24 septiembre 2008

El viaje de Becky a USA

Así como mis hijos llevaron a pasear las poleras de manga larga y los pantalones, yo llevé a pasear mi libro La Piedra Lunar durante mis recientes vacaciones a USA. Porque entre tanto parque de diversiones -saliendo a las 9 de la mañana y regresando a las 9 de la noche-, entre los altos grados de temperatura, la intensa humedad y el inquieto grupo que me acompañaba, apenas tuve tiempo de mirarme en el espejo cada mañana o sentarme a descansar al atardecer. Pero ya tendré tiempo de ponerme al día con la lectura, en cambio Disney no podía esperar.

El viaje estaba programado hace un tiempo, y era una invitación que no podía rechazar. Ir a Disney y Miami con todo pagado (con todo, hasta las compras) era una propuesta muy generosa, y claramente no la iba a dejar pasar. Y así fue como me embarqué con toda mi familia rumbo a la tierra de las oportunidades, con mis niños llenos de ilusiones y deseos, con pocas maletas y un libro que pretendía leer. La llegada a Orlando fue agotadora, después de un vuelo Santiago-Miami en clase económica, que para una mujer de piernas largas como las mías y un metro ochenta de altura, es un viaje tan extremo como ir a África o Nepal. Con la espalda adolorida y los pies hinchados llegué al hotel en Orlando, que era un verdadero oasis dentro de esta no muy linda ciudad. El lugar tenía animales paseando por el jardín (jirafas, cebras y flamencos, entre otros) y una inmensa piscina (muy gringa) que usamos cada noche después de nuestras intensas visitas a Magic y Animal Kingdom, Epcot, Tresure Island, Mgm y no sé cuántos lugares más. Las visitas a los parques fueron muy entretenidas y terminé subiéndome a cada montaña rusa del lugar (las cosas que uno hace por sus hijos, ¿no?), haciendo guerra de agua para paliar el calor, mojándome el pelo en chorros y piletas, gritando en cada subida y bajada de la Montaña Everest y comiéndome todas las barras de helado de frutilla que encontré en el camino.

Y aunque es un cliché es cierto que en Disney uno vuelve a sentirse niño por un momento, y cada lugar está pensado en que los menores lo pasen bien. El único problema con esto es que la comida sólo está dedicada al gusto supuestamente infantil y es muy dicícil encontrar cosas sanas o ricas para comer. Por lo menos a mí, que soy enemiga de la grasa y la fritura, me fue imposible comer dentro de Orlando (no sólo en los parques temáticos, sino en todo Orlando) porque en esta ciudad hasta las ensaladas las llenan de aderezos grasosos, ajo y mayonesa que como una gruesa capa de lava inunda y perturba hasta a la más inocente lechuga. Lo mismo me ocurrió cada día a la hora del desayuno donde, en un inmenso buffet, lleno de carnes, tocino,, huevos y miles de tipos de queques, muffins y croissants, era imposible encontrar un yogurt descremado, una leche sin grasa o un pan integral. Por suerte siempre había fruta y café, o si no mi hambre hubiera sido descomunal. 

Y después se quejan en Estados Unidos del problema que tienen con la obesidad, si toda la comida la preparan con grasa, extra mantequilla, extra hamburguesa y luego te pasan los postres bañados en salsa, crema y chocolates por alrededor. Orlando, una ciudad definitivamente fat-friendly, les ofrece a sus visitantes comida chatarra por doquier y libre acceso a los gordos para que se paseen en sus motos eléctricas por todas partes. Así uno puede verlos todo el rato paseando por el lobby del hotel, en el ascensor o haciendo la fila para la montaña rusa más empinada, con sus motos eléctricas y su hot dog en la mano, expediendo olor a aderezo gringo, y con sus caras nada felices mirando al más allá. No quiero que me tilden de gordofóbica, pero ciertamente no es un espectáculo digno de ver cada día ni tampoco una linda imagen para nuestros hijos, que horrorizados, vieron en carne propia los riesgos que se esconden tras las papas fritas, las hamburguesas y el tocino quemado.

En Miami el panorama gastronómico y visual ciertamente mejoró. Con mis pies cansados y agotada de los parques de entretenciones y de tanta montaña rusa, esos días en la ciudad de Julio Iglesias fueron un verdadero bálsamo reponedor. Y aunque debería haber hecho compras (ahora me arrepiento de haber comprado "casi nada"), mi cuerpo pedía sol y tranquilidad, así que esos días en el hotel The Palms los dediqué a bañarme en el mar (delicioso, no como nuestro gélido Pacífico), a dormir bajo mi gran sombrero de paja negro y a comer cocktails de camarones y tomar Piña Colada. Mis niños también agradecieron este relax post Disney y se encantaron con este mar tibio donde podían bañarse por horas y donde no corrían el riesgo de ahogarse o morir de congelación.

La única salida de noche que hice en Miami (con niños no es muy fácil salir a carretear, o si no recuerden el caso Maddie) fue a un asado dieciochero en la casa de un famoso animador. Y como mi curiosidad era tan grande no pude rehusarme a ir a pleno Indian Creek Island (donde viven las estrellas en Miami) a compartir con la familia de don Francisco y un reducido grupo de chilenos que viven allá. De la farándula nacional debo contar que estaba Petaccia con su novia Fernanda Hansen y toda la familia Kreutzberger, aunque yo me dediqué a conversar toda la noche con un par de simpáticas judías -una cubana y una peruana- cultísimas y divertidas, con las que hablé hasta por los codos, y que me dieron los mejores datos de cremas, ácidos glicólicos y cosmetólogos top (que tendré que visitar en mi siguiente viaje a Miami), y que con sus inmensos solitarios de brillante, me hicieron recordar mi libro, La Piedra Lunar, que esperaba al fondo de la maleta entre las compras de Urban, XXI y Gap.


11 septiembre 2008

Becky y el Diván

Anoche mientras comía con unos amigos, Stephen contó que para este 18 lo habían invitado a una fonda en Colina. ¿Quién te invitó?, le pregunté. "Mi sicóloga", respondió. Porque claro, su sicóloga ya se ha convertido en casi una amiga para él. Y mientras comentábamos en lo singular que era salir con tu sicóloga o incluirla en tu vida, yo me acordé de un episodio que pensé había borrado de mi biografía. Fue hace muchos años, cuando tenía 18 y me encontraba un poco abatida por  la vida. Entonces mi madre, en un arranque de genialidad, me sugirió que fuera a un sicólogo que le habían recomendado. Yo nunca había ido a uno -ni siquiera a los del colegio- y me pareció interesante ver en qué podría ayudarme este hombre a salir de mi estado de melancolía. Y partí a verlo a su oficina en Providencia.

El hombre -cuyo nombre nunca olvidaré-, era un personaje bastante conocido, de los que salen en la televisión, y aunque era sicólogo, tenía como especialidad la sexología. Apenas me senté en el sillón me puse a jugar con un mini jardín zen que tenía sobre una mesa, y él comenzó a preguntarme por mi vida. Le conté que estaba triste, melancólica, abatida, pero a él eso parecía no interesarle porque lo único que me preguntaba era por mi vida sexual. En ese entonces yo era virgen así que no tenía mucho que hablar sobre el tema, pero él seguía insistiendo en el asunto hasta incluso llegar a sugerirme que mi virginidad tenía un origen medio edípico por mi amor hacia mi papá.

El hombre era bastante morboso y lo único que quería era que yo le hablara de sexo, de besos, atraques, tocaciones. Incluso él mismo se ponía de ejemplo y me contaba de las muchas veces que le había sido infiel a su mujer ("algo muy normal, ¿sabés") y yo hermética mirando el vacío y con el secreto temor de que este hombre terminara violándome en la camilla del lugar. Para la segunda sesión, y para distraerlo del tema sexual, decidí desviar la conversación hacia otra cosa, y no encontré nada mejor que contarle sobre mis amigas y mis panoramas de fin de semana, que en ese entonces consistían en pasarme la noche conversando unas piscolas con mis amigas en el 777 de la Alameda, y después partir en taxi a una vieja casa de fiestas en Portugal con Diez de Julio. Un panorama que yo encontraba de lo más normal. 

Pero al parecer al sicólogo no le pareció lo mismo, porque cuando a la tercera sesión no aparecí en la consulta, no encontró nada mejor que llamar a mi madre por teléfono y pedirle que me obligara a volver, porque encontraba que yo tomaba mucho y que tenía conductas muy temerarias como "ir al centro de noche". Cuando mi mamá me contó de la llamada, yo casi me caí del asombro. El sicólogo no sólo era un sexópata morboso, además era un sapo que se pasaba por alto el llamado "secreto profesional". Y aunque mi madre me creyó a mí y no a él, hasta el día de hoy no he podido superar mi desconfianza hacia los sicólogos, y sigo pensando que la mejor oreja es un buen amigo o la almohada, o por último escribir tus problemas en un papel y echarlos a volar. 

07 septiembre 2008

Wings of the Dove


Es sabido que cuando un  tercero se entromete en una relación, las cosas no terminan bien. Lo hemos visto en las películas, en los libros y, por supuesto, en la vida real. El viernes llegaron al mini taller dos cuentos que hablaban de relaciones de a tres. El primero -escrito por Random- trataba de tres amigos que luego de tres años se juntan en un departamento (de número 0303) a mantener un trío (al parecer sexual), mientras el segundo cuento -escrito por el novato Diego Lira- narraba la historia de una pareja que vivía con un tercero -no presente- en el medio, como el vestigio de un pasado que se negaba a desaparecer. Y aunque los dos cuentos no terminaban en drama ni en dolor dejaban abierta la historia a un final que, de seguro, no terminaría bien.

Como la película Wings of the dove que vi esta tarde, después de un excelente almuerzo dominical. La historia, basada en la novela de Henry James, hablaba de una pareja de enamorados y de cómo un tercero llega a cambiar los planes de amor y felicidad que ellos tenían preparados. La historia, maravillosa, (Henry James es Henry James, nada que hacerle) y los personajes muy bien delineados en sus virtudes y defectos, en especial el papel de Helena Bonham Carter que hace de Kate Croy un personaje inolvidable. Una historia linda, triste e intensa, pero muy recomendable. (Se puede arrendar en Bazuca, subtitulada, o en Blockbuster sin traducción). Como para darle una vuelta de tuerca.

04 septiembre 2008

De Orgullo y Prejuicio


"¿Cómo empezó todo?" le dijo. "Comprendo que una vez en el camino siguieras adelante, pero ¿cuál fue el primer momento en el que te gusté?"

"No puedo concretar la hora, ni el sitio, ni la mirada, ni las palabras que pusieron los cimientos de mi amor. Hace bastante tiempo. Estaba ya medio enamorado de ti antes de saber que te quería."

"Pues mi belleza bien poco te conmovió. Y en lo que se refiere a mis modales contigo, lindaban con la grosería. Nunca te hablaba más que para molestarte. Sé franco: ¿me admiraste por mi impertinencia?"

"Por tu vigor y por tu inteligencia."





(Ayer me mandaron este diálogo por e-mail y no puedo dejar de publicarlo. Gracias, Darcy, por el regalo)

02 septiembre 2008

Las Musas y Sus Artistas

(Para Mademoiselle M., para que no se desencante del amor, un artículo que escribí hace un buen tiempo).


Fueron sus modelos, sus amantes, sus mecenas, pero por sobre todo sus musas: mujeres que inspiraron a grandes artistas por su belleza, su manera de posar o por tener algo especial, y que hoy encontramos retratadas en los mejores museos del mundo.


Las musas son mujeres” escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo, y la historia del arte está llena de ellas. Mujeres que inspiraron a grandes artistas y de paso formaron parte de sus vidas. Musas que hoy aparecen retratadas en los mejores museos del mundo, aunque su nombre no aparezca en ningún cartel. No son las reinas ni las nobles pintadas por encargo, ni la anónima transeúnte que atrae de paso a algún pintor: las musas fueron elegidas por el artista, quizás por su belleza, su manera de posar o por tener algo especial, y fueron inmortalizadas más de una vez en la tela, convirtiéndose en protagonistas de sus obras, y así también de sus vidas. En 1870 James Jacques Tissot conoce a la bella Kathleen Newton, una irlandesa divorciada y con un pasado escandaloso, que de inmediato se convirtió en su adorada modelo, musa y amante. El pintor retrató al gran amor de su vida en más de una veintena de cuadros, y siguió obsesionado con ella aún después de su temprana muerte. Tissot nunca volvió a ser él mismo y tras su partida, se volcó al espiritualismo -incluso intentó contactarse con ella en el más allá- y se dedicó a pintar ilustraciones de la Biblia, abandonando para siempre la pintura.


Pero no todas las musas fueron los grandes amores de sus artistas. Algunas eran sus amantes de turno, otras, modelos contratadas que terminaron con algún grado de intimidad, y algunas, de frentón, prostitutas, que pasaron de la calle al taller de un pintor. En la era victoriana, por ejemplo, como posar era considerado un trabajo inmoral, los Prerafaelistas, famosos por sus retratos a bellas mujeres, debieron barrer las calles para encontrar inspiración. Así fue como algunas trabajadoras de clase baja y niñas de vida fácil pasaron a ser sus modelos o stunners, como las llamó Dante Gabriel Rossetti, mujeres agradables de pintar, que no tenían problemas para posar y que representaban el ideal de belleza de la época. Para los Prerafaelistas era esencial que sus musas fueran bellas, que tuvieran una linda cara, grandes ojos y el cuello largo, y que por supuesto, lucieran cabellos largos y ondulados, símbolo de libertad sexual para los victorianos. Hoy son conocidos en todo el mundo los retratos que hicieron de Lizzie Siddal, Jane Burden, Fanny Conforth y Annie Miller, aunque sus vidas no alcanzaron jamás la misma notoriedad.


Stunners


Para una mujer bella de clase baja, convertirse en la stunner de un Prerafaelista podía ser una gran oportunidad. Se pagaba mejor que ser criada, era menos indecoroso que dedicarse a la prostitución, y se podía acceder a una clase superior. Una que supo aprovechar esta condición fue la bella Jane Burden, que conquistó a dos grandes artistas de la era victoriana, el escritor William Morris, con quien se casó y tuvo dos hijas, y el pintor Dante Gabriel Rossetti, del que fue su musa y amante favorita. De origen extremadamente pobre, Jane Burden fue descrita por William Rossetti como “trágica, mística, calmada, bella y graciosa, un rostro para un escultor y un rostro para un pintor”, y por eso apenas su hermano Dante Gabriel la conoció, la convirtió en su modelo y enamorada. Aunque no era una belleza convencional –era morena, alta y delgada, de cejas y cabellos muy oscuros-, la Burden tenía un aire de misterio y una presencia, que de inmediato atrajo al casado Rossetti. Y también a William Morris, quien la pintó sólo una vez (“no puedo pintarte, porque te amo”), y con quien se casó en 1860. Frente a los ojos de su marido, Jane mantendrá una intensa relación amorosa con Dante Gabriel Rossetti, que durará varios años, y dejará más de cien retratos como prueba. Entre otras diosas y heroínas, Jane Burden será Pandora, La Pia de’Tolomei, Astarte y Proserpine, la diosa que se condena por comer del fruto prohibido, una sutil referencia al propio matrimonio de la Burden con William Morris.


Pero Jane Burden no fue la única musa de Rossetti. Antes de ella, estuvo Alexa Wilding, Marie Ford y Fanny Cornforth, una vulgar prostituta que por años fue su modelo favorita y amante y, más tarde, su ama de llaves. Fanny era ruidosa, gritona y hablaba con un marcado dialecto de la calle, su figura era voluptuosa y su pelo escandalosamente naranjo, tal como aparece retratada en The Blue Bower, uno de los tantos cuadros que Rossetti pintó de ella. Para el pintor, Fanny representaba su visión del encanto carnal y la sensualidad, en contraste a su esposa, la frágil y pálida Elizabeth Siddal, epítome de la femeneidad y la melancolía, y musa indiscutida de los prerafaelistas.


Descrita por William Rossetti como “la más bella, con un aire entre dignidad y dulzura”, Lizzie Siddal trabajaba en una sombrerería cuando fue descubierta por William Holman Hunt, John Everett Millais y Dante Gabriel Rossetti, quienes, encandilados por sus grandes ojos y su largo pelo castaño, de inmediato, la contrataron de modelo. El primer cuadro famoso en que apareció la Siddal fue Ophelia, de Millais, para el que debió posar por horas sumergida en una tina llena de agua helada, lo que la dejó con una grave neumonía de por vida. Poco tiempo después, la relación entre Rossetti y Elizabeth Siddal pasó a otro plano y el pintor la monopolizó como modelo y amante por varios años, hasta que en 1860 se casó con ella. Rossetti se obsesionará tal punto con Lizzie Siddal que la imaginará como la Beatrice del Dante, y su amor como algo puro e inalcanzable. El artista la pintará en muchas ocasiones, lánguida, enferma, pero siempre bella, y la alentará para que se dedique a la pintura y la prosa, aunque la Siddal sucumbirá a una misteriosa enfermedad. En 1862 la triste Elizabeth Siddal se suicida con una sobredosis de láudano, poniendo fin al dolor de cuerpo y a un matrimonio infeliz, a causa de las continuas infidelidades de Rossetti. Beata Beatrix fue el homenaje póstumo del artista a su mujer, una de las más grandes y trágicas obras del siglo XIX, donde aparece la Siddal moribunda, en su paso de la tierra al cielo.


Muchos victorianos trataron de moldear a sus stunners para convertirlas en mujeres “ideales”. Como en el mito de Pigmalión que esculpió a Galatea de un pedazo de piedra, los prerafaelistas, para glorificarse, crearon femmes fatales, heroínas, víctimas y santas, de simples mujeres de la calle. Frederick Leighton incluso se convirtió en el benefactor de su modelo favorita, Ada Alice Pullan, más tarde conocida como Dorothy Dene, una pobre huérfana, a quien el pintor rescató y educó, y más tarde promovió en su carrera de actriz. La Dene fue la musa de los últimos y más celebrados cuadros de Leighton, incluyendo Flaming June, Clytie y El Baño de Phyche, y se dice que la relación de ambos inspiró años después a George Bernard Shaw para su obra Pigmalión.


Modelos y Amantes


Para todo artista lo esencial en una modelo es su manera de posar. De ahí la fascinación que sintió George Romney por Emma Hart, una atractiva y ambiciosa cortesana, que bien supo sacar partido a su innato talento actoral. Como todos los retratistas ingleses del siglo dieciocho, Romney buscó representar el orgullo, la rabia, el amor, la envidia y el miedo, y encontró en Emma Hart a su musa ideal: una modelo con una belleza especial y una extraordinaria habilidad para representar desde Santa Cecilia a una bacante, desde Circe a la Miranda de Shakespeare. Entre 1782 y 1786, Emma posó para Romney más de 100 veces, y llegó a tal punto la obsesión del pintor por su musa, que se le hacía muy difícil pintar a otras mujeres y cumplir con los retratos que le encargaban. Otro pintor que se obsesionó con su modelo fue Jules Pascin, el artista vividor de Montparnasse que debe rogarle a Lucy para que vuelva a posar: “he comenzado un cuadro, la modelo no está mal pero estoy demasiado acostumbrado a trabajar contigo como para poder hacer algo bueno sin tus visitas. Ven a verme para que pueda dejar de beber”.


En 1861 James Whistler conoce a Joanna Hiffernan, una modelo irlandesa de intensos cabellos cobrizos, que de inmediato contrata para su obra Wapping. En una carta del pintor a su colega Fantin Latour, Whistler detalla lo difícil que ha sido pintarla y la belleza de su modelo: “¡Ella tiene el cabello más hermoso que hayas visto jamás! Rojo, no dorado, pero cobre –como veneciana, como un sueño- la piel blanca dorada o amarilla si quieres- y con la expresión maravillosa que antes te describí”. Joanna será la modelo de sus obras más famosas, The White Girl, The Golden Screen y The Little White Girl, y su amante por 6 años. Whistler presentará a la Hiffernan a su amigo Courbet, quien, maravillado por su belleza, la retratará en The Beautiful Irish Girl, y más tarde en Sleepers, donde Joanna posó desnuda, un hecho que puede haber contribuido a que Whistler la dejara. Como Joanna Hiffernan, fueron muchas las modelos que pasaron a ser amantes de sus pintores. Está el caso de Camille Doncieaux y Monet, de Aline Charigot y Renoir, de Hortense Fiquet y Cezanne. Y también está el caso inverso, el de artistas que transformaron a sus amantes en sus modelos y musas, como ocurrió con Klimt y la diseñadora Emilie Flöge, con Schiele y la adolescente Wally Neuzil, y con Seurat y Madeleine Knobloch, a quien el pintor retrató en muchas ocasiones y hasta dedicó un simbólico retrato de boda (Young Woman Powdering Herself), aunque nunca se casó con ella.

Pero también existieron modelos que sólo posaron para sus artistas, y no se involucraron sentimentalmente con ellos. Un caso que hizo noticia hace pocos años atrás fue el de Andrew Wyeth y su modelo Helga Testorf, una enfermera alemana a quien el pintor retrató en más de 200 cuadros durante 1971 y 1985, a escondidas de todo el mundo, incluso de su esposa Betsy. Wyeth pintó a Helga desnuda y vestida, al interior y al exterior y en distintas épocas del año, y sólo dio a conocer estos retratos cuando los tuvo todos terminados. La colección muestra la evolución de la modelo, desde una extraña a una conocida, y luego a una amiga, y aunque nunca antes había posado para un artista, la Testorf disfrutó las largas horas modelando, y Wyeth la describió como “la modelo más perfecta...posaba sin parar”.


Musas


Entre todas las mujeres que destacaron en el París de la Belle Epoque hay una que indiscutiblemente merece el apelativo de musa: la polaca Marie Godebsca, más tarde conocida como Misia Sert. Famosa en los círculos literarios y artísticos de la época, Misia sobresalió por su belleza, su elegancia y su talento musical, pero sobre todo por ser la inspiradora de pintores como Renoir, Toulouse-Lautrec, Bonnard y Vuillard y de poetas como Verlaine y Mallarmé. Casada tres veces, esta “femme pour impressionistes” como la llamó Cocteau no fue sólo musa y amiga de los artistas sino también mecena de Diaguilev y Ravel, además de inspirar a Proust para el personaje de Mme. Verdurin en En Busca del Tiempo Perdido. Otra musa de esa época fue la chilena Eugenia Huici de Errázuriz, que al igual que su amiga Misia Sert, también fue mecena e inspiración de algunos artistas. Casada con el pintor José Tomás Errázuriz, la bella Eugenia vivió toda su vida en Europa, donde posó para Boldini, Helleu, Orpen, Sargent y Augustus John, entre otros, y tuvo un ojo privilegiado para reconocer nuevos artistas y manejar la carrera de Picasso.


Pero si hablamos de musas-mecenas no podemos dejar de nombrar a la más llamativa y excéntrica de todas, la mítica Marchesa Luisa Casati, que deslumbró en la sociedad europea durante las primeras tres décadas del siglo XX. Nacida en Milán en 1881, Luisa Casati era una mujer flaquísima, de grandes ojos verdes y corto pelo negro, que heredó de joven una fortuna cuantiosa, que no tardó en dilapidar entre sus muchas excentricidades. Sus casas en Venecia y París eran escenario para las fiestas más escandalosas y se dice que la atendían sirvientes desnudos vestidos sólo con hojas doradas; como collares usaba serpientes vivas y se paseaba en las noches venecianas acompañada por panteras amarradas con correas de brillantes. Pero sin duda su excentricidad más valiosa fue convertirse en musa de muchos artistas y una de las mujeres más representadas de la historia. Con su idea de convertirse en una “obra de arte viva”, la Casati fue retratada por Boldini, Augustus John, Van Dongen e Ignacio Zuluaga; dibujada por Drian, Martini y Alastair; esculpida por Balla, Barjansky y Epstein, y fotografiada por Man Ray, Beaton y de Mayer. Fue musa de los futuristas italianos y su ropa se la diseñaban Fortuny y Erté, usaba joyas de Lalique e inspiró el famoso diseño Pantera de Cartier. A todos estos artistas ayudó con dinero, influencias e ideas, como una leal mecena o como un ícono de inspiración. De algunos fue amante, de otros sólo modelo, pero para todos fue una musa extraordinaria, que aún después de su muerte ha seguido inspirando con su inimitable estilo a diseñadores como John Galliano, Karl Lagerfeld e Yves Saint Laurent.

Por principio

Me cargan esos blogs que hablan puras ñoñerías tipo "ummm, qué rico el helado de melón" y no se atreven a decir cosas fuertes. Y me cargan las películas de niñitos bien que juegan a entender lo pobre y marginal (I'm sorry, pero me cargó Tony Manero). Me carga la gente que habla de su trabajo y de sus proyectos (se han fijado que las personas que menos hablan hacen más cosas) y los que se sobrevenden de manera patética y falsa, de seguro, para ocultar su inseguridad. Me carga la pose intelectual, y también la pose artística. Pero por sobre todo me cargan y me aburren muchísimo las personas lateras, ésas que son incapaces de llevar una conversación entretenida, que sólo hablan de sí mismos y de sus latas, y que no pueden sacar ni una sonrisa o un gesto de interés en su interlocutor. 

No se trata de andar de payasos por la vida, pero por Dios que se agradecen las personas entretenidas, las que cuentan cuentos interesantes o que hacen comentarios inteligentes o mordaces, divertidos o irónicos. No tolero a los bobos, menos a las bobas, ni a las personas que andan como con una nube negra sobre la cabeza, vestidos como cuervos de cementerio, esperando algún signo de muerte para ser feliz. Amo la vida, la alegría y la risa, irme de copas con mi amado y reírnos hasta el amanecer o salir a comer con amigos entretenidos, con los que se puede hablar de todo y también burlarse de uno mismo. Amo el diálogo y la risa, y por eso adoro a mis amigos y amigas, y le rehúyo a la mala onda y la pesadez, a las canas, a la gente amarga y a los envidiosos. Que tengan una linda semana y aléjense de mala onda como de la lepra, que puede ser contagiosa (por lo menos yo ya estoy vacunada).