliz, y frente a lo que me contaba no fui capaz de opinar mucho ni tampoco ser de gran utilidad. Quizás algún día escriba su historia o la de muchas mujeres que han vivido desilusiones iguales. Quizás no. Quizás ella termine escribiendo sobre mí o sobre cualquier cosa más.
Un amigo mío, al que llamaré Steph suele utilizar en sus cuentos cosas que alguna vez le he contado. El nombre de mi nana, el sobrenombre que le puso mi hija a un queque o cualquier tontera similar, pero lo hace con tal encanto que me hace gozar con sus apropiaciones. Yo creo que al escribir aparecen muchas cosas de nuestro inconsciente, pero también las historias que nos llegan, los nombres que se nos pegan, el ritmo que nos contagia en ese momento, el estado de ánimo, alguna lectura o incluso una canción.
Hace unos años participé de un taller literario y me pasaba que mientras escuchaba algún cuento, se me empezaba a aparecer de inmediato la trama para una historia, nada que ver con la que estaban leyendo, pero que me daba el pie para inventar. El otro día, a la salida de mis clases de yoga, me encontré con una antigua compañera de taller y me contó que desde que había dejado las clases nunca más había vuelto a escribir. Me decía que después del taller solía tomarse un traguito con un compañero nuestro y que de las cosas que él le contaba ella sacaba ideas para futuros cuentos. Yo le dije que las ideas podían estar en cualquier lado, no sólo en el Bar Don Rodrigo o en el Catedral, y era cosa de andar con los oídos abiertos.
Quizás escriba la historia de mi amiga. O quizás se la cuente a Steph para que lo haga él. Quizás algún día mi amiga la lea. Y se ría de su historia, y se la lea a sus hijos, a sus nietos o a su futuro amor.

5 comentarios:

Words hurts dijo...

Mire Becky, a mi la literatura me hace daño; no la de los grandes escritores, porque son lejanos y finalmente uno los desconoce, pero lo que escriben mis amigos y cercanos me preocupa. Debería decir que no, que soy capaz de leer lo que escribe una amiga y saber que es ficción, but ¿Que tanto es ficción y que tanto es real? ¿Ese viaje fue realmente así? ¿Hizo eso? ¿Eso opina? ¿Podría ella haber estado con otro? ¿Se esta riendo públicamente de alguien? No se, me falta carrete para leer de manera desprendida y su nuevo post me lleva a las mismas preguntas anteriores, ya que creo que ciertamente lo que la gente escribe es real y no ficción y que la literatura adorna macabramente cosas que pasan o pasaron y que personalmente prefiero a veces no saber.

Steph dijo...

El Taller y Chalán estuvieron increíbles. Gracias Becky. Eres nuestra inspiración.

Becky dijo...

Yo también quedé muy contenta. En especial por verlos tan inspirados y talentosos. Gracias a todos los participantes, y una cordial bienvenida a nuestros nuevos alumnos. Cariños,
B.

Eliana dijo...

Gracias por la bienvenida. Confieso que me sentí un poco anodada por el altísimo nivel del taller, sobretodo yo que escribo entre la peluquería y el café. Debo decir en todo caso que no sólo mi intelecto quedó excitado con esta primera sesión, pues un broncíneo apolo (aunque de escuálido pero núbil trasero y al parecer el integrante free lance del taller) casi se sienta en mis piernas.

Mademoiselle M. dijo...

Queridísima Becky:

Estoy en todo de acuerdo con usted. Le dejo mis más afectuosos saludos. (De paso, bellísima imagen la que ha puesto en este post).

M.