29 junio 2010

Ando antojada con ir al Majestic, mi restaurant favorito. Fui hace poco -hace como un par de semanas- con mis amigas de colegio, pero estaban tan preocupadas de intercambiar láminas para el álbum mundialero de sus hijos  que se olvidaron de conversar, y debí comerme el murgh tikka masala y el nan con sésamo mirando autoadhesivos de futbolistas en el más absurdo silencio. Por eso necesito volver a repetirme ese pollo delicioso, esta vez con un mejor partner indio, y poder compartir especias y arroces varios, además de un buen vinito, y una mejor conversación de por medio.


Mi otro antojo -ahora de día- es  ir a almorzar al Huerto con mi amigo Rodrigo C. y pedirme esa ensalada con arroz integral y tomates deshidratados que tanto me gusta. Ya hemos ido otras veces y la verdad es que es un placer para el paladar y para mi corazón. Porque debo decirlo, aunque  quizás se me enoje por nombrarlo en este blog, y es que él es una de la personas que más quiero en la vida (no quiero cartas al director ni escenas de celos, please) y tenerlo de amigo es uno de mis grandes orgullos.
Rodrigo es profesor de lenguaje y escritor. 
Lo conocí hace años en un taller literario, donde solía escandalizar a la concurrencia con sus cuentos calentones pop, y a las pocas semanas de clases ya éramos amigos inseparables (ayudaron harto, eso sí, los pisco sour a luca que tomábamos en el bar del hotel Foresta a la salida del taller). Rodrigo tiene un don especial en narrar lo inarrable, en llevar al lector a situaciones difíciles y en hacernos cómplices de lo triste y patético que es el desamor. 


Su novela -que espero pronto ver en alguna editorial- es espectacular, porque con su lenguaje pop y sus citas al cancionero AM nos lleva a la triste y patética vida de un adulto enamorado de un joven menor y de cuánto sufrimiento se puede esconder tras un sentimiento que, visto desde afuera, puede asociarse con la perversión. Es una novela increíble, lúcida, densa, pero a la vez irónica y liviana, lo que la hace una lectura excepcional, que definitivamente debiera conocerse.


Como también debiera conocerse su obra pictórica, que tiene mucho que ver con su producción literaria, y que sin duda sería la portada ideal para su última novela. Porque Rodrigo también pinta. Y no sé cuándo ni cómo juntó una cantidad de obras que ahora se exponen en la Biblioteca Viva del mall Plaza Sur (para los perdidos, en San Bernardo) y que son un deleite para los sentidos. Su paleta de colores es fuerte, porque Rodrigo es de emociones extremas, harto rojo, negro y amarillo, y sus imágenes nos remiten de inmediato a lo pop, a los cómics que tanto lee, a la iconografía op, pop, top, chop que tanto le gusta, pero también a su lado cebolla y sensible -ese de la canción de Yuri y de Raphael- que utiliza para hablar de sentimientos, con ironía, con desapego, pero que en el fondo son la esencia de su literatura y su pintura. 

Porque su obra es sensible: nos transmite dolor, violencia, miedo, incluso rabia, pero estos sentimientos aparecen adornados de una aparente superficialidad (como ese cuadro que muestra a la mujer metralleta en posición sexy), como para alivianar el discurso, como para no ser tan densos ni graves, y que nos permiten ver la obra con distancia -si queremos- o con profunda sinceridad, si somos lo suficientemente valientes como para entrar en territorio peligroso. 

Un poco lejos, pero vale la pena ir a ver esta exposición, y de paso conocer esta preciosa biblioteca y su enorme aporte a la cultura y la educación. Felicitaciones, Rodri, excelente trabajo.




14 junio 2010

Para que no se me tilde de negativa, debo recomendar el Artes y Letras de ayer. Muy bueno de principio a fin, en especial el artículo de Joyce Carol Oates sobre Alice Munro y la acertada crítica de Gandolfo de Dublinesca. Eso. Tengo que estudiar.
PD: Qué bueno que volviste, Hal, pensé que te había perdido para siempre.

11 junio 2010

decepcionada con la cultura Parte II

Me escribe una tal Fernanda para tratarme de estúpida. Claro, no lo dice de manera tan directa, sólo sugiere que cambie el nombre de Becky por el de Amelia, en alusión al epígrafe de este blog. Y como no sé quién es, no pierdo el tiempo en contestarle. Seguramente no le pareció bien mi opinión sobre la exposición en las Casas de Lo Matta. Y la verdad es que me da igual. Porque como no soy curadora ni experta en arte colonial, tengo todo el derecho -como visitante de una muestra- a no entender o no poder apreciar lo que allí se expone. Y si eso me hace estúpida, entonces lo soy. ¿O cabrá la posibilidad de que no haya estado lo suficientemente clara la muestra y por eso no la entendí? ¿O quizás sí sé de arte colonial y por eso encontré tan pobre la muestra? Además no creo haber dicho algo ofensivo en mi post, y por eso sigo pensando que esa exposición podría haber sido mejor: con mejores obras -que sí las tienen los distintos museos- y mejor montaje -mejor iluminación, más claridad y explicación-. Quizás Fernanda podría darse una vuelta por la exposición o leer con mayor comprensión antes de hablar.
Como sea, su comentario me hizo recordar las cientos de comentarios mala leche que se publicaron a raíz de la entrevista al Padre Berríos o los posts que diariamente llenan los blogs de los diarios provenientes de personas incapaces de tolerar opiniones distintas a las suyas. Y quizás por eso nuestros medios culturales han perdido tantos columnistas en el último tiempo. Pareciera que nuestra sociedad no está preparada para la crítica, la opinión, el pensamiento. Y quizás la pobreza cultural en la que estamos sumergidos es consecuencia de esta incapacidad de juzgar lo que vemos. La crítica literaria en ese sentido es más valiente, porque -por lo general- juzga la obra literaria sin guardar consideraciones por el autor o la editorial. En el arte, en cambio, la opinión es mal vista cuando no es pura lisonja.
Yo -a diferencia de lo que piensa Rolando- suelo deleitarme con las muestras de arte nacional. Como no soy tan entendida, me dejo llevar por lo estético y por eso en este blog suelo recomendar exposiciones para visitar, así como libros, bares o restaurantes que me gustan. Ayer, por ejemplo, fui a ver una exposición preciosa en el Departamento 21, de una pintora que me encanta, Natalia Babarovich, y debo decir que el montaje, la curatoría y las obras escogidas me parecieron impecables. Pero es sólo una opinión, una más de las que leen quienes siguen este blog hace años. Y aunque agradezco las decenas de visitas que me llegaron por mi post anterior -al parecer alguien linkeó mi comentario en facebook y lo hizo más masivo- es de esperar que quienes lean este blog realmente comprendan el idioma, y sean capaces de diferenciar una opinión personal de un ataque o una mala intención.

07 junio 2010

decepcionada con la cultura Parte I

Debo confesar que desde hace un buen tiempo todo lo que tiene que ver con cultura me tiene muy decepcionada. Los sábados leo la sección de cultura de La Tercera y por lo general no me interesan más de dos artículos y los domingos al tomar el Artes y Letras me aburro desde el comienzo al fin, en especial con todos esos temas dedicados al patrimonio y al abobe y al rescate de la teja chilena, que me imagino deben encantarles a un par de latifundistas pechoños y a los amantes de "lo nuestro", la cueca, el poncho y la empanada. Pero a nadie más.

Debo confesar que me aburro y que ni siquiera puedo entrar en cada tema, porque por lo general están escritos de manera tan básica, casi colegial, que no son, en sí mismos, ningún aporte cultural. Yo escribo de cultura, y creo que no lo hago mal, y en cada tema que escribo no sólo aporto conocimiento, sino que además trato de mostrar un estilo, una gracia, algo más que un alto de párrafos ordenados y redactados con cuidado. Cómo puede ser que un suplemento de cultura tenga artículos de tipo ensayo colegial o entrevistas de primer año de periodismo. ¿Qué pasa con la ironía, la opinión, el bagaje, la entretención? Por supuesto que hay excepciones, y ambos diarios tienen plumas muy buenas -Pedro Pablo Guerrero, Roberto Careaga, Patricio Tapia, Andrés Gómez, por ejemplo-, pero creo que esos periodistas deberían ser la norma del diario y no bajar de ese nivel. 
Tomo el Sunday Book Review del New York Times y me encuentro con un excelente artículo de Jonathan Franzen sobre Christina Stead, una escritora de los años 40, a quien no conocía y está tan bien escrito que de inmediato me engancho con Franzen y con la Stead, así como hace años un artículo de Franzen me llevó a la escritora Paula Fox. Porque eso es lo que hace un buen artículo, una buena pluma, un buen periodista cultural. Y claro, también un editor. Porque la Stead no es actual, ni publicó un libro hace poco, ni nada que haga noticia, pero un buen periodista puede llevar un tema a la actualidad, puede revisitarlo años después y hacerlo llegar a un público que se mantenía al margen.
Tomo otro artículo, es del New Yorker de este fin de semana, sobre los 20 mejores escritores de menos de 40 años. Y claro ahí está nombrada Chimamanda Ngozi, de quien ya he hablado en este blog, pero que para los medios culturales chilenos no existe. Y está Daniel Alarcón, y la Nicole Krauss, y Jonathan Safran Foer. Y está un editor que pensó en marcar su propia pauta, que pensó en crear una especie de canon y que se la jugó por algo distinto, aunque ni tan original.

Pero en Chile nadie se atreve con las listas. Ni a criticar cuando algo no está bien. De seguro, cuando aparezca un comentario sobre la exposición "Para Subir al Cielo" que acaba de inaugurarse en Casas de lo Matta, se dirá que el era buena, que estaba bien montada o que quizás el arte colonial chileno no es mejor que esto. Pero quién se atreverá a decir lo que yo -y mis acompañantes- pensamos cuando visitamos la muestra.
Quién se atreverá a decir que las obras seleccionadas no eran las mejores, que la exposición no está bien curada, que no es clara ni educativa, que el montaje parece tienda Fiorucci con tanto ángel celeste, pero que no tiene nada que ver con el arte religioso colonial. ¿Dónde está el orden, la lógica, la explicación, que no sólo debe incluir la mirada estética sino también la visión religiosa? ¿Cómo puede ser que la que obra más importante -una imagen de San Francisco Javier agonizante del escultor jesuita germano Jacobo Kelner- estuviera puesta en una caja de vidrio a tal altura que hacía imposible apreciarla en su totalidad? ¿Alguien se atreverá a decirlo, sin el miedo a enemistarse con el alcalde, el museólogo o el curador? Por lo menos hoy, me atrevo yo.

01 junio 2010

31 de mayo

Ayer seguí celebrando mi cumpleaños, esta vez con mis otras amigas. Es que esto de ser tan amistosa y tener amigos tan distintos me obliga a celebrarme por chorreo. Y ayer le tocó el turno a mis mis nuevas amigas de la vida y a mis viejas y queridas amigas de colegio. En la mañana, eso sí, aproveché de estudiar, y ya a la 1 y media me emplumé rumbo al Mozart para almorzar con un grupo de amigas bastante recientes, pero que se han convertido en grandes amigas del alma (¿quién dijo que las amigas surgían de la infancia?). La rubísima C., la Jackie O., la Rose Marie, tan encantadoras y confiables, que con ellas se puede hablar desde lo más trivial a lo más profundo, y que hasta me cantaron Happy Birthday con una vela en una creme brulèe. Y de ahí volé a la U, porque el almuerzo duró hasta las cinco y yo a las 6 tenía que estar en Macul. Y a la salida, volví a volar, esta vez hacia la Dehesa, para celebrar mi cumpleaños en el Cangrejo a Conejo, donde comimos exquisito y conversamos de lo lindo, acompañadas de un rico champán brut. Una delicia de día. Y tan regalada quedé que ahora tengo crema fina y manicure y pedicure juntas, y productos orgánicos para comer, y adornos varios para la casa. La verdad es que he estado demasiado celebrada, y me he sentido muy feliz. Creo que estos 36 los estoy empezando de perillas.
PD: Hoy día vi las fotos de la fiesta y la verdad es que están impublicables. ¿Qué hacía yo en el suelo? ¿Por qué estábamos todos tan abrazados y calugosos? ¿Por qué hay tantas fotos de derrieres? En todo caso me han hecho reír toda la mañana, aunque ahora vuelvo a mi lectura del día: Eco y el Lector in Fábula.