30 abril 2008

Nada con las niñeras

Nunca he podido entender la manía de algunos chilenos de andar a todos lados con la niñera. Mujeres que van a la plaza con sus hijos y que instalan a una niñera en los juegos para que les cuiden a los niños mientras ellas hablan con sus amigas o familias enteras que viajan a Disney con "la nana" para que sea ella quien se suba al trencito con los niños o les saque la foto con el ratón Mickey. De verdad, no lo comprendo, y cada vez veo más y más.
Ayer en la clínica, mientras esperaba que atendieran a un amigo por una picadura de araña, me dediqué a contar cuántas niñeras había alrededor. Y sólo en la sala de urgencias conté más de diez: unas con niños en brazos, otras paseando coches, otras simplemente mirando el techo con cara de aburrimiento. Las mamás de estos niños estaban ocupadas hablando por teléfono, tomando un café e incluso había una escribiendo en un notebook. ¡Qué horror!
Y no estoy exagerando. Conozco gente que va al supermercado con la nana, para que les lleve el carro y les vea a los niños; he visto niñeras vestidas enteras de blanco cuidando a los niños en la playa, mientras su patrona toma sol más atrás; conozco "nanas" que conocen más hoteles "all inclusive" que nadie, e incluso sé de casos de niñeras que duermen con los niños hasta grandes, que los ayudan a hacer tareas y los llevan al doctor.
Yo también tengo nana. Es una mujer adorable que lleva más de 12 años en mi casa y que cocina y hace el aseo de mi hogar. Pero nunca me ha acompañado ni a la esquina ni ha llevado a mis hijos a algún lugar. Y aunque a veces me canse de llevar el carro en el supermercado o de correr entre las horas de los dentistas y las clases de atletismo o golf, no se me ocurriría mandar a mis hijos con ella, porque asumo que es mi obligación.
Quizás si hubiera tenido una niñera a mi lado mi hijo a los 2 años no se habría caído del resbalín mientras yo hablaba con mi amiga Vero en la plaza Las Lilas ni me habría vomitado mi Amalia en medio del Parque Arauco ni se me habrían perdido los tres en el Jumbo mientras compraba el pan. Pero de la caída de mi hijo sólo queda el recuerdo, el abrigo vomitado ya se lavó y los tres aprendieron que si se pierden deben ir donde el guardia y esperar que la mamá los vaya a buscar.
Debe ser más descansado bajar a la playa con alguien que te vea los niños mientras tomas sol o que te los cuide mientras llevas el carro en el supermercado, pero para mí no hay nada más delicioso que estar a solas con mis niños, que me conversen y me den besos, que me acompañen a hacer las compras (y aprendan, de paso, la diferencia entre una lechuga y una espinaca), y que a la salida, me acompañen a tomar un café a la cafetería y se llenen con galletas y pie de limón.

28 abril 2008

El Ganador del Premio Becky Sharp


Este año el Premio Becky Sharp al mejor cuento inédito ha recaído en dos participantes, quienes por sus méritos literarios, originalidad, ritmo narrativo y buen uso del lenguaje han sido elegidos por la Sociedad de Escritores Anónimos para compartir tan importante honor. Por esta razón la Feria de las Vanidades y Becky Sharp se complacen en anunciar como ganadores a

Rubén Benveniste y Sucarita Gluglu


quienes tendrán el honor de conocer a Becky Sharp en persona y compartir con ella una "once completa" en el salón de té Le Flaubert en una fecha próxima a definir. ¡Felicidades a los ganadores! Y gracias a todos los que participaron de este concurso y a quienes nos apoyaron.

27 abril 2008

Cuentos Clasificados

Estos son los cuentos que -hasta la fecha- están participando por el Premio Becky Sharp. El plazo cierra el viernes 25 de abril a las 23:59 horas de Chile y el ganador será anunciado el lunes 28. Todos los cuentos, comentarios y sugerencias son bienvenidos. Lamentamos no poder incluir entre los clasificados a los participantes de fuera de Chile, pero por esta vez el premio sólo puede ser adjudicado a residentes chilenos. Muchas gracias a todos los participantes y felicidades a los clasificados:



Sala de espera, de Rubén Benveniste.
Después del supermercado, de Margarita de Alcántara y León.
Las Aventuras de un Cangrejo Antisemita, de Sucarita Gluglu.

Publiqué, además, el cuento Bluyines violadores, de Diego Lira, que no quedó clasificado por llegar fuera de plazo, pero que me pareció bastante peculiar. Cariños a todos, y esperen el nombre del ganador para este lunes.

BLUYINES VIOLADORES, por Diego Lira


“Tu material es limitado, muy limitado. No puedes escribir una
historia de amor, ni siquiera puedes escribir una decente historia de amor.
-Tienes razón, Margie.
-Si un hombre no puede escribir una historia de amor, es un inútil.
-¿Cuántas has escrito tú?
-Yo no pretendo ser escritora. ”


Charles Bukowski, No puedes escribir una historia de amor.

Como Mick Jagger, la gente a mis pies, una especie de dios moderno, sin ética ni misticismo, disponiendo a mi albedrío de lo mío y de otros, por que no. Un joven y bello dictador, un nuevo Papa, un rico heredero aceptado por todos, un nuevo Luís, un Delfín dorado y adorado por la elite, por la plebe. Una constante orgía, permanente delirio.

Cualquier cosa, me salvaría en este minuto, hace rato que sólo veo como mueve la boca, pensar que este martirio lo vivo todos los miércoles de tres a cinco de la tarde. Para mi consuelo, no debe ser mucho más alentador para el. Esa solapa con caspa y su jopo no lo deben ayudar mucho en el departamento de mujeres, pobre viejo, que digo, viejo de mierda y mediocre, que se pudra a pajas, que va, mejor me las hago yo.

Se abre la puerta y se produce un silencio, si eso de verdad es posible, entra la Claudita, la vieja rica del colegio, a dejarle un sobre al mismo viejo simplón. Que ganas de hincarle el diente, sobre todo ahora, me la imagino chascona, con la pintura corrida, toda traspirada con un aire culpable y conmigo arriba de ella, hablándole huevadas de cualquier tipo. No me imagino que conversáramos de sus hijos o de la pega.

- Claudita, mire que rico polvo el de hoy, de verdad que jamás pensé que usted fuera tan fogosa..sabe la próxima vez, si fuera posible, me gustaría que se dejara los zapatos y los anteojos puestos. Perdone por irme tan rápido, pero a esta edad la ansiedad nos juega estas pasadas. La revancha estuvo mucho mejor. Sí, de todas maneras, de eso no hay duda. ¿Quien? Alejandrito, el menor suyo, no le puedo creer Claudita, chiquillo flojo, pero quien no fue así ¿Mi mamá?, bien muchas gracias, parece que este año esta mucho más animada con la gimnasia y esas cosas.

No creo que funcionaría, ni la conversa ni nada, lamentablemente lo práctico mata hasta las fantasías calenturientas de esta puta tarde. Igual la Claudita esta muy rica, vieja de mierda rica. Cresta, hoy estoy de patio, y bien caliente parece, viejo “jopero” y latero termina por favor…!Virgen del Carmen, Reina de Chile salva a tu pueblo que clama a ti¡



Santiago 27 de julio de 1986, Vitacura. 18: 20 Hrs.


El joven esta en el living señora, le contestó Guillermina, la nana de la casa desde la cocina. Al acercarse, sin respirar siquiera, vio como su hijo penetraba sobre su sofá a Lorena, su compañera de colegio desde cuarto básico. Con las piernas temblando, como las de ella , pero de rabia, abandonó el lugar entre los silenciosos jadeos de los púberes amantes.


Santiago, 27 de julio de 1986, Las Condes. 17: 00 Hrs.

Con ese vestido rosado no te va a conocer . Porque no te pones unos pantalones apretados, siempre has tenido buen poto. Lorena escuchaba los consejos de su amiga, segura de como recorrerían su culo de manera tímida. Hoy vería (el) de lo que se había perdido en el colegio. Horas antes, Lorena, se había afeitado delicadamente su sexo en la intimidad de la ducha, confiada que su inexperto amante le dedicaría la mitad del tiempo que ella estaba empleando.



Santiago, 14 de Febrero de 1986, La Florida, 15: 30 hrs.

Marcos, su vecino, a quien Lorena conocía de hace poco a pesar de que vivían en la misma cuadra hace años, la había invitado a salir. Años mayor que ella, Marcos era conocido en el barrio por su físico, muy trabajado, y por sus supuestos atributos amatorios. Gran jugador de fútbol, constante animador de las fiestas del barrio, famoso por sus lindas pololas y sus modales de gran caballero.

Santiago, 14 de Febrero de 1986, La Florida, 19:00 Hrs.

¡ Lorena!, le grito su madre. A donde vas con esos pantalones…no te das cuenta que están demasiado apretados…mira como se te meten en….es decir……

- A si se usan mamá –¡violadores! – grito Lorena riéndose, mientras trataba de bajarlos un poco en la zona de la entrepierna mirándose en el espejo del pequeño baño de su casa.

- Marcos me pasará a buscar en un rato, vamos con sus amigos a comer algo y después a bailar.






Tiempo había pasado que no la veía, desde que me echaron de su colegio, no era nada de malo, pero un colegio inglés para una clase media bien variopinta en el corazón de Providencia, parece, ahora al recordarlo, un poco ridículo. Cuanto negro mecha de clavo en el patio cantando en las mañanas el Good Save The Queen, al compás de la acordeón de la viejita de música, abuela de un compañero de curso. Bien pelotuda la situación, pero raya para la suma, el experimento funcionaba, por lo menos con algunos. En lo personal hubiera hablado inglés perfecto aunque me hubieran puesto a estudiar en una escuelita de San Fernando, la música era mi vida y jamás habría crecido sin saber lo que cantaban mis deidades y menos lo hubiera pronunciado mal o con acento, soy demasiado inseguro para darme ese gusto, hijo pródigo de lo aspiracional de la clase media acomodada.

Me sorprendió verla en la puerta de mi casa, bien delgada y con ese vestido rosado, tipo princesa, que culpablemente reconozco me gustaban.

- Hola Lorena.
- Hola X (Yo)

Sentados en el living, yo con traje y recién duchado – iba a acompañar a mi madre a una inauguración de no se que cosa – al lado de esta ridiculez rubia de rosado hacíamos una pareja de los más Festival de la Una. Por el azar de la vida, mi casa estaba llena de muebles buenos y sobrios. No sé, ahora que lo pienso, si eso le daba un marco más serio a la escena o si ponía el acento macabro que sólo la vida real puede ofrecernos, quizás unos buenos muebles de mimbre y la estufa a parafina con un tarrito de eucalipto hubieran sido mucho más dignos para nosotros.

No miento cuando digo que esta heroína, hoy no puedo pensar en ella con otro término más exacto, la nueva Barbarella que en vez de cuero y afilados perfiles de sus pechos mostraba sus cortas, pero generosas piernas entre vaporosos y trasparentes velos rosados, me atacó antes que le hubiera preguntado como estaba. Me metió la lengua hasta el estómago y me mordió con fuerza los labios. Yo después de la tarde que había tenido, donde lo más honesto que podría haber hecho era haberme hecho pedazo a pajas en el baño, pero en vez de eso fui a clases marcar el paso de mi edad, no estaba para huevadas. Su calentura me dio una seguridad que me era ajena, y sin pensarlo la acosté en el sofá. Le bese el cuello y baje rápidamente a sus pechos, los que mordí de manera obscena, obsesa y egoísta. Siempre nos habíamos besado y manoseado de esa manera, salvaje, infantil y torpe, pero hoy notaba una intensidad que no recordaba en nosotros. Cuando me tomó la mano y me la puso en su entrepierna, no llevaba calzones, estaba completamente depilada y abierta para mí. Mientras la penetraba con mis dedos y la besaba al mismo tiempo sentí su mano en mi sexo, el cual no demoró en sacarlo de mis pantalones e introducirlo entre sus piernas. Frenéticamente la penetré le levante las piernas y en segundos me corrí dentro de ella.



Tan rápido como ocurrió se acabó y nuevamente estábamos sentados en el sofá, despeinados, con los labios hinchados y con nuestra ropa arrugada. Con la cara roja y la respiración agitada. No me acuerdo que pendejada hablamos después, pero le dije que tenía que salir con mi mamá y que si quería nos acompañaba. Se tomó una bebida y después, como buen caballero la acompañe hasta fuera de la casa. Le pregunté por su mamá, que siempre me puso nervioso como me miraba, incluso cuando éramos bien chicos, nos besamos en la mejilla y nos despedimos.



Santiago, 15 de Febrero de 1986. La Florida. 03: 00 hrs.


No fue una noche romántica la de Lorena, nada más lejos de aquello. Regresó a eso de las tres de la mañana, caminando sola por Walker Martínez, con el gusto a alcohol que le dejó la lengua de Marcos, con moretones en las piernas y en los pechos, con mordeduras en los labios, en la espalda, en el poto y en el cuello. Sus calzones no los pudo encontrar y el cierre de sus pantalones, ahora sueltos, estaba destrozado. No se preocupó del dolor que sentía en sus interiores, sino en que Marcos y sus amigos no la hubieran dejado embarazada.


Santiago, 10 de Marzo de 1986. Las Condes.


Recién se habían cambiado, Lorena nunca lo pidió, jamás se quejó siquiera, nunca se lo contó a su madre, pero el silencio que envolvió la casa de la Florida y las evidentes marcas en su cuerpo después de su día de los enamorados no dejaba mucho a la imaginación. La posición de la mamá de Lorena, no era de las mejores, porque su hija no sabía que muchos de los amigos de Marcos habían desfilado por su cama durante estos últimos años, como una rutina de despecho autodestructivo por el marido que la había dejado plantada en una bomba de bencina en Viña hace tres años atrás. Por ello, el cambio de casa le pareció lo más apropiado. En cosa de una semana había arrendado una casita cerca del Almac de Vitacura.



Tan inteligente que me creía, tan asertivo. En menos de treinta minutos, neo Barbarella chilensis que había cagado bien cagado. No debe haber tenido duda que mi pico haría toda la pega. Ahora que lo pienso, ese profundo dialogo de holas en la puerta de la casa había sido lo más inteligente que pensé esa tarde. Bueno, quien a esa edad no cree que el solito basta para encontrarse con una antigua compañera de colegio a poto pelado después de tres años en la puerta de su casa, sin avisar, a las seis de la tarde en pleno invierno y con un vestido rosado.


No conocí a X (Yo) Jr. Sé que existe y que debo mantenerlo y pagar alguna de las cuentas de su madre. No me siento culpable ni víctima, una huevada a esa edad no tiene cabida en el mundo de las responsabilidades de los adultos. Fui (somos X (Yo) - X (Yo) Jr. – Lorena ) una especie de daño colateral en una ecuación pragmática de una niña herida.


Santiago, 27 de Julio de 2008. Providencia 01: 30 hrs.


Apagaba el cigarro en el suelo – nunca los tiro y los dejo prendidos – mientras una ricura de unos diecinueve años con guata al aire y bluyines encajados en la entrepierna me preguntaba si le convidaba un cigarrillo, afuera de un bar con gente de la mitad de mi edad.

- Como le dicen a esos pantalones, violadores? Le dije.
- Si a veces, me contestó riéndose, enredándose los dedos en el pelo.
- No tengo, le dije muy cerca de su cara, mirándola fijamente, pero en el auto deje un paquete.
- Acompáñame esta en el subterráneo.

23 abril 2008

LAS AVENTURAS DE UN CANGREJO ANTISEMITA, por Sucarita Gluglu


Cuando la mujer lo invitó a pasar le sorprendió ser introducido en una habitación en la que había un viejo barbudo, sentado una silla de mimbre y moviendo con nerviosismo su pierna derecha, cruzada sobre la izquierda.
- Vaya, que jovencito es –dijo la mujer- Las niñas están algo retrasadas ¿sabe? Y estamos algo llenas, me temo. No es usual que nuestros clientes se vean así las caras, pero tenga paciencia.
- ¡Paciencia! –terció el viejo- ¿Qué él tenga paciencia? ¿Y yo? Estoy esperando a mi chica ya más de 20 minutos y mi paciencia, bueno, mi paciencia no es lo que era.
- ¡Su chica! –gritó una voz sobre el dintel de la puerta- Pero no Sierra Bella, no. Ella no.
- Señora –dijo el viejo- ese crustáceo impertinente suyo es verdaderamente una molestia.
- Oh, usted sabe que no tiene que hacerle caso –dijo la mujer- Iré a ver a las muchachas.
El joven tomó asiento en un magnífico sillón de cuero amarillo de tres cuerpos, despojo de una liquidación de temporada. Encaramado en el dintel de la puerta principal, un cangrejo de esplendoroso caparazón azul turquesa le arrojaba miradas llenas de desconfianza.
- ¿Y tú, de dónde vienes?
El joven, al parecer algo desconcertado por la ruda interpelación , dio una mirada al viejo cerca de él, pero no contestó.
- ¡Ah! ¡Señor Cangrejo, no nos importune, se lo ruego!
- Cangrejito, dulzura, déjese de molestar y venga a limpiar el desastre del lavaplatos ¿quiere? -gritó una voz femenina desde la cocina, al tiempo que asomaba la cabeza rubia y los ojos marrones tras la roñosa cortina que a duras penas cumplía la función de una puerta de la que sólo quedaba el recuerdo de unos goznes arrancados de cuajo, sin ninguna clase de consideración arquitectónica.
En vista de que el joven parecía no tener intenciones de contestarle, el Señor Cangrejo decidió abandonar su posición de estratégica vigilancia para observarlo más de cerca. Obligado a retroceder debió, a pesar suyo, darle la espalda, mientras descendía a duras penas por la puerta, insertando las puntas de las tenazas en pequeños orificios (practicados sin duda con este propósito) en la superficie de esta. Cuando alcanzó el ojo de buey dio un vistazo rápido al pasillo aplicando los suyos pequeñitos a este orificio de cristal, luego de lo cual se animó a practicar una arriesgada maniobra dejándose caer libremente hasta el pomo de la puerta, del que se sujetó con la tenaza derecha (la más poderosa) y usándolo como pivote se balanceó describiendo uno, dos, tres cada vez más vertiginosos círculos completos, proeza circense cuya fuerza centrípeta así desarrollada le proporcionó el suficiente ímpetu para, una vez soltado del pomo, ir a parar a un sillón junto al ahora boquiabierto muchacho.
- ¿A ver, dime, con quién te atenderás?- el Señor Cangrejo agitó sus patas con belicosidad.
El joven articuló el nombre de una chica, tres sílabas de un ardiente nombre pagano.
- ¡Ah! La Sureña – suspiró, con aparente alivio el crustáceo- Pues sí, muy exitosa. Es decir, con tanta demanda no es difícil. Y es, además, una de las menos costosas. No sé si felicitarte. Pero no has elegido a mi Sierra Bella y eso, por ahora, no te pone en mi lista de enemigos. ¿Un trago?
El Joven rechazó, con sincera gratitud el ofrecimiento del Sr. Cangrejo.
- Muy pacífica para mi gusto –dijo el viejo- Pero por ese precio, no está completamente mal.
- Judío tacaño, siempre mirando por su bolsillo –dijo el señor Cangrejo- Por 15 mil pesos, muchacho, está bien. Es un precio justo.
Quedaron unos instantes en silencio, que sin embargo, no era completo: un apagado, acompasado crujir de cama, tenía lugar en alguna parte de la casa.
- ¡Um! Esa chica tuya se demorará más de lo acostumbrado- rió el viejo. Y prosiguió- Por 15 mil pesos puedo conseguir a, digamos, dos o tres. No por una hora pero...
- ¡Oh! cállese viejo asqueroso. –le interrumpió el crustáceo- ¿No ve que este muchacho está temblando como un cachorro?
La mujer no aparecía y el joven hubiera querido decirle que prefería marcharse. Comenzó con desordenado apresuramiento a pensar en alguna excusa plausible para largarse de allí, pues el latido acelerado de su corazón, la presión creciente de su pecho agitado, el rubor caluroso de sus mejillas arreboladas, en fin, todos los síntomas que suelen acompañar a las sórdidas experiencias iniciáticas en compañía de un decápodo y un anciano judío, comenzaban a hacer presa de su bípeda humanidad. A pesar de ello, su congénita timidez -en la que se conjugaban los contradictorios pensamientos de sentirse observado por todos (había dado vueltas por horas deambulando en torno a la casa para despistar a algún posible observador conocido) y tomado en cuenta por nadie- le impedían dar pie atrás una vez llegado tan lejos.
El Señor Cangrejo, en apariencia muy sociable a pesar de su carácter sulfuroso y decididamente enamorado, se esforzaba en tranquilizarlo, diciéndole que su dinero difícilmente podría estar mejor gastado que con la Sureña, excepción hecha, claro está, de su Sierra Bella. Se lanzó entonces con un discurso bastante extenso (no del todo desagradable a los oídos humanos en vista de cierta musicalidad de su voz que evocaba los arrecifes de coral de los que provenía) que podría resumirse en una corta, sobria frase del tipo: Sierra Bella es mi chica y la amo. Naturalmente, el señor Cangrejo espolvoreó su perorata con dulzones, empalagosos epítetos, muy en uso en las más populares canciones de amor de las radios AM y FM (carentes, hay que decirlo, de ese machismo propio de las nuevas tendencias musicales a las que los jóvenes varones humanos, nacidos en la renacida democracia del siglo pasado, eran ahora tan afectos). Cantó las simples, campesinas virtudes de la muchacha con el lirismo de un entusiasta poeta del pueblo, amante de asesoras de hogar de sabrosos muslos y mantecosas pantorrillas. Señalemos que el señor Cangrejo no hacía mucho había dejado atrás su primera juventud, y que en la cima de su potencia sexual contaba unas 9 semanas y media de vida, lo que homologado con sus pares humanos lo pondría en el codiciado grupo de los adultos jóvenes ó jóvenes independientes.
El señor Judío expresó su deseo de que las virtudes cantadas con tanta pasión por el señor Cangrejo fueran ciertas, pues Sierra Bella sería en esta ocasión la chica que elegiría.
-Vaya, se me ha abierto el apetito. –dijo frotándose las manos. Y estirando el cuello en dirección de las habitaciones interiores de la casa gritó- ¡Creo que será Sierra Bella esta noche señora Julia! ¡Vamos, que sea la bella Sierra Bella!
El Señor Cangrejo azul turquesa se tomó la libertad de violar las newtonianas reglas del cromatismo clásico y enrojeció de furia. Gritó a voz en cuello que el muy tramposo viejo jamás había expresado predilección por las del tipo de su predilecta, que cómo era posible que sus prácticas degeneradas, tenebrosas, tuvieran alguna afinidad con muchachas tan tranquilas, tan puras como la leche.
La señora Julia emergió presurosa de la penumbra del pasillo exhalando un aroma a talco de bebé. Se dirigió a la cocina, ordenó a la muchacha que se secará (“por amor de dios”) el delantal y la envió a prepararse para el señor Judío. Luego volvió a la habitación principal donde estaba el joven y sus dos compañeros.
-¡Vamos, vamos, a la cocina por un minuto! –les dijo- Va a salir un cliente que no quiere ser visto. Es de los mejores que tenemos así que seremos amables con él y le concederemos este privilegio.
A pesar de las protestas crustáceas y semitas, los tres terminaron tras la cortina de la cocina, apiñados contra el lavaplatos y el horno microondas. En un plato de lentejas a medio comer, bajo la insidiosa gotera de la llave, naufragaba una longaniza.
Mientras el ruido de puertas, pasos y carreras sobre el parquet del piso sonaba fuera de la cocina, el viejo judío volvió a hablarle al joven, cuchicheándole al oído:
- ¡Bah! ¿Quién las necesita por más de media hora? Diez minutos, a lo sumo. Luego son absolutamente perniciosas muchacho, ya lo verás, mirándote con esos ojos de langosta muerta (¡disculpe señor cangrejo!) que sólo sirven para partirle el corazón a uno pensando en el dinero que has puesto en sus sucias manos. Por más que intentes aferrarte, ninguna te acompañará en la caída hacia el abismo tras la cumbre (¡Oh! tan placentera a veces) que ayudan a alcanzar y de la que te echan a patadas.
Tac, tac, tac, sonó sobre el parquet. El viejo calló y el señor cangrejo cesó de blandir sus tenazas. Los tres, en la cocina, con el aliento suspenso, oyeron cómo, fuera de ella, unas pequeñas, albas pezuñas de lechón, hicieron el camino desde el pasillo a la puerta principal.

-Bien –dijo la señora Julia- una vez de vuelta en la cocina y descorrida la cortina.-Las niñas están listas.

Sierra Bella fue asignada al señor Judío, previo pago de una suma bastante superior a los 15 mil pesos. Y por Yahvé, que él esperaba que los valiera, porque tamaña cifra producía un desaguisado de proporciones en su presupuesto semanal. El pobre Señor Cangrejo protestó, gritó, bufó, arañó, castañeo las tenazas, intentó pellizcar las pantorrillas del viejo, todo en vano, teniendo que retroceder, sumiso, vencido, humillado ante los escobazos de la señora Julia, sin más remedio que tener que observar con sus acuosos ojillos sin párpados, cómo se cerraba la puerta del cuarto, se echaba el cerrojo y los sonidos amatorios del sexo hacían crujir los muelles de la cama y las articulaciones infames del señor judío.

Cuando al fin La sureña estuvo lista sacó la cabeza por el quicio de la puerta de su habitación y preguntó al joven su nombre. La señora Julia lo empujó diciéndole que se animara, que (“por la virgen santa”) pasara de una vez. La puerta se cerró tras él con suavidad al tiempo que el señor cangrejo comenzaba a entonar una canción de amor, triste, melancólica.

La Sureña dejó su bolsito en el velador (madera negra, sin cajones y con una fantasmal lámpara de ampolleta incandescente, cuya pantalla ribeteada de flores arrojaba un tétrico haz de sombra parabólico sobre la el desnudo plano cartesiano de la pared), del que sacó unos preservativos y un rollo de papel higiénico. Estaba vestida con una toalla enrollada a la altura del pecho. “¡Hey! te ves nervioso”, le dijo., “no voy a creer que sea esta tu primera vez. Eso me hace sentir como una tigresa ¿lo sabías? ¿Sabes lo que es eso? ¿Hacer sentir a una mujer como una tigresa?”

Su cabello olía a látex y frutillas. El grueso pliegue entre su axila y el pecho era infantil en su carnosidad. No era una belleza. No era delicada, ni blanca, ni delgada. No era ni siquiera medianamente pasable. Por Cristo, no era una tigresa. Ni siquiera sus gruesos labios podían disimular la terrible devastación de su dentadura.
Pero ya estaba debajo de esa mujer y no había vuelta atrás. Ella tomó su mano guiándola a su pecho. Como un ciego, sus dedos la delinearon: el cuello corto, sudoroso; los hombros estrechos, redondos; los brazos firmes con la marca de la vacuna como una pequeña moneda tatuada; la punta de sus codos, textura dura en la textura blanda de las yemas de los dedos calientes. La planta negra de los pies.
Preso de una calma relativa, mientras la observaba hacer su trabajo se preguntó si estaba fingiendo o no. Quizás, no. Esperaba que no. Qué importaba, en realidad. Mejor comprobar que el preservativo se mantenga bien puesto, el borde visible, accesible, palpable, no vaya suceder un accidente. No hay que darle a la infección la oportunidad de producir una desgracia. No hay que preocuparse mucho, quizás. Contagio. Fluido. Cantidad mínima de intercambio. Punto de no retorno. Lo suelta. Se suelta. Le dio a la chica una oportunidad. Su beso pudo no saber tan mal. Pero no se sacó nunca el chicle de la boca. ¿Podría pasar por el de cualquiera de ellas? Su primer beso.

Cuando el abismo finalmente se abrió ante sus pies, la desolada colina en que ella quedó se tiño de verde y azul.

En el pasillo, el señor cangrejo, hacía guardia ante la puerta de la habitación en que yacían el viejo judío y Sierra Bella. Los gemidos de la cama habían cesado hace un rato. El silencio dio paso a una letanía suave, monótona. Versos de la Biblia se atreven a rondar los rincones de esa habitación y el señor Judío, de entre los vapores de una embriagues alcanzada gracias generosas provisiones de coñac (4.500 pesos la copa, 4 copas, 18 pesos adicionales), recupera, por así decirlo, la cordura, y protesta con espanto, con violenta elocuencia ante esta flagrante violación del sentido común. La imprudencia incongruente de sierra bella en su afán evangelizador, recolector de almas, es respondida con gritos, con golpes. Algo vuela por la habitación. Un golpe seco en la puerta parece haberla derribado o al menos abierto. Se escucha un grito precedido de un resoplido marítimo y el señor cangrejo invade la habitación, las tenazas en ristre, croc croc croc, tijereteando al aire, esquivando los cojines, los zapatos los calzoncillos que el señor judío le arroja con espantado, púrpura rostro.
-ñaca ñaca –resopla el señor cangrejo- ñaca ñaca.
Recita los conocidos versos:
En el invierno de nuestro descontento
Bajo este sol de York
Un caballo, mi reino por un caballo
Y otros no tan conocidos:
¡Oh! Fementido matusalén
A ser convertido en jabón del bueno
Te llevaremos en el tren

Cuando todo terminó pensó que no debería haber estado allí: entre los pliegues sórdidos de una cama exhausta, a horcajadas de una estructura misteriosa, hueso invisible, trémula carne estriada. En alguna parte, alguien de su edad estaría haciendo el amor, como correspondía. A una virginal, decente chica. Bajo la indispensable, tan socorrida luz de la luna (o al abrigo de un cielo nublado, daba igual). Al calor de una fogata universitaria (o entre las cajas polvorientas de una bodega de departamento unos padres adinerados). Sin la promesa de unas monedas al final de la noche (o un juramento de matrimonio con mancomunidad de bienes). Y pensó que alrededor habría amigos, verdaderos amigos, falsos amigos, pasajeros amigos. Enemigos, rivales. Insulsas canciones para insulsos coqueteos. Conversaciones banales y filosofía de basurero. Abrazos ,chistes picantes, complicidades, pequeñas y deliciosas peleas, en fin, todo aquello que colorea las erupciones de la verdadera vida juvenil.

Pero no el pálido brillo de una estufa hediendo a parafina. No la imagen de ella en un espejo fracturada. La dulce, dulzona melodía adormilada de la pleamar y no el crujir sempiterno de las patas de un cangrejo antisemita.

22 abril 2008

Después del supermercado, por Margarita de Alcántara y León


Cuando la vi el otro día en el supermercado me la imaginé una mujer feliz. Con su carro lleno de frutas y verduras, los yogures y los flanes colgando de un lado de la rejilla, una niñita rubia sentada en el asiento y ella con una sonrisa, comprando seguramente las provisiones para su familión. Ella no me vio pasar a su lado en el sector de las carnes congeladas ni tampoco a la salida del supermercado. Mejor. Quizás al verme su sonrisa hubiera desaparecido y me habría sentido culpable de haberle causado un mal sabor.


-¿No le hablaste nada?
-Nada. Sólo la miré. Y se veía linda, un poco desarreglada, pero se veía bien.
-¿Y la hija?
-Rubia, como él.


Ahora que te lo cuento, me arrepiento de no haberle hablado. Quizás ella quería saber algo de mí. Yo todavía quiero saber cosas de ella. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Sigue trabajando? ¿Está bien? Porque se veía feliz, pero eso nunca se sabe. ¿Y qué hacía en el supermercado a las 10 de la mañana? Debe haber renunciado al colegio. Seguramente tiene varios hijos o un marido ricachón. Ahora que lo pienso, Guillermo, no sé si su sonrisa era fingida o real. Quizás me vio y actuó como madre sonriente para hacerme sentir desgraciado. Porque es raro que no me viera si hasta en un bosque oscuro era capaz de reconocer mi olor.


-Es entendible que no quiera verte, si harto mal que lo pasó contigo.
-Ella también me hizo sufrir.
-...
-En serio. Yo reconozco que fui un desgraciado, pero ella no lo hizo nada de mal. ¿No te acuerdas de las cartas que me mandaba al trabajo? Puras provocaciones. Y yo, el idiota, terminé con la Cristina por esas cartas, y cuando la llamé en la noche me sale con que no estaba segura de si me quería ver.
-Le debe haber dado miedo...
-Es una coqueta, una perversa coqueta. Después de un tiempo me volvió a escribir y nos juntamos a tomar un café en mi casa.
-La vez que se quedó a dormir en tu casa.
-La vez que se quedó en mi casa y me contó de su marido alemán, de su infeliz matrimonio, de su trabajo en un colegio Montessori. Y yo le creí todo. Después la volví a llamar y me sale con que está confundida.
-Quizás fue su manera de vengarse de ti, de todas las veces que la engañaste...
-Eso fue mucho antes.
-Pero no lo debe haber olvidado.


Igual me pasó algo raro cuando la vi en el supermercado. No sé, como que de repente me dieron ganas de haber sido parte de su vida, parte de ese carro lleno de lechugas y flanes de chocolate, de leches en caja y jabones Lux. Un carro lleno de vida, mientras el mío sólo llevaba un salame, unas galletas y pan. Ya casi tengo cuarenta, Guillermo, no es poco. Quizás si hubiéramos seguido juntos, ahora seríamos felices.


-Se hubieran matado.
-Quizás no.
-Pero, Miguel, ¿no me decías que era una loca? Que te colgaba el teléfono y después se dejaba caer en tu casa. Que te acosaba, te escribía cartas, te mandaba regalos provocadores, y después la veías de lo más feliz con su marido sueco.
-Alemán.
-Como sea. Olvídate de ella, si nunca te importó.
-¿Será vanidad?
-¿Qué, que te gustara que te acosara?
-Claro, y ahora que ya no me busca, la extraño.
-Puede ser. Mejor piensa que es feliz, que te olvidó.
-Voy a pensar en eso, pero te lo digo, Guillermo, no se veía feliz en el supermercado. La conozco, sólo aparentaba para hacerme sufrir.

21 abril 2008

Sala de espera, por Rubén Benveniste


Pese a todo, Felipe aún cree que Juan Manuel es el hombre con el que quiere pasar el resto de su vida.

***

Juan Manuel deja las llaves sobre el arrimo sin mirarse en el espejo que hay sobre él. Se afloja la corbata negra y camina directo al baño sin cerrar la puerta del departamento. Siguiéndolo, Felipe la cierra tras de sí y pone el pestillo. Se va sacando sin prisa la chaqueta oscura y camina hacia el balcón. Busca a Óscar con la mirada. Le extraña no encontrarlo echado sobre las baldosas, disfrutando del sol que entra fuerte y se extiende pleno por las paredes blancas.

***

El departamento luce como casi todos los domingos, desolado. Es el único día en que ambos se encuentran realmente allí. Desde el desayuno que comparten en la cama hasta que se acuestan otra vez juntos por la noche, sin saber si abrazarse o no, de un tiempo a esta parte Juan Manuel y Felipe sienten que cada domingo es un recordatorio de la distancia que como un tercero se ha instalado entre ambos a la espera de algo de acción. Que algo ocurra. Algo que pase.

***

Felipe espera afuera del baño. Juan Manuel lleva dentro más de media hora y Felipe no se atreve a golpear. No se atreve a llamarlo. Arrodillado junto a la puerta cerrada, espera sin atreverse siquiera a moverse por miedo a que el otro lo escuche ahí instalado. Y sólo por hacer algo, por entretenerse en esa espera, sigue con la mirada el lento avance del sol que va revelando la marca que las uñas de Óscar han ido dejando en la alfombra gris.

***

En una de las paredes del comedor, varios marcos de distintos tamaños muestran la velada historia de los dos hombres. Felipe y Juan Manuel sonriendo a una cámara que no supo captar todo el encanto de esas vacaciones en el sur. Juan Manuel, de joven, pelo suelto y su traje de flamenco. Un Felipe niño sonríe con frenillos. El día en que inauguraron el departamento, junto a algunos amigos todos sentados en el sofá negro que, justo debajo de esa foto, ahora está solitario, siendo apenas entibiado por el sol del atardecer que al ir trepando por la pared, pareciese ir borrando en un blanco único cada uno de esos recuerdos enmarcados.

***

Hace dos días, al ir a levantarse, Juan Manuel se encontró a Óscar echado sobre sus pantuflas. Molesto por el despertador de cada mañana, molesto por el frío, molesto porque sí, intentó apartarlo con el pie, pero el gato no hizo caso. Juan Manuel pensó por un instante que estaba muerto. Se alegró. Inmóvil, esperó unos segundos para comunicárselo a Felipe, que dormía tranquilo a su lado. Pero el viejo gato manchado agitó la cola y levantó su mirada lánguida hasta alcanzarlo. Sin moverse siquiera.
Al otro lado de la cama, Felipe seguía durmiendo.
Luego, sonó el teléfono.

***

Por la mañana, Juan Manuel desayunó una marraqueta tostada con mantequilla y una taza de café. Dejaron todo en el lavaplatos al ver que estaban atrasados. Ya limpiarían al regreso de la iglesia. No hablaron en todo el trayecto. Una y otra vez Juan Manuel sintió el regusto de la mantequilla en los labios. Quiso detenerse en una bomba de bencina para comprar un chicle de menta. No dijo nada. Sentiría aquel sabor amargándose en su boca durante todo el funeral. Pero no dijo nada.

***

La llamada los llevó al hospital.
Felipe prefirió esperar afuera, por lo que Juan Manuel entró solo a la habitación de la clínica. Le impresionó ver a Ignacio conectado a tantos aparatos, inyectado por tantas vías, sostenido en vida apenas por el tenue titilar de las máquinas. Se acercó temeroso. El otro tenía los ojos cerrados. Juan Manuel se preguntó si dormía. Si sentía su presencia acercándose sin saber qué hacer. Si sabía al menos que estaba ahí. Porque Juan Manuel no estaba seguro de querer verlo despierto. Guardó sus manos empuñadas en los bolsillos de la chaqueta. La vista es espectacular, pensó al mirar por la ventana la ciudad iluminada por el sol. Sintió inútil estar más tiempo ahí. Contó los segundos en el goteo mecánico del suero.

***

Sobre el mesón de la cocina, migas del desayuno. Dos cuchillos –uno con restos de mermelada, el otro manchado con mantequilla- esperan en el lavaplatos junto a las tazas de la mañana. Restos del café han teñido el fondo de las dos. Aburrido de esperar a que Juan Manuel salga del baño, Felipe lavará todo cuando comience a oscurecer.

***

Hace dos años, Felipe se resistió a enojarse con Juan Manuel al enterarse de que una vez más le había sido infiel. Simplemente lo miró con distancia. No quiso repetir lo dicho tantas veces. No quiso amenazar y no cumplir. Se rindió.

***

Juan Manuel está sentado en la taza del baño. La oscuridad ha ido borrando los contrastes de las cosas. Su mismo rostro en el espejo parece apenas un borrón con la escasa luz que se cuela por la ventanilla de la ducha. Entre sus manos sostiene la corbata negra. Juega con el nudo que esa mañana Felipe tuvo que hacerle. Nunca aprendió a anudarse la corbata solo.
Mira de vez en cuando el reloj en su muñeca. Le extraña no oír a Felipe al otro lado de la puerta: No ha puesto uno de sus discos. No está llamando a Óscar ni ve televisión. Ni siquiera ha llegado a golpear la puerta cerrada que los separa. ¿Respeto por los muertos?, se pregunta al tiempo que una sonrisa triste se dibuja en sus labios.

***

Hace dos años se encontraron por casualidad con Ignacio. Una noche que salían juntos los dos, cuando aún llevaban poco tiempo viviendo juntos y lo pasaban bien.
Encontrarse con él fue desastroso para Felipe. Sonrió amable. Conversó de lo que los años habían hecho con cada uno de ellos. Rió sin ganas los chistes de antaño. Observó con atención cada arruga en ese otro rostro que creía perdido en la historia compartida. Los ojos apagados que insistían en parecer vivaces e ingeniosos. Las entradas en su frente antes cubierta de la melena rubia que tanta envidia le daba. Los miró a ambos. Más viejos. Cansados. Penosos. Y de una forma extraña se sintió del todo ajeno al juego indiscreto que proponía Juan Manuel en cada uno de sus gestos ya gastados, sin entender Felipe la urgencia que mostraba por ser admirado. Se preguntó cuándo había dejado él mismo de admirarlo. Y al no hallar respuesta, le sorprendió que pese a todo le molestara tanto esa súbita aparición de Ignacio.

***

Óscar dejó de escapar por el balcón luego de ser castrado. Se echó a dormir un sueño casi permanente que le tumbaba en cualquier lugar. Amanecía de pronto en la cocina, junto al horno, o en una extraña postura al lado del televisor. Felipe se reía al verlo así, dormido a medio camino entre un lugar y otro. Juan Manuel nunca decía algo acerca del gato.

***

Fue en la sala de espera que se encontraron. Felipe acababa de echar las tres monedas necesarias para que la máquina le sirviera un café, y al levantarse se encontró con el reflejo de Juan Manuel en el vidrio que protegía los dulces y las bebidas. Su expresión aparentemente despreocupada le molestó.
-¿Quieres uno?- preguntó sin volverse.
El rumor de la máquina al preparar el café le dio tiempo a Juan Manuel para pensar.
-No, gracias.
Un vaso de plástico cayó a la espera de recibir el líquido caliente. Felipe lo miró en el reflejo del vidrio. No quería preguntarlo. Quería salir pronto de ahí.
-¿Cómo está?- preguntó al fin.
Juan Manuel se encogió de hombros y no dijo nada. El chorro de café con vainilla llenó el vaso de plástico y al caer la última gota, Felipe se agachó para tomarlo.
-Ten cuidado- murmuró Juan Manuel -, no te vayas a quemar.
Y se movió como para tomar el vaso por él, veloz, como si quisiera protegerlo, pero el otro se le adelantó y lo tomó primero.
-No te preocupes- dijo -, gracias.
Y sintió el calor en sus dedos, el dolor inmediato abrasándole cada una de sus yemas. Podría haberlo soltado de golpe. Podría haber gritado. Podría haber lanzado un garabato de esos que tanto hacían reír a Juan Manuel. O podría al menos haber soplado el líquido hirviente, o haberle pedido ayuda, que tomara él el vaso un momento mientras cogía unas servilletas para no sentir ese maldito ardor en los dedos. Pero no hizo nada de eso. Sólo soportó el dolor.
-¿Y cómo está él?- murmuró apenas.

***

De alguna forma, Felipe sabe que Juan Manuel no va a salir del baño en un buen rato. Lo sabe. Otra cosa es convencerse. Incapaz de acercarse a rescatarlo de esa pena que él supone lo ahoga por la muerte de Ignacio, se pone de pie y vuelve al balcón. Los restos del sol de la tarde alcanzan para despejar su mente por un instante. Repasa la semana que se le viene. Repasa las cuentas que debe pagar. Revisa las llamadas que debe hacer. Calcula los gastos de fin de mes. Apoyado en la baranda de su balcón, recuerda por qué está ahí. Nada de muerte. No más llanto. No le importa. Se alegra de haber sido siempre tan cauto.

***

Hace dos años, Juan Manuel entró con Ignacio al baño del Fausto. Ya encerrados en la penumbra, se sorprendería al reconocer en esa prisa excitante por la desnudez el trazo grueso del cuerpo que en su juventud había conquistado.
En el departamento, Felipe esperaba a Óscar, que precisamente esa noche regresó malherido. Cada agosto parecía irle peor. Al día siguiente, Felipe lo llevó al veterinario para que lo castrara.

***

El camino de regreso fue igualmente silencioso. Felipe estuvo a punto de hacer un comentario acerca de lo viejos que se veían todos en el cementerio. Prefirió callar al ver que Juan Manuel se mordía febrilmente las uñas y comprobar en el espejo retrovisor que ese comentario inevitablemente los incluiría a ambos también. Y se encontró de pronto deseando que acabase ya el fin de semana.

***

En el baño, Juan Manuel cree sentirse enfermo.


Nuevo Plazo para el Concurso Becky Sharp


Muchos lectores de este blog me han pedido que extienda el plazo de cierre del concurso. Y como soy una mujer comprensiva, he decidido fijar una nueva fecha. Aquí van las bases y fechas del Premio Becky Sharp al mejor cuento inédito.

Bases:
Podrán participar sólo personas residentes en Chile y mayores de 18 años.
El cuento es de extensión libre.
El plazo final vence el Viernes 25 de abril a las 23:59 horas.
El ganador será anunciado en La Feria de las Vanidades el día lunes 28 de abril.
Premios:
Primer lugar: "Once completa" con Becky Sharp en lugar a definir por ella, y foto autografiada por ella misma.
Segundo lugar: Premio sorpresa y foto autografiada.
Apúrense, quedan pocos días.

19 abril 2008

Premio Becky: Concurso Literario de Último Minuto

Becky Sharp te invita a participar del
Premio Becky al mejor cuento inédito. Para participar sólo debes mandar un cuento (no muy largo), ser mayor de edad y residir en Chile. El plazo de envío vence el lunes 21 a las 23:59 horas y el ganador será anunciado en este mismo blog el día miércoles 23.
Premio único: Una once con Becky Sharp en lugar a escoger y una foto autografiada por ella misma. ¡Participen! Sólo quedan dos días para que el jurado tome su decisión.

Envía tu cuento como comentario a este post y espera su publicación. Mientras más cuentos envíes, más posibilidades tienes de ganar. Mucha suerte.

18 abril 2008

Jill

Hace unos años alguien me dijo que leer era pasión de gente triste y solitaria, y me dedicó los siguientes versos de Philip Larkin:

Don?t read much now: the dude
Who lets the girl down before
The hero arrives, the chap
Who?s yellow and keeps the store,
Seem far too familiar. Get stewed:
Books are a load of crap.

Aunque no hice caso del consejo -y obviamente seguí leyendo- esos versos me hicieron conocer al poeta Philip Larkin, de quien leí muchos otros versos geniales y que ahora mismo me tiene cautivada con Jill, la novela que escribió a los 21 años. Y claro que leer es una pasión de gente triste y solitaria, como también lo es escribir, pero para mí es algo inevitable. Lean Jill o lo que sea, y nos vemos otro día.




17 abril 2008

Becky fuera de cálculo

Becky está en la bancarrota. Su casa nueva, su estadía en la clínica V.I.P. (en parte auspiciada por su generoso amante), su ajetreada vida social y la ropa invernal de sus hijos la dejaron sin un centavo, y ahora no sabe a quién engatusar para que le regale unas botas y un abrigo nuevo. Por suerte no le resultó su viaje a Buenos Aires ni eligió cortinas caras para su casa o a estas alturas ya estaría en las listas negras del Dicom.

Y eso que Becky es bastante moderada en sus gastos. Nunca en su vida se ha comprado una cartera cara o cremas de marca (las que tiene se las regala su madre o su abuela) ni tampoco va a la peluquería, al gimnasio o al spa. Como detesta que alguien le maneje tampoco gasta en taxis y prefiere ir a una fuente de soda que a un restaurant. Pero así y todo está endeudada y espera aterrada la cuenta hospitalaria de su última intervención.

Por suerte su operación fue todo un éxito y finalmente le sacaron los dos cálculos que tenía en la boca. El doctor quería dejarla un día en la clínica, pero Becky se negó. “No tengo con quién dejar a mis hijos”, le dijo incorporándose en la cama, así que el doctor no tuvo más remedio que darle el alta y verla partir.

Medio mareada por la anestesia llegó a su casa, acostó a sus hijos y leyó un par de páginas de Jill (además se identificó con el protagonista pobretón). “Quedan todavía dos semanas para que termine este mes”, pensó antes de dormirse, “y tantas cuentas que pagar”. Sin el cálculo en la boca y con calculadora en mano, tendrá que hacer malabares hasta mayo o conseguirse un trabajo (o un amante) más lucrativo del que tiene en la actualidad.

11 abril 2008

Becky entre la guerra y la paz

Aunque me costó, finalmente terminé de leer Suite Francesa. A ratos el libro se me hizo largo y reiterativo, pero en general me gustó la pluma de Irene Némorovsky, y me hubiera encantado leer las dos o tres partes que dejó inconclusa la escritora y que al parecer desarrollaban más el conflicto amoroso de la novela. Y mientras esperaba que me tomaran unos exámenes en la clínica, me puse a leer la última parte del libro: los apuntes que ella tomó mientras escribía la novela, y me detengo en un párrafo donde la Némirovsky habla de Guerra y Paz y sobre la importancia de que las escenas históricas aparezcan desde la mirada de los personajes.

En ese momento me acordé de mi antiguo profesor de narrativa -y de uno de sus alumnos, que contra viento y marea escribía una novela histórica chilena- y tomé mi teléfono y lo llamé desde la sala de espera de otorrinolaringología. Cuando me contesta le cuento de Suite Francesa, de Irene y de los consejos que podría darle a su alumno para construir su novela histórica, y él me cuenta que precisamente está leyendo Guerra y Paz y me habla de Andrei y la princesa María, de Natasha y Nikolai. En nuestra conversación aprovecho de contarle de mis desventuras, de mi estadía en la clínica, del robo de mi perro, de los malos ratos que he pasado desde que dejé el taller, y él me da ánimo y me hace reír. Cuando colgamos, miro por la ventana unos árboles preciosos a lo lejos y pienso en lo fluctuante que fue nuestra relación alumno-profesor, en las muchas veces en que nos llenamos de discusiones, ironías y pequeñas odiosidades, y en las otras ocasiones de relajo, buen entendimiento y comprensión. De guerra y de paz.

Y si he de elegir entre la guerra y la paz, me quedo con la paz. Hacer la guerra es muy fácil, en especial si uno tiene la lengua afilada, pero es mejor alcanzar la paz o al menos tratar de buscarla. Uno podría pasarse la vida enojándose por las estupideces que cometen las personas (como una señora que me acusaba en un blog de ser adúltera porque, por equivocación, le llegaron los mensajes de texto que yo le mandé a una amiga mientras estaba en la UCI) o porque te dijeron tonta, mimada o poco agraciada. Pero la vida es muy corta como para estar perdiendo el tiempo en tonterías, y por el momento prefiero el silencio que responder los ataques, prefiero callarme para no herir o causar más problemas, prefiero leer sobre la guerra, pero vivir en paz.

Que tengan un lindo fin de semana (y hagan el amor, no la guerra).

08 abril 2008

Sobredosis de Familia

Después de pasar más de un mes y medio veraneando con mis papás, mis hermanos, mis cuñados y mis sobrinos, pensé que de vuelta a Santiago no les vería el pelo. Pero ha sido todo lo contrario. No ha pasado ningún fin de semana en el que no nos veamos.

El fin de semana pasado almorzamos todos en la casa de mi hermana y el domingo, todos juntos de nuevo, ahora en el club. Y este fin de semana nos juntamos a almorzar en el Divertimento y después paseamos por el cerro San Cristóbal -arriba de los teleféricos- y fuimos a rezarle a la Virgen para que nos trajera de vuelta a Peludito, y terminamos el domingo con un gran asado en mi casa. (Ahora que lo pienso el fin de semana antepasado también nos vimos, para la celebración del cumpleaños de mi hijo mayor).

Y no me he cansado de verlos porque, aunque somos bastante distintos, nos queremos mucho y nos respetamos. Mi hermana, siempre preocupada de recibirnos bien, con rica comida y deliciosos postres. Mis papás, cada día más relajados y felices con sus seis nietos. Mi cuñado, muy divertido. Y mis sobrinos, que son tres niños deliciosos, y que junto a los míos forman una pandilla muy unida que no para de jugar.

Y aunque muchas veces hemos peleado y nos hemos dicho un millón de barbaridades, siempre terminamos abuenándonos y juntándonos de nuevo. Como pasa con los buenos amigos, como pasa con las verdaderas familias.

Los quiero mucho, y aunque ninguno de ellos lea este blog, les dedico este post estilo Candy por estar siempre a mi lado.

Gracias.


04 abril 2008

Los pecados de Becky

Una amiga que se está contruyendo su casa nueva -una casa preciosa, por lo demás- me cuenta que ya ha sentido una que otra mala onda de la gente. "Eso se llama envidia", le preciso yo, y ella asiente, porque sabe que es verdad y porque ya antes había sentido las miradas de envidia sobre ella misma.

Se envidia la riqueza, la inteligencia, el buen gusto, la belleza, el poder. A ella le envidian su casa, su vida, su cara de muñeca. A otros les envidian su trabajo, su puesto, su cuerpo, su mujer. La soltera envidia a la casada y la casada a la soltera; la que no tiene hijos a la que los tiene y la que los tiene a la que tiene más.

Yo no envidio a nadie, y soy capaz de gozar con la felicidad y triunfo de los otros. A veces, eso sí, he codiciado los bienes ajenos -especialmente los viajes ajenos- y he deseado ser más flaca y estilosa, más buena y más mala, más relajada y menos mal pensada, más deportista y menos mimada.

También he sentido gula extrema (sobre todo de chocolates) y he sido avara con mis libros y mis hijos (también he sido tacaña con mis afectos).

He sido lujuriosa y lujosa; fantasiosa, mentirosa e intrínsecamente infiel. Pero envidiosa, para nada. Debe ser porque me conformo con lo tengo y con lo que soy, o porque me preocupo tanto de mí misma que no tengo tiempo de mirar a mi alrededor.

02 abril 2008

Good bye Moleskine

Hace un par de años un generoso amante le regaló a Becky una libreta Moleskine para que anotara "sus pensamientos". Ella -tan esnob y arribista como siempre- quedó fascinada con el cuadernito de cuero italiano (él mismo que supuestamente usaron escritores como Hemingway o Chatwin) y lo llevaba a todas partes en su cartera, sintiéndose con él como una verdadera escritora de viajes.

Lo llevaba a su taller literario para tomar apuntes y al supermercado con la lista de compras; lo usaba para anotar teléfonos y para guardar boletas y recibos en el bolsillo secreto; lo llenaba con muestras de géneros y con apuntes sin importancia. Lo único que no hizo fue llenarlo de "sus pensamientos", no porque no los tuviera sino porque no le daban ganas de escribirlos sobre el papel.

Y pasó que hace unos días la famosa libreta de Becky explotó. Ocurrió mientras conversaba con una amiga afuera de la Galería Animal -Becky con su Moleskine en la mano estaba anotando el teléfono de un gásfiter- cuando el elástico café que envuelve la libreta se rompió tirando al suelo decenas de papeles y boletas, géneros y cotizaciones, y convirtiendo su arribista libreta en un simple cuaderno viejo. "Adiós querida Moleskine", se dijo Becky, y por un segundo pensó en lo riesgoso que era ser tan esnob.