Varna, 23 de diciembre.
Querida Becky:
Jonathan
"...prefiero ser Becky Sharp y un monstruo de la perversidad que ser Amelia y un monstruo de la estupidez". William Somerset Maugham
Varna, 23 de diciembre.
Querida Becky:
Jonathan
Halifax, 18 de diciembre de 2008.
Le escribo esta humilde nota, aprovechando la escasa luz diurna del invierno europeo. Me dirijo hacía Transilvania, en una carrera contra la oscuridad que me tiene deparado el destino, de la cual espero salir victorioso. Que ganas de llamarla Mina, Becky, y ver su fotografía en albúmina en mi reloj de bolsillo, suspirando por la posibilidad de un próximo encuentro, si este existe. Antes de partir, en Londres, tuve la posibilidad de leer su despedida de fin de año, con su familia, desde el mar. No hubiera querido comprometerla con una carta abierta, pero la posibilidad de mi muerte - y la noche eterna – no me ha dejado alternativa.
En caso de que no llegué a verla nuevamente, quiero agradecerle el maravilloso año que pasó. Jamás pensé encontrar un alma que soportara los acantilados agrestes de mi carácter, menos que me amara, siendo yo un simple abogado que comienza su carrera, sin tierras ni títulos. Descubrí, en nuestros encuentros secretos, las virtudes de la mujer que sólo es mía a ratos. No se de donde proviene su fortaleza, me imagino que deben ser sus ancestros celtas, pero la observe levantarse una y otra vez, con los talones desechos y blanca producto de su misteriosa enfermedad, para llevar a su familia hacia delante. Ahora que las beckitas regresan de Oxfordshire y el pequeño Jorge vuelve de Norwich deben de llenarla de orgullo las sendas notas de elogios de los directores de sus respectivos internados. A modo de anécdota; el otro día, luego de la clase de esgrima en el club, escuché a un grupo de importantes hombres de negocios comentar como, cada día, sus hijas se parecen más a usted, y que el futuro les deparará una vida con infinitos e interesantes pretendientes. Me reí secretamente, sabiendo que si se parecen a su madre, serán ellas las forjadoras de su destino, al margen de lo establecido, camino al paraíso que esta destinado a las mujeres independientes y soñadoras.
El tiempo es escaso, querida Becky, por lo que haya destinado parte de su amor a mi persona, me llena de orgullo y me compromete a un esfuerzo mayor para volver de este tortuoso viaje, que espero termine para siempre su extraña palidez y decaimiento.
Por siempre suyo,
Jonathan
P.D. Pienso que mi vida corre peligro en el viaje mismo, el otro día un grupo de supersticiosos gitanos, con extrañas inclinaciones literarias intentaron envenenarme, con un extraño químico que vertieron en mi copa de licor de guinda, que casi me hizo perder el conocimiento y la razón, quizás con oscuros propósitos, poniendo en riesgo la misión que hoy me tiene alejado de usted.
Voy saliendo al paseo del curso de mi niña en la punta del cerro, pero vuelvo, me cambio de ropa, me echo cremita en los pies adoloridos y parto al recital. Nos vemos, Madonna.
PD: Amor, ¿nos juntamos a las 5 en tu local de empanadas?
John Keats
No han sido días tranquilos para la familia de Becky Sharp. Papá Sharp ha estado con mucho trabajo y Becky ha debido multiplicarse para atender a sus hijos mientras la niñera está en el sur. Justo en medio de las pruebas globales –esas terribles pruebas que ponen en los colegios y que obligan a alumnos y madres aplicadas a pasarse varias horas estudiando- se han sucedido muchos eventos, como el nacimiento del primogénito del hermano de Becky y la participación de la familia Sharp en La Bienal de Antigüedades de Las Condes, lo que ha mantenido a Becky y a su familia en un agotador ritmo de vida que seguramente no parará hasta navidad.
Además Becky ha estado muy afanada con un nuevo tema de investigación (para el que debió encargar un par de libros a Buenos Aires) y que cree será un gran reportaje literario, y ha tenido que ir a dejar a sus hijos a más de 20 cumpleaños en el mes (y además comprar los regalos), sin contar las idas a buscar al colegio y los estudios de media tarde, donde por un lado ha debido ingeniárselas para hacer entender a su hijo mayor la multiplicación de fracciones y casi al mismo tiempo tomar un dictado en alemán a su hija segunda sin tener idea de lo que estaba preguntando.
Y en medio de esta intensa semana (donde el matrimonio Sharp vivió entre la luna de miel y el divorcio) nace el primogénito del hermano de Becky -del único hermano hombre, del regalón de mamá y papá- lo que fue como ver nacer a la reencarnación del príncipe heredero, y todos ahí, embobados, fueron testigos del gran suceso (incluidos los niños Sharp que lo tocaron y lo besaron hasta el hartazgo) y de Becky y Mr. Sharp que con los ojos llorosos se emocionaron al ver a este nuevo y precioso miembro de la familia Sharp.
Y al día siguiente, otro evento más: la bienal de antigüedades de Las Condes, donde el marido de Becky participó con un flamante (y controvertido) stand, muy conceptual y limpio, que gustó a laicos y entendidos , menos al hijo mayor de Becky que con lágrimas en los ojos debió confesar que “su papá la había embarrado”, y que no entendía por qué su padre había puesto un solo objeto si tenía tantas cosas lindas para exhibir. Becky, mientras se paseaba por los stands, también pensaba en que a esa hora en la Feria del Libro se estaba presentando el libro de cuentos de Marcelo Lillo -ése que tanto le había gustado-, pero que por su carácter de primera dama no podía ausentarse de la Bienal por muy aburrida que esta estuviera ni menos dejar a su familia sin su apoyo incondicional.
El sábado en la tarde, después de ir a dejar a sus hijos mayores a las casas de sus amigos, Becky se escapó con su hija menor a la Feria del Libro de Santiago que, como todos los años, la decepcionó. Libros de autoayuda y miles de libros infantiles, nada interesante para ella, fue lo que vio. Y aunque no pensaba gastar mucha plata igual terminó comprando una decena de libros para sus hijos lectores –incluso uno que venía con una cuerda de saltar- y que su hija menor empezó a leer en la misma cafetería de la feria mientras Becky observaba a Carolina Brethauer vestida de alta noche a las 7 de la tarde y que luego supo iba a presentar el libro “Sin tetas no hay Paraíso”. Plop.
Y desde la alta cafetería, Becky pudo ver a los escritores que venden en el Chile de hoy: a Guarello, que firmaba un libro sobre fútbol en Ediciones B, a Carla que muy bien sentadita en Planeta esperaba que alguien le hablara o le pasara un libro para firmar, a Rivera Letelier que sí firmaba varios libros, a Mackenna que desde Pehuén mostraba su libro de poesías, mientras Becky se preguntaba: ¿dónde están los escritores de verdad? Pero nadie le respondió. Y con 20 mil pesos menos en el bolsillo (que al parecer le penaron todo el fin de semana), salió de esta seudo feria literaria a buscar a su marido y a sus hijos y llevarlos a comer mariscos al barrio Brasil.
Pero tanto ajetreo le pasó la cuenta a la bella Becky, y al día siguiente ya no se podía los pies. Como todos estaban ávidos de panoramas y ella muy cansada para cocinar y pasear, decidió inventar un panorama que le permitiera descansar y comer, sin tener que gastar: un picnic en plena ciudad. Y partieron con manteles, copas y platos, su buena botella de Merlot, empanadas de pino calientes y helados Fragola en el cooler, a hacer un muy cool picnic en el Parque de las Esculturas. Y mientras los niños corrían por el lugar, se dio el tiempo de dormir una buena siesta bajo los árboles, a pata pelada, y con la boca pegote de tanto comer pie de limón y helado de frutos del bosque. Y ahí, rodeada de esculturas y niños, acompañada de su querido esposo, logró dejar atrás los ajetreos de la semana y olvidarse por un rato del trabajo, las tareas y los miles de quehaceres. Con el ánimo en las nubes, llegó a su casa en la tarde, descansada y feliz, y con fuerza para otra nueva semana de pruebas globales, dentistas, turnos e idas a dejar a cumpleaños.
En 1845 el escritor y naturalista norteamericano Henry David Thoreau abandonó su vida en la ciudad para vivir por dos años en una cabaña en el bosque de Walden, en Concord, Massachusetts. De su experiencia en el lugar escribió Walden, la vida en los bosques, un libro que ha inspirado por décadas a naturalistas y ecologistas, y que hoy ‑150 años después de su publicación- es estudiado en Harvard y en la Universidad de Boston como prueba para demostrar el problema del cambio climático.
Según señala el artículo que apareció en el New York Times esta semana (“Thoreau es descubierto como climatólogo”), las notas que usó el escritor para su libro ‑donde describía dónde y en qué época florecían las plantas en Concord, entre otras cosas- están siendo usadas por investigadores de estas universidades para entender los patrones de crecimiento de las plantas de la zona. Y las conclusiones han sido claras: las especies comunes han florecido este año siete días antes que en los tiempos de Thoreau, y, lo que es más grave aún, un 27% de las especies documentadas por el naturalista ‑entre las que están lirios, iris, orquídeas y mentas- han desaparecido de Concord y un 36% de ellas están presentes en tan pequeño número que se teme su pronta extinción.
Según Richard B. Primack, biólogo de la Universidad de Boston, de las 21 especies de orquídeas que Thoreau observó en Concord, “sólo se pudo encontrar siete”. Además las minuciosas notas de Thoreau han sido usadas para comprobar cómo ha variado el patrón de migración de los pájaros de la zona de Massachusetts a raíz del cambio climático y cómo este cambio ha repercutido en la población de insectos del lugar. Los científicos involucrados en esta investigación sólo tienen palabras de agradecimiento al trabajo realizado por Henry David Thoreau en sus notas escritas hace 150 años atrás, y destacan lo importante que es preservar y revisar los registros de nuestros antiguos naturalistas y de lo valioso que es el simple hecho de mirar el paisaje y escribir lo que se ve ahí. Como para tener en cuenta la sugerencia.
Amigos, siento tener abandonado este blog, pero he estado metida en mil y un quehaceres. Por mientras les dejo una hilarante entrevista que le hicieron al senador Fernando Flores hace un tiempo, y que me acaba de mandar mi amigo Diego Lira por e-mail. Nada personal, senador Flores, por favor no se vaya a enojar conmigo también.
Querida Becky:Le agradezco que por trece años me haya compartido con sus amantes yadmiradores ocasionales. Me hubiera gustado ser el único, pero prefieroluchar por usted día a día, conquistarla todo el tiempo, acordarme que nadaen la vida es gratuito, menos el amor. Y aunque a veces he sufrido por sucarácter rebelde y sus continuas infidelidades estas me han enseñado quetambién prefiero a Becky Sharp un monstruo de la perversidad que a Amelia unmonstruo de la estupidez.Siempre suyo,Su amante y admirador secreto..
Es sabido que cuando un tercero se entromete en una relación, las cosas no terminan bien. Lo hemos visto en las películas, en los libros y, por supuesto, en la vida real. El viernes llegaron al mini taller dos cuentos que hablaban de relaciones de a tres. El primero -escrito por Random- trataba de tres amigos que luego de tres años se juntan en un departamento (de número 0303) a mantener un trío (al parecer sexual), mientras el segundo cuento -escrito por el novato Diego Lira- narraba la historia de una pareja que vivía con un tercero -no presente- en el medio, como el vestigio de un pasado que se negaba a desaparecer. Y aunque los dos cuentos no terminaban en drama ni en dolor dejaban abierta la historia a un final que, de seguro, no terminaría bien.
Como la película Wings of the dove que vi esta tarde, después de un excelente almuerzo dominical. La historia, basada en la novela de Henry James, hablaba de una pareja de enamorados y de cómo un tercero llega a cambiar los planes de amor y felicidad que ellos tenían preparados. La historia, maravillosa, (Henry James es Henry James, nada que hacerle) y los personajes muy bien delineados en sus virtudes y defectos, en especial el papel de Helena Bonham Carter que hace de Kate Croy un personaje inolvidable. Una historia linda, triste e intensa, pero muy recomendable. (Se puede arrendar en Bazuca, subtitulada, o en Blockbuster sin traducción). Como para darle una vuelta de tuerca.
(Para Mademoiselle M., para que no se desencante del amor, un artículo que escribí hace un buen tiempo).
Fueron sus modelos, sus amantes, sus mecenas, pero por sobre todo sus musas: mujeres que inspiraron a grandes artistas por su belleza, su manera de posar o por tener algo especial, y que hoy encontramos retratadas en los mejores museos del mundo.
“Las musas son mujeres” escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo, y la historia del arte está llena de ellas. Mujeres que inspiraron a grandes artistas y de paso formaron parte de sus vidas. Musas que hoy aparecen retratadas en los mejores museos del mundo, aunque su nombre no aparezca en ningún cartel. No son las reinas ni las nobles pintadas por encargo, ni la anónima transeúnte que atrae de paso a algún pintor: las musas fueron elegidas por el artista, quizás por su belleza, su manera de posar o por tener algo especial, y fueron inmortalizadas más de una vez en la tela, convirtiéndose en protagonistas de sus obras, y así también de sus vidas. En 1870 James Jacques Tissot conoce a la bella Kathleen Newton, una irlandesa divorciada y con un pasado escandaloso, que de inmediato se convirtió en su adorada modelo, musa y amante. El pintor retrató al gran amor de su vida en más de una veintena de cuadros, y siguió obsesionado con ella aún después de su temprana muerte. Tissot nunca volvió a ser él mismo y tras su partida, se volcó al espiritualismo -incluso intentó contactarse con ella en el más allá- y se dedicó a pintar ilustraciones de la Biblia, abandonando para siempre la pintura.
Pero no todas las musas fueron los grandes amores de sus artistas. Algunas eran sus amantes de turno, otras, modelos contratadas que terminaron con algún grado de intimidad, y algunas, de frentón, prostitutas, que pasaron de la calle al taller de un pintor. En la era victoriana, por ejemplo, como posar era considerado un trabajo inmoral, los Prerafaelistas, famosos por sus retratos a bellas mujeres, debieron barrer las calles para encontrar inspiración. Así fue como algunas trabajadoras de clase baja y niñas de vida fácil pasaron a ser sus modelos o stunners, como las llamó Dante Gabriel Rossetti, mujeres agradables de pintar, que no tenían problemas para posar y que representaban el ideal de belleza de la época. Para los Prerafaelistas era esencial que sus musas fueran bellas, que tuvieran una linda cara, grandes ojos y el cuello largo, y que por supuesto, lucieran cabellos largos y ondulados, símbolo de libertad sexual para los victorianos. Hoy son conocidos en todo el mundo los retratos que hicieron de Lizzie Siddal, Jane Burden, Fanny Conforth y Annie Miller, aunque sus vidas no alcanzaron jamás la misma notoriedad.
Stunners
Para una mujer bella de clase baja, convertirse en la stunner de un Prerafaelista podía ser una gran oportunidad. Se pagaba mejor que ser criada, era menos indecoroso que dedicarse a la prostitución, y se podía acceder a una clase superior. Una que supo aprovechar esta condición fue la bella Jane Burden, que conquistó a dos grandes artistas de la era victoriana, el escritor William Morris, con quien se casó y tuvo dos hijas, y el pintor Dante Gabriel Rossetti, del que fue su musa y amante favorita. De origen extremadamente pobre, Jane Burden fue descrita por William Rossetti como “trágica, mística, calmada, bella y graciosa, un rostro para un escultor y un rostro para un pintor”, y por eso apenas su hermano Dante Gabriel la conoció, la convirtió en su modelo y enamorada. Aunque no era una belleza convencional –era morena, alta y delgada, de cejas y cabellos muy oscuros-, la Burden tenía un aire de misterio y una presencia, que de inmediato atrajo al casado Rossetti. Y también a William Morris, quien la pintó sólo una vez (“no puedo pintarte, porque te amo”), y con quien se casó en 1860. Frente a los ojos de su marido, Jane mantendrá una intensa relación amorosa con Dante Gabriel Rossetti, que durará varios años, y dejará más de cien retratos como prueba. Entre otras diosas y heroínas, Jane Burden será Pandora, La Pia de’Tolomei, Astarte y Proserpine, la diosa que se condena por comer del fruto prohibido, una sutil referencia al propio matrimonio de la Burden con William Morris.
Pero Jane Burden no fue la única musa de Rossetti. Antes de ella, estuvo Alexa Wilding, Marie Ford y Fanny Cornforth, una vulgar prostituta que por años fue su modelo favorita y amante y, más tarde, su ama de llaves. Fanny era ruidosa, gritona y hablaba con un marcado dialecto de la calle, su figura era voluptuosa y su pelo escandalosamente naranjo, tal como aparece retratada en The Blue Bower, uno de los tantos cuadros que Rossetti pintó de ella. Para el pintor, Fanny representaba su visión del encanto carnal y la sensualidad, en contraste a su esposa, la frágil y pálida Elizabeth Siddal, epítome de la femeneidad y la melancolía, y musa indiscutida de los prerafaelistas.
Descrita por William Rossetti como “la más bella, con un aire entre dignidad y dulzura”, Lizzie Siddal trabajaba en una sombrerería cuando fue descubierta por William Holman Hunt, John Everett Millais y Dante Gabriel Rossetti, quienes, encandilados por sus grandes ojos y su largo pelo castaño, de inmediato, la contrataron de modelo. El primer cuadro famoso en que apareció la Siddal fue Ophelia, de Millais, para el que debió posar por horas sumergida en una tina llena de agua helada, lo que la dejó con una grave neumonía de por vida. Poco tiempo después, la relación entre Rossetti y Elizabeth Siddal pasó a otro plano y el pintor la monopolizó como modelo y amante por varios años, hasta que en 1860 se casó con ella. Rossetti se obsesionará tal punto con Lizzie Siddal que la imaginará como la Beatrice del Dante, y su amor como algo puro e inalcanzable. El artista la pintará en muchas ocasiones, lánguida, enferma, pero siempre bella, y la alentará para que se dedique a la pintura y la prosa, aunque la Siddal sucumbirá a una misteriosa enfermedad. En 1862 la triste Elizabeth Siddal se suicida con una sobredosis de láudano, poniendo fin al dolor de cuerpo y a un matrimonio infeliz, a causa de las continuas infidelidades de Rossetti. Beata Beatrix fue el homenaje póstumo del artista a su mujer, una de las más grandes y trágicas obras del siglo XIX, donde aparece la Siddal moribunda, en su paso de la tierra al cielo.
Muchos victorianos trataron de moldear a sus stunners para convertirlas en mujeres “ideales”. Como en el mito de Pigmalión que esculpió a Galatea de un pedazo de piedra, los prerafaelistas, para glorificarse, crearon femmes fatales, heroínas, víctimas y santas, de simples mujeres de la calle. Frederick Leighton incluso se convirtió en el benefactor de su modelo favorita, Ada Alice Pullan, más tarde conocida como Dorothy Dene, una pobre huérfana, a quien el pintor rescató y educó, y más tarde promovió en su carrera de actriz. La Dene fue la musa de los últimos y más celebrados cuadros de Leighton, incluyendo Flaming June, Clytie y El Baño de Phyche, y se dice que la relación de ambos inspiró años después a George Bernard Shaw para su obra Pigmalión.
Modelos y Amantes
Para todo artista lo esencial en una modelo es su manera de posar. De ahí la fascinación que sintió George Romney por Emma Hart, una atractiva y ambiciosa cortesana, que bien supo sacar partido a su innato talento actoral. Como todos los retratistas ingleses del siglo dieciocho, Romney buscó representar el orgullo, la rabia, el amor, la envidia y el miedo, y encontró en Emma Hart a su musa ideal: una modelo con una belleza especial y una extraordinaria habilidad para representar desde Santa Cecilia a una bacante, desde Circe a la Miranda de Shakespeare. Entre 1782 y 1786, Emma posó para Romney más de 100 veces, y llegó a tal punto la obsesión del pintor por su musa, que se le hacía muy difícil pintar a otras mujeres y cumplir con los retratos que le encargaban. Otro pintor que se obsesionó con su modelo fue Jules Pascin, el artista vividor de Montparnasse que debe rogarle a Lucy para que vuelva a posar: “he comenzado un cuadro, la modelo no está mal pero estoy demasiado acostumbrado a trabajar contigo como para poder hacer algo bueno sin tus visitas. Ven a verme para que pueda dejar de beber”.
En 1861 James Whistler conoce a Joanna Hiffernan, una modelo irlandesa de intensos cabellos cobrizos, que de inmediato contrata para su obra Wapping. En una carta del pintor a su colega Fantin Latour, Whistler detalla lo difícil que ha sido pintarla y la belleza de su modelo: “¡Ella tiene el cabello más hermoso que hayas visto jamás! Rojo, no dorado, pero cobre –como veneciana, como un sueño- la piel blanca dorada o amarilla si quieres- y con la expresión maravillosa que antes te describí”. Joanna será la modelo de sus obras más famosas, The White Girl, The Golden Screen y The Little White Girl, y su amante por 6 años. Whistler presentará a la Hiffernan a su amigo Courbet, quien, maravillado por su belleza, la retratará en The Beautiful Irish Girl, y más tarde en Sleepers, donde Joanna posó desnuda, un hecho que puede haber contribuido a que Whistler la dejara. Como Joanna Hiffernan, fueron muchas las modelos que pasaron a ser amantes de sus pintores. Está el caso de Camille Doncieaux y Monet, de Aline Charigot y Renoir, de Hortense Fiquet y Cezanne. Y también está el caso inverso, el de artistas que transformaron a sus amantes en sus modelos y musas, como ocurrió con Klimt y la diseñadora Emilie Flöge, con Schiele y la adolescente Wally Neuzil, y con Seurat y Madeleine Knobloch, a quien el pintor retrató en muchas ocasiones y hasta dedicó un simbólico retrato de boda (Young Woman Powdering Herself), aunque nunca se casó con ella.
Pero también existieron modelos que sólo posaron para sus artistas, y no se involucraron sentimentalmente con ellos. Un caso que hizo noticia hace pocos años atrás fue el de Andrew Wyeth y su modelo Helga Testorf, una enfermera alemana a quien el pintor retrató en más de 200 cuadros durante 1971 y 1985, a escondidas de todo el mundo, incluso de su esposa Betsy. Wyeth pintó a Helga desnuda y vestida, al interior y al exterior y en distintas épocas del año, y sólo dio a conocer estos retratos cuando los tuvo todos terminados. La colección muestra la evolución de la modelo, desde una extraña a una conocida, y luego a una amiga, y aunque nunca antes había posado para un artista, la Testorf disfrutó las largas horas modelando, y Wyeth la describió como “la modelo más perfecta...posaba sin parar”.
Musas
Entre todas las mujeres que destacaron en el París de la Belle Epoque hay una que indiscutiblemente merece el apelativo de musa: la polaca Marie Godebsca, más tarde conocida como Misia Sert. Famosa en los círculos literarios y artísticos de la época, Misia sobresalió por su belleza, su elegancia y su talento musical, pero sobre todo por ser la inspiradora de pintores como Renoir, Toulouse-Lautrec, Bonnard y Vuillard y de poetas como Verlaine y Mallarmé. Casada tres veces, esta “femme pour impressionistes” como la llamó Cocteau no fue sólo musa y amiga de los artistas sino también mecena de Diaguilev y Ravel, además de inspirar a Proust para el personaje de Mme. Verdurin en En Busca del Tiempo Perdido. Otra musa de esa época fue la chilena Eugenia Huici de Errázuriz, que al igual que su amiga Misia Sert, también fue mecena e inspiración de algunos artistas. Casada con el pintor José Tomás Errázuriz, la bella Eugenia vivió toda su vida en Europa, donde posó para Boldini, Helleu, Orpen, Sargent y Augustus John, entre otros, y tuvo un ojo privilegiado para reconocer nuevos artistas y manejar la carrera de Picasso.
Pero si hablamos de musas-mecenas no podemos dejar de nombrar a la más llamativa y excéntrica de todas, la mítica Marchesa Luisa Casati, que deslumbró en la sociedad europea durante las primeras tres décadas del siglo XX. Nacida en Milán en 1881, Luisa Casati era una mujer flaquísima, de grandes ojos verdes y corto pelo negro, que heredó de joven una fortuna cuantiosa, que no tardó en dilapidar entre sus muchas excentricidades. Sus casas en Venecia y París eran escenario para las fiestas más escandalosas y se dice que la atendían sirvientes desnudos vestidos sólo con hojas doradas; como collares usaba serpientes vivas y se paseaba en las noches venecianas acompañada por panteras amarradas con correas de brillantes. Pero sin duda su excentricidad más valiosa fue convertirse en musa de muchos artistas y una de las mujeres más representadas de la historia. Con su idea de convertirse en una “obra de arte viva”, la Casati fue retratada por Boldini, Augustus John, Van Dongen e Ignacio Zuluaga; dibujada por Drian, Martini y Alastair; esculpida por Balla, Barjansky y Epstein, y fotografiada por Man Ray, Beaton y de Mayer. Fue musa de los futuristas italianos y su ropa se la diseñaban Fortuny y Erté, usaba joyas de Lalique e inspiró el famoso diseño Pantera de Cartier. A todos estos artistas ayudó con dinero, influencias e ideas, como una leal mecena o como un ícono de inspiración. De algunos fue amante, de otros sólo modelo, pero para todos fue una musa extraordinaria, que aún después de su muerte ha seguido inspirando con su inimitable estilo a diseñadores como John Galliano, Karl Lagerfeld e Yves Saint Laurent.