15 marzo 2018

Tres libros que no pensaba leer


Cada enero me preparo de un buen arsenal de libros para partir a la playa por un par de semanas con mis hijas y sus infaltables amigas invitadas. Los libros son mi especie de armadura frente a este verdadero team de verano formado por ocho adolescentes para quienes las vacaciones son puro grito y baile –y canturrear Moral Distraída a toda hora- y mi excusa para resguardar un par de lugares de silencio en la casa –mi pieza y el living- y escapar del desorden constante, el parlante sonando en la terraza todo el día y el interminable sonido del secador de pelo cada noche. Los libros también son mi compañía para hacer hora mientras espero que vuelvan de carretear.
Pero algo pasó este año que me quedé sin libros. Los que había encargado a Book Depository estaban retenidos en una bodega de correos y minutos antes de partir a la playa no tenía nada nuevo que leer. Llevaba un tiempo pegada con escritores latinoamericanos nacidos en los 70 y 80 y sus historias de barrios, boliches y viajes, y de repente me vi buscando en mi biblioteca algún libro que hubiera quedado rezagado. Y ahí estaba Tierra desacostumbrada (Salamandra, 2010) el libro de relatos de Jhumpa Lahiri que había comprado hace varios años y que no sé por qué no había leído.
Demás está decir que el libro me encantó. Relatos bien escritos, sobrecogedores y simples sobre padres, hijos y hermanos de inmigrantes bengalíes que viven en Estados Unidos y Europa, con realidades e identidades muy disímiles y un distinto grado de cercanía o apego a su origen indio. Son historias de familias, de vecinos, de amantes: cuentos que hablan de los éxitos económicos o académicos de estos inmigrantes -también de pérdidas y grandes dolores-, pero siempre, aunque sea disimuladamente, del aporte bengalí a la sociedad occidental.
Cuando terminé el libro volví a leer el epígrafe del comienzo, que es una cita tomada de La Aduana de Nathaniel Hawthorne. “La naturaleza humana no dará fruto, al igual que la patata, si se planta una y otra vez, durante generaciones, en la misma tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada”. La cita queda perfecta si hablamos de inmigración y de las ventajas de la multiculturalidad. Pero también si la aplicamos a nuestras vidas, cuánto más ricas son nuestras conversaciones cuando estamos sentados en una mesa diversa en edades, sexos, pensamientos. Cuánto más ganamos cuando salimos de nuestro barrio, de nuestro círculo de conocidos y vemos lo que pasa más allá. Pero es más fácil decirlo que practicarlo. A medida que mis hijos crecen me cuesta ver que siguen caminos distintos a los que en mi mente les he trazado. Eligen sus lecturas, sus amigos, y hasta sus vacaciones. “Qué bueno que no siga tus pasos”, me dice mi amigo Rodri cuando le cuento que el mayor de mis hijos entra a una facultad de periodismo distinta a donde yo estudié. Y tiene razón, es mejor que cada uno siga su propio camino, pero cuesta asumirlo cuando eres malaza para los cambios.
Los días están nublados en la playa y las adolescentes no se pierden noche de discoteque. Busco en esta casa algún otro libro para leer y encuentro uno que había dejado mi marido en navidad. Muriendo por la dulce patria mía (Laurel, 2017) un libro sobre Arturo Godoy, el boxeo chileno e Iquique, tres cosas que no podrían interesarme menos, pero que me cautiva de inmediato. Escrito con maestría por Roberto Castillo, quien aparece como narrador e investigador de una historia magnífica donde intenta reconstruir la vida del campeón chileno de box a través de mitos y verdades, cartas, entrevistas, diarios y uno que otro encuentro (como la descabellada comida  que tuvo el propio Castillo con el nonagenario manager de Godoy en su departamento de Nueva York), y que forman un conjunto gracioso, triste, glorioso y, a mi parecer, muy auténtico de lo que fue el gran Arturo Godoy.
Veo que en Twitter algunos de los que sigo se han puesto a leer La Divina Comedia siguiendo una invitación que hizo el ensayista @maurette79 a hacer una lectura, simultánea y masiva, del famoso libro de Dante Aliguieri. Y aunque no tengo el libro en la playa, sigo a @autodante que sube un canto al día en Twitter y me uno a esta lectura compartida que comenzó el 1 de enero y que espera terminar con el canto 100 el 10 de abril.
Y pienso en la frase de Hawthorne y la asocio con la lectura. No hace mal leer, de vez en cuando, lecturas desacostumbradas. Buscar otras editoriales, leer un clásico de hace 700 años en Twitter, abrirse a otros escritores. Y después volver a casa con la sensación de haber viajado y sembrado y entonces, retomar lo tuyo con la cabeza más abierta y leer con felicidad esa Emma de Jane Austen que habías olvidado en el velador.

Publicado en el blog de Fundación La Fuente el 20 de febrero del 2018 (fundaciónlafuente.cl)


06 diciembre 2017

revolver

Me acaba de llegar un correo de Google avisándome que si no activo este blog lo van a cerrar. Y con el cierre quedan fuera del ciberespacio (¿se usará todavía esa palabra?) todos los posts que he subido a este lugar. Y aunque no tengo ganas de reflotar el blog, tampoco quiero perder lo que he escrito aquí. Sobre todo si tengo en cuenta de que no guardo registro ni respaldo de nada de lo que he escrito y publicado durante estos años.
Entonces el blog se queda. Y quizás de a poco suba algunas cosas.  Soy tan distinta desde que empecé a escribir aquí (de partida mis hijos ya no son niños chicos). Y por ellos, por si alguna vez quieren leerme (o por mis nietos, qué amor), es que mantengo La feria de las vanidades, el blog de Becky Sharp (o mejor dicho: el blog de Soledad Rodillo).
Nos estamos viendo.

13 octubre 2016

Libros que llegan por azar


Suelo caer en las novedades. En el libro de cuentos recién aparecido, en la novela que ganó el premio Man Booker, Booker, Goncourt, o el que sea, el último libro del autor o autora que aparece en el New Yorker o en el Guardian, en las reseñas de los diarios o revistas locales e hispanos, y me olvido de los otros, los libros que se escribieron antes, a menos que ocurra algo fortuito que me lleve a ellos o sea época de vacaciones, donde siempre recurro a algún clásico, de esos gordos, que termina volviendo a Santiago con sus portadas gastadas y sus hojas llenas de arena.
Hace unas semanas una amiga, a punto de parir, me pidió que le prestara un libro entretenido. Le había recomendado La montaña mágica y lo había encontrado soporífico y necesitaba distraerse antes de que naciera Facundo. Entonces me acordé de un libro que compré hace como diez años y que, aunque sabía que era bueno, nunca leí. Pero mi amiga no pudo pasar a buscar el libro a mi casa y después de ver durante días El buda de los suburbios en la mesita de la entrada, me decidí a leerlo.
Y resultó que el libro me encantó de principio a fin. Es la historia de Karim Amir, un niño de padre indio, nacido en Londres, que crece en un suburbio pobre de esta ciudad y que descubre de a poco los códigos para sobrevivir en una escuela donde los indios son discriminados,  donde las oportunidades son escasas y la educación es asunto de privilegiados. Un niño que crece con un papá que se convierte –de un día a otro- en un santón del barrio, y que le hace descubrir un mundo más amplio, y donde Karim empieza a escalar cada día más socialmente (y descender moralmente) al conocer el Londres de la burguesía intelectual, de la experimentación sexual de los 70, del snobismo del arte y de la soledad de la gente rica. La novela, escrita por Hanif Kureishi en 1990 también ganó un premio literario en su momento, pero 16 años después uno ya ni se acuerda de eso. Finalmente queda la novela, a punto de pasar a ser un clásico de este autor tan conocido por sus guiones de películas (Mi hermosa lavandería y Sammy y Rosie van a la cama, que fueron dirigidas por Stephen Frears), una obra graciosa, profunda e irónica sobre la iniciación sexual, social y cultural de un joven inglés al que muchos en su país ven como un extranjero.
No había terminado la novela cuando por casualidad –en un vuelo de avión- me encuentro con una película de Wes Anderson que no había visto: Viaje a Darjeeling, estrenada el 2007, donde tres hermanos hacen un viaje por la India para encontrar a su madre que los había abandonado años atrás. La película está llena de imágenes imborrables, de estos hermanos que se odian pero se adoran y que terminan haciendo esta especie de viaje de sanación para superar la muerte del padre, la ausencia de la madre y expiar sus propios fracasos. La película está llena de imágenes de la India, de los trenes, de los paisajes, de su gente, a diferencia del libro de Kureishi, donde la India es el lugar de origen del padre, pero al que nadie en su familia ha querido volver. Karim, el protagonista de la novela de Kureishi, ni siquiera habla indio, y cuando lo contratan en una obra de teatro para hacer el papel de Mowgli de El libro de la selva inventa un dialecto propio, mezcla de inglés, indio y cockney, que se roba todas las carcajadas del público.
Unos días después de terminado el libro (y ya de vuelta de mi viaje) me llama un amigo para invitarme a un taller de lectura. Más por socializar que por leer (porque por trabajo o por gusto siempre estoy leyendo), le digo que sí y me cuenta que el libro del mes es Vida de familia, de Akhil Sharma, uno de los escritores destacados por la revista Granta. A estas alturas ya pienso que esto es más que una casualidad. Por tercera vez en el mes voy a meterme en una historia relacionada con la India.
Ahora es sobre una familia india que se va a vivir a Estados Unidos en los 80 con la esperanza de salir de la pobreza y alcanzar el sueño americano. Pero en Estados Unidos aparecen las más grandes frustraciones: el desarraigo, la soledad, la discriminación. El protagonista, Ajay Mishra, comienza a narrar esta historia desde que tiene 8 años, y en su relato aparecen sus grandes dolores, el rechazo de sus compañeros, el alcoholismo del padre y la enfermedad de su hermano mayor. Hasta que, por azar, conoce la literatura –y en especial la obra de Hemingway- y comienza a leer y escribir; y la escritura se convierte, de pronto, en la coraza que necesita para defenderse de los ataques de sus compañeros: “Ahora empezaba a sentir que iba por la vida coleccionando cosas que podría utilizar más tarde: el sonido de una pelota de ping-pong era como una mujer que camina con tacones altos, el flujo de la ducha era como los parásitos en un televisor. Me protegía ver cosas como material de escritura. Cuando un chico buscaba pelea diciendo: ‘Eres vegetariano, ¿eso quiere decir que no comes coños?’, pensaba que podría servirme para un texto narrativo”.
La literatura nos lleva a coleccionar imágenes, frases, personajes. También nos lleva a rumbos desconocidos. Un autor te lleva a otro, un libro te lleva a otro, y una historia puede ser contada de mil maneras. La familia de Ajay Mishra –como la familia de El buda de los suburbios- nunca más vuelve a la India, y el lejano país –que ha aparecido representado en la literatura de tantas maneras como por tantos autores –Naipaul, Maugham, Forster, Lahiri, y tantos más- acá se nos presenta como una ausencia, como el lugar del que vienen las familias Amir y Mishra, pero que de a poco se va desdibujando –como una foto vieja- en la memoria de quienes han emigrado.

Publicado el 30 de septiembre de 2016 
Fundación la Fuente


¿Y si vuelvo?

05 diciembre 2012

Guerra y paz antes de que termine el año

Alcancé a leer Guerra y Paz antes de que terminara el año. El libro es entretenido y se lee rápido, a pesar de que es tan pesado que cuesta sostenerlo entre las manos. De verdad lo recomiendo (con las escenas de guerra incluidas), por lo menos para conocer al príncipe Andrei, que es el que se roba todas las escenas.   

Y después me leí El Sur, de Daniel Villalobos, que es bien bueno. Una novela sin grandes pretensiones, pero que encanta por lo simple y sincera. El libro me lo autorregalé hace poco -mientras compraba algunos regalos de pascua- y se lee tan rápido que llega a dar un poco de pena. 
También me compré un libro de ensayos de Lina Meruane, que ya empecé a leer junto a La Araña de Clarice Lispector. No sé cuál terminaré primero, pero no me quiero llevar ninguno de ellos de vacaciones, así que me tengo que apurar. Ando floja para escribir en este blog. Y lo hago solo para no perder la costumbre. Lo único que hago es escribir mi tesis (y tratar de terminarla antes de que empiece el 2013). Pero me gusta como está quedando y me entretiene escribirla y estudiar sobre el tema. Quizás cuando la termine, empiece altiro otra y luego otra más. Y me convierta en una tesista consecutiva. Ahora me voy a dormir. Gracias por seguir leyéndome (en especial tú, amigo extranjero). Nos leemos otro día.

                                                                                       




01 octubre 2012

últimos días de invierno

Lo siento. Me fui de viaje por muchos días. Y abandoné este blog durante los últimos días de invierno. Ahora en primavera espero seguir escribiendo en esta feria de vez en cuando. O de cuando en vez. Saludos desde Prospect Park.
Prospect Park, Brooklyn, NY

06 septiembre 2012

septuagésimo octavo y noveno días invierno

Rodrigo Costas


Amigos todos, aún no he partido y ya los echo de menos. ¿Sería posible vernos antes de mi viaje?
Sinceramente,
B.

04 septiembre 2012

Septuagésimo séptimo día de invierno

Mal de amor

No seas vanidosa amor mío
porque para serte franco
tu belleza no es del otro mundo
Pero tampoco de éste.

Óscar Hahn
Premio nacional de literatura 2012

29 agosto 2012

64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71 y 72 días de invierno

He estado desaparecida del blog. Pero ya retomo. Estos días han sido muy ajetreados: que las reuniones de colegio, que llevar y traer niños a dentistas y demases, que leer y escribir la tesis, que preparar el próximo viaje. Pero han sido días entretenidos. Días de más sol y menos frío, de salir con amigos a comer (no recomendaré el lugar, porque era bien malo), de ir al club a bañarme con mis niñitas a la piscina temperada, de salir a caminar por mi barrio, mi lindo barrio.

He andado tan tranquila que hasta los problemas me han resbalado. Se me perdió un lente de contacto mientras terminaba Tierna es la noche, y me dio lata, pero ya lo olvidé. Mandé a hacer uno nuevo, enriquecí a Rotter & Krauss, recibí un pésimo reembolso de la isapre. Pero ya, pasó, no me quitó la cara de felicidad.

Y ahora leo un libro nuevo (trato, porque entremedio me puse a leer a Judith Butler para mi tesis y casi no me queda tiempo), un libro que se llama HHhH, escrito por Laurent Binet, que viene a Chile en septiembre. 

Y gozo estos días casi primaverales desde la ventana de mi escritorio, con vista al magnolio que ya floreció, y pienso en lo afortunada que soy de tener este espacio -mi cuarto propio a lo Virginia Woolf-.

Nos vemos otro día, tengo un capítulo que terminar.

20 agosto 2012

Sexagésimo segundo y tercer día de invierno

Autor: Rodrigo Costas M.
Mi amigo Rodrigo hizo una serie de dibujos dedicados a las mujeres feas. Y me regaló éste, que cuelga en la pared de mi escritorio. Desde ahí me mira esta mujer viejona, pintarreajada, decadente, como un recordatorio diario de lo que no debo ser. 

Porque mujeres feas hay muchas y no es difícil convertirse en una. Como la profesora de tus hijos, que te parecía simpática, hasta que dejó ver su descriterio y se convirtió en la mujer más fea del universo. O la amiga que "a la pasadita" tira comentarios maliciosos de otras amigas -y de seguro de una también-. O esa mina medio pasada de copas que te empuja "sin querer" cuando pasas cerca de ella en un bar. La que no te saluda cuando anda con personas más importantes; la que presume de su trabajo y no tiene tiempo para nadie más; la que se enoja porque tus hijos le dan comida a las palomas en la plaza, pero que no duda en hacerse la amorosa cuando te tiene que pedir un favor. Y tantas más. 

Yo he sido muchas veces una mujer fea y es horrible. Una vez empujé a una mujer en el jumbo porque se me había colado en la fila de la cafetería, y he sacado a gente en facebook por cosas muy estúpidas. También me he aprovechado de mi mala visión y he dejado de saludar gente. Y he pelado. Peor, he descuerado a otras mujeres feas -como esa vieja que vino a mi casa y me enjuició por tener como adorno un libro perforado que había comprado hace años en una tienda de decoración-, mujeres feas y estúpidas que hablan sin saber, sin conocer, y de las que uno debe huir de inmediato. Y, por supuesto, evitar parecerse.

  

15 agosto 2012

quincuagésimo séptimo día de invierno

No pude encontrar en ninguna biblioteca la edición de Soledad de la sangre que se editó en Montevideo en 1967 y que tiene el importante prólogo de Ángel Rama que necesitaba para mi tesis. Así que tuve que comprar el libro y, con el dolor de mi alma, pagar las 12 lucas que me pedían en la librería El Cid. Pero me quedé con el libro y no con las fotocopias del famoso prólogo (que me habrían costado menos de luca aunque de seguro terminarían más temprano que tarde en algún basurero de esta casa).

Tampoco encontré liebre (transporte escolar) para que lleve a mis niñitas al colegio mientras estoy de viaje. Parece que en el colegio no se usa que las niñas lleguen adentro de un furgón. Así que tuve que contratar a una antigua baby sitter para que en las mañanas haga de chofer y me lleve a las Beckitas al colegio. En auto, que es como llegan todas.

Y tampoco encontré el libro de lectura que le pidieron a la Beckita mayor para este mes. El libro se llama Esperanza Renace y no lo venden en ninguna librería ni tampoco está en kindle, para encargarlo como lo hice la otra vez. Y me da harta lata que le pidan libros de lectura que no vendan ni estén en bibliotecas, y que en la biblioteca de su colegio no alcancen los ejemplares para todas las de la generación. 

Mejor me voy a leer. Un libro usado, de 1967, que me costó 12 lucas en la librería El Cid. Y que seguro no lo vendo ni en seis. Prometo que cuando termine esta tesis lo donaré a la biblioteca de la Chile. Y si encuentro Esperanza Renace lo guardaré para la otra Beckita y después lo venderé. 


14 agosto 2012

53, 54, 55 y 56 días de invierno

-escribir el capítulo 2 de la tesis
-seguir leyendo a fitzgerald
-preparar mi viaje
-agradecer por tener tan buenos amigos

10 agosto 2012

Pezoa Véliz, Poeta de los Marginados

Una nueva recopilación nos vuelve la mirada hacia este poeta de fines del XIX que escribió sobre campesinos y pobres, y sobre un mundo “moderno” que le parecía injusto y desesperanzador.

Soledad Rodillo M.


Para Carlos Pezoa Véliz (1879-1908) la poesía no debía ser inofensiva ni sublime ni preciosista. La poesía debía mostrar, delatar, hacerse parte de “la miseria y la injusticia” que se desbordaban por Chile a comienzos del 1900 y que parecían resaltar ante la llegada del incipiente progreso. Por eso sus temas más recurrentes fueron la inequidad, la explotación de los campesinos y la pobreza, y sus personajes favoritos, las víctimas de este mundo más moderno: aquellos a los que la sociedad tachaba de vulgares, insignificantes y marginales, y todos los que “han rozado la parte suculenta del banquete humano sólo con el deseo”.
Como cronista del infortunio, Pezoa Véliz reparó en las vidas anónimas y en los personajes relegados de la literatura y de la sociedad. Escribió de vagos, campesinos, prostitutas, mendigos y borrachos, “con los ojos bien abiertos al entorno social de su tiempo, que era mayoritariamente pobre, y pobre tirando a miserable”, como apuntó Manuel Vicuña en el prólogo de Nada, la antología de Pezoa Véliz que acaba de publicar Ediciones UDP, “y esto sin escudarse en las nociones de recato o buen gusto inscritas en la estética preciosista”.

Desesperanza

No se tienen mayores datos sobre la infancia de Carlos Pezoa Véliz, salvo que nació en Santiago en 1879 y que a sus pocos años fue dado en adopción. Sobre su preparación académica se sabe que estudió en varios colegios y que a los 19 años entró al ejército, de desertó al poco tiempo para volver a su vida bohemia. Su obra, que había sido publicada sólo en periódicos y revistas de la época, fue recopilada en 1912 por su amigo Ernesto Montenegro en Alma Chilena. Más tarde, en 1927, Armando Donoso recopiló poemas y artículos periodísticos en Campanas de Oro, y en 1957 Nicomedes Guzmán amplió esta recopilación y publicó Antología de Carlos Pezoa Véliz. Ahora Ediciones UDP publica Nada, una antología cuya selección estuvo a cargo de Germán Carrasco, y que incluye poemas como Nada, Alma Chilena y Tarde en el hospital, además de obras en prosa.
Los poemas de Pezoa Véliz muestran una visión desencantada del mundo y de la vida, y un sentimiento de fatalidad que son temas recurrentes en la literatura modernista a la que el poeta se acerca en determinados momentos, y que se hace parte de un período histórico y social de crisis, guerras y profundos cambios sociales. Carlos Pezoa Véliz siente la injusticia desde su nacimiento, cuando es adoptado por un matrimonio mayor, que le da una casa pero no afecto. “Su educación es descuidada como la de todos esos pobres seres que se recogen de la calle, más por satisfacer una egoísta afección paternal que por los deberes que impone la verdadera paternidad”, escribió Ernesto Montenegro en Alma Chilena. En ese mismo prólogo, Montenegro nos hará una pincelada de la adolescencia de Pezoa Véliz, marcada por sus “merodeos por los barrios lejanos”, donde conocerá la pobreza de quienes viven en “el jergón de las viviendas de favor” y donde pasará hambre y frío como muchos en esa época.
Ante este mundo injusto y cambiante, Pezoa Véliz se siente desamparado e intranquilo. Y esta incertidumbre puede verse en su poema Nada, que habla del hallazgo de un cadáver en la calle del pueblo: un joven que nadie conoció pese a que solía pasar por la ciudad-, y que nadie parece echar de menos, por estar todos inmersos en sus propias preocupaciones.

Fatalidad

“En medio de una sociedad abrumadoramente materialista y tan satisfecha de su falta de ideales, el poeta [del modernismo] se siente como un expatriado, y aún como un perseguido”, escribió Mario Rodríguez en El modernismo en Chile y en Hispanoamérica, y esta concepción –que viene del Romanticismo y nos recuerda a Allan Poe y Baudelaire- va a darle al poeta, por un lado, la sensación de encontrarse fuera de este mundo cruel e inhumano, y por otro lado, la libertad para poder crear poesía desde su rechazo del mundo y sobre su distante relación con él.
En sus poemas, Carlos Pezoa Véliz nos va a mostrar en gloria y majestad a este poeta abatido de fin de siècle: al vate enamorado de la mujer mundana –de la prostituta, de la corrompida-, un poeta pobre, miserable y hambriento, y que ve en su destino sólo tristeza y fatalidad. Y va a recrear –como en Nocturno- el ambiente de esta bohemia dolorosa: un ambiente corrupto con enfermedades, alcohol y miseria- y similar al que describe Dumas en La Dama de las Camelias y Murger en Escenas de una vida bohemia.
Su poesía va a recurrir a los motivos más clásicos del modernismo –como la imagen devastada del mundo o de la mujer fatal-, pero también va a estar influida por una fuerte mirada hacia Francia –de sus lecturas de Baudelaire y Zolá-, por unos claros vistazos hacia la cultura greco-romana, y también por una profunda mirada a su interior: a su país, a las costumbres chilenas, a la vida de campo y al tema social de la injusticia y la explotación campesina. “Pezoa Véliz mezcló la tradición de la lira popular, de las décimas voceadas en las plazas y en los mercados, con expresiones de la cultura más prestigiada y canónica”, escribió Vicuña en Nada, “y todo mientras incursionaba en los ámbitos de la emergente industria cultural masiva”.
Este multiculturalismo, que a su vez es sincrético con la conciencia artística de otras latitudes, se ve reflejado en el uso recurrente que hace del francés y de las imágenes que llegan del París bohemio del siglo XIX, como cuando habla de buhardillas, burdeles y cafés o insiste en asimilar a la criolla Ana –en Nocturno- a una parisién. Es una poesía con opio y tuberculosis -como la poesía europea de la época-, con mandolinas y golondrinas - símbolos del Modernismo-, con alusiones a los dioses griegos y a personajes de Víctor Hugo y Daudet, y llenas de citas a Lamartine, Huysmans, Cervantes y Quevedo.
En ese sentido, no es extraño que su obra sea diferente de la de sus contemporáneos, pues a los motivos ya explicitados, él fue capaz de agregar humor e ironía, incluso a los poemas más dolorosos y melancólicos; conjugar evasión y arraigo en un mismo poema –como en Nada-, y mostrarnos -en un entorno campesino- la impersonalidad de un mundo que se dice “moderno”.