31 marzo 2010

Entre copias y copias



Cuando salí de la Universidad prometí que nunca más en la vida volvería a leer y estudiar de una fotocopia. Nunca más llevaría libros de la biblioteca a esos sucuchos universitarios que se llenan de estudiantes impacientes y jóvenes fotocopiadores de distintos humores, con ese olor a tinta quemada impregnándolo todo y papeles y papelitos repartidos por todas partes -para indicar comienzos y finales, y también los precios y los nombres de todos los alumnos que necesitan una copia de Bachelard, Piaget o Bajtín-. Prometí que si algún día volvía a entrar a la Universidad me compraría los libros de lectura o me los conseguiría, pero no volvería a estudiar en un facsímil ya subrayado, al que por lo general siempre le falta un par de páginas y tiene borroneado los pasajes más importantes.

Pero aquí estoy, de nuevo en las pistas. Tratando de hacerme amiga del "amigo" fotocopiador, pidiendo copias de cuanto teórico existe, corcheteando páginas y leyendo entre las líneas borrosas y/o rayadas y cargando cientos de páginas de aquí para allá. Y no crean que no traté de conseguirme los libros. Traté, pero no están. O sólo están en la sección de la biblioteca que no presta a nadie. Salvo al fotocopiador.

Lo único bueno ha sido constatar que la inflación no ha llegado al mundo de la fotocopia universitaria y que el precio sigue en $15 por hoja, ¡el mismo precio que tenía hace 13 años cuando egresé! Y esta es sólo una de las pruebas que confirma una de mis primeras hipótesis: aquí realmente el tiempo no ha pasado.

22 marzo 2010

Ah, y odio la palabra DANTESCO... creo que todos quienes la han usado como sinónimo de tragedia o catástrofe durante este terremoto no tienen idea ni quién fue Dante.

El 27 de marzo a la 1 de la mañana llegamos de nuestras vacaciones en el sur. Dos horas después un terremoto de más de 8 grados nos sacó de nuestras camas y nos expuso nuevamente ante una de las mayores fuerzas de la naturaleza. Vino el corte de luz, las noticias en la radio, el maremoto en algunas zonas costeras, el dolor de quienes perdieron a sus seres queridos, sus casas, su vida. Y aunque fui una afortunada por no tener que lamentar ninguna desgracia personal, por unos días mi vida también pareció quedarse suspendida en la tragedia. Los días en Chiloé y Valdivia se sentían lejanos y hasta reír me parecía inapropiado frente a tanta desgracia circundante.

Pero de a poco la vida comienza a normalizarse. Los niños entran al colegio y aunque siguen las réplicas hay que ir a comprar cuadernos y camisas celestes. De a poco comienzan a aparecer los amigos y sus distintas versiones de ese fatídico amanecer de marzo. Tratamos de ayudar con comida, ropa, plata, para tantos damnificados. Rezamos, pedimos, agradecemos estar sanos. Llamamos a nuestros conocidos, nos acercamos a nuestras familias. Quisiera decirles a todos lo feliz que me siento de que todos ustedes estén bien. Que mi familia no haya sufrido, que la familia de mi amigo Pablo en Concepción no sufriera daño, que mis amigas estuvieran en lugares seguros, que los que estaban cerca del mar pudieran arrancar. Agradezco que todos ustedes hayan pasado el terremoto sin rasguño, pero ante tamaña tragedia a veces se hace difícil volver a la cotidianidad. Y reconozco que me ha costado volver a salir de noche y retomar mis cafés con las amigas. He tenido un par de almuerzos -eso sí- que me han hecho reír por un rato y también volver a recordar el verano y el cielo con nubes cambiantes de Chiloé. Pero también han sido muchas las invitaciones que he declinado.

Como que por el momento mi cuerpo me pide quietud y mi mente, un respiro. Y aunque pensaba seguir este año con lo de siempre: mis artículos para el diario, mi mini taller de narrativa, mis horas de escritura y mis clases de yoga, algo hizo cambiar mis planes post terremoto y me impulsó a la universidad. Hoy entro al magíster de literatura en la Chile, sin conocer a nadie, tal como a los 17 entré a periodismo en la UC. Y me siento feliz por la decisión que tomé de volver a estudiar. Y me siento entusiasmada por volver a las lecturas, las clases, los ensayos, las tesis. Y volver a ser alumna, ahora que tengo 35 y tres niños grandes en plena vida escolar. Mi amado dice que esperé demasiado tiempo en cumplir mi sueño. Yo creo que este momento no podría ser mejor.

Espero poder seguir con el blog y con el mini taller, y también con los cafés a media mañana. También quiero escribir sobre el espectacular libro que leí de Lorrie Moore y sobre los fogosos efectos de las ostras de Caulín. Pero déjenme tomarme mi tiempo. Que todavía no miro las fotos del verano ni se me olvida el ruido que hizo la tierra al temblar.

19 marzo 2010


Perdonen, mis queridos lectores, por tenerlos tan abandonados, pero este comienzo de año ha sido de locos. Prometo ponerlos al día dentro de esta semana. Y con sabrosas novedades. Nos vemos.
B.S.