13 octubre 2016

Libros que llegan por azar


Suelo caer en las novedades. En el libro de cuentos recién aparecido, en la novela que ganó el premio Man Booker, Booker, Goncourt, o el que sea, el último libro del autor o autora que aparece en el New Yorker o en el Guardian, en las reseñas de los diarios o revistas locales e hispanos, y me olvido de los otros, los libros que se escribieron antes, a menos que ocurra algo fortuito que me lleve a ellos o sea época de vacaciones, donde siempre recurro a algún clásico, de esos gordos, que termina volviendo a Santiago con sus portadas gastadas y sus hojas llenas de arena.
Hace unas semanas una amiga, a punto de parir, me pidió que le prestara un libro entretenido. Le había recomendado La montaña mágica y lo había encontrado soporífico y necesitaba distraerse antes de que naciera Facundo. Entonces me acordé de un libro que compré hace como diez años y que, aunque sabía que era bueno, nunca leí. Pero mi amiga no pudo pasar a buscar el libro a mi casa y después de ver durante días El buda de los suburbios en la mesita de la entrada, me decidí a leerlo.
Y resultó que el libro me encantó de principio a fin. Es la historia de Karim Amir, un niño de padre indio, nacido en Londres, que crece en un suburbio pobre de esta ciudad y que descubre de a poco los códigos para sobrevivir en una escuela donde los indios son discriminados,  donde las oportunidades son escasas y la educación es asunto de privilegiados. Un niño que crece con un papá que se convierte –de un día a otro- en un santón del barrio, y que le hace descubrir un mundo más amplio, y donde Karim empieza a escalar cada día más socialmente (y descender moralmente) al conocer el Londres de la burguesía intelectual, de la experimentación sexual de los 70, del snobismo del arte y de la soledad de la gente rica. La novela, escrita por Hanif Kureishi en 1990 también ganó un premio literario en su momento, pero 16 años después uno ya ni se acuerda de eso. Finalmente queda la novela, a punto de pasar a ser un clásico de este autor tan conocido por sus guiones de películas (Mi hermosa lavandería y Sammy y Rosie van a la cama, que fueron dirigidas por Stephen Frears), una obra graciosa, profunda e irónica sobre la iniciación sexual, social y cultural de un joven inglés al que muchos en su país ven como un extranjero.
No había terminado la novela cuando por casualidad –en un vuelo de avión- me encuentro con una película de Wes Anderson que no había visto: Viaje a Darjeeling, estrenada el 2007, donde tres hermanos hacen un viaje por la India para encontrar a su madre que los había abandonado años atrás. La película está llena de imágenes imborrables, de estos hermanos que se odian pero se adoran y que terminan haciendo esta especie de viaje de sanación para superar la muerte del padre, la ausencia de la madre y expiar sus propios fracasos. La película está llena de imágenes de la India, de los trenes, de los paisajes, de su gente, a diferencia del libro de Kureishi, donde la India es el lugar de origen del padre, pero al que nadie en su familia ha querido volver. Karim, el protagonista de la novela de Kureishi, ni siquiera habla indio, y cuando lo contratan en una obra de teatro para hacer el papel de Mowgli de El libro de la selva inventa un dialecto propio, mezcla de inglés, indio y cockney, que se roba todas las carcajadas del público.
Unos días después de terminado el libro (y ya de vuelta de mi viaje) me llama un amigo para invitarme a un taller de lectura. Más por socializar que por leer (porque por trabajo o por gusto siempre estoy leyendo), le digo que sí y me cuenta que el libro del mes es Vida de familia, de Akhil Sharma, uno de los escritores destacados por la revista Granta. A estas alturas ya pienso que esto es más que una casualidad. Por tercera vez en el mes voy a meterme en una historia relacionada con la India.
Ahora es sobre una familia india que se va a vivir a Estados Unidos en los 80 con la esperanza de salir de la pobreza y alcanzar el sueño americano. Pero en Estados Unidos aparecen las más grandes frustraciones: el desarraigo, la soledad, la discriminación. El protagonista, Ajay Mishra, comienza a narrar esta historia desde que tiene 8 años, y en su relato aparecen sus grandes dolores, el rechazo de sus compañeros, el alcoholismo del padre y la enfermedad de su hermano mayor. Hasta que, por azar, conoce la literatura –y en especial la obra de Hemingway- y comienza a leer y escribir; y la escritura se convierte, de pronto, en la coraza que necesita para defenderse de los ataques de sus compañeros: “Ahora empezaba a sentir que iba por la vida coleccionando cosas que podría utilizar más tarde: el sonido de una pelota de ping-pong era como una mujer que camina con tacones altos, el flujo de la ducha era como los parásitos en un televisor. Me protegía ver cosas como material de escritura. Cuando un chico buscaba pelea diciendo: ‘Eres vegetariano, ¿eso quiere decir que no comes coños?’, pensaba que podría servirme para un texto narrativo”.
La literatura nos lleva a coleccionar imágenes, frases, personajes. También nos lleva a rumbos desconocidos. Un autor te lleva a otro, un libro te lleva a otro, y una historia puede ser contada de mil maneras. La familia de Ajay Mishra –como la familia de El buda de los suburbios- nunca más vuelve a la India, y el lejano país –que ha aparecido representado en la literatura de tantas maneras como por tantos autores –Naipaul, Maugham, Forster, Lahiri, y tantos más- acá se nos presenta como una ausencia, como el lugar del que vienen las familias Amir y Mishra, pero que de a poco se va desdibujando –como una foto vieja- en la memoria de quienes han emigrado.

Publicado el 30 de septiembre de 2016 
Fundación la Fuente


¿Y si vuelvo?