24 noviembre 2008

Los excesos de Becky Sharp

Estos últimos días he andado como una pirinola: escribiendo y leyendo mucho, saliendo con amigos, comiendo, bailando, amando y por supuesto, bebiendo. Como que el fin de año y su ajetreo me han llevado a los excesos (cosa rara en mí, que soy tan medida), y los excesos me han llevado a relajarme y gozar en extremo. Ya habrá tiempo para ordenarme de nuevo. Y así, con nada de culpa, debo confesar que el miércoles me emborraché con champagne nacional en el Ciudadano (buen lugar, buenos precios, rica comida) junto a una pareja de novios apasionados y enamorados y a mi amante favorito (el rico empresario), que me condujo ebria a mi casa y por supuesto se quedó a dormir en mi cama. 

El jueves, después de correr todo el día, en los ajetreos propios de la madre moderna y abnegada, terminé la noche en una estupenda fiesta a la que me habían invitado hace un tiempo y donde se lanzaba el vodka Grey Goose Pear. No voy a entrar en detalle, sólo contar que bailé sin parar y que la música y los tragos de Dimitri estaban divinos. Lástima que no comí tanto y me embriagué un poco, lo que me obligó a pasar al Liguria a las 2 de la mañana donde, a pesar de que no quisieron venderme alcohol, pude comerme un reponedor pollo al pil pil que me ayudó a salir dignamente del recinto de la mano de mi nuevo amor poeta.

El viernes, más ordenada, fui a una comida casual y entretenida en la casa de unos amigos. Me acompañaba mi amigo Diego, con quien después pasé una noche muy romántica y sensual. Y el sábado, salí con otro amigo, uno pobretón pero apasionado, al que tuve que invitar al cine a ver La Otra Bolena, y aunque no nos gustó la película, no dejamos de pasarla bien toda la noche.

Y el domingo, salí con el martillero-galerista y padre de mis hijos, a ver la exposición de Diego Rivera y Frida Kahlo en el Centro Cultural Moneda. Una exposición muy mexicana para mi gusto europeo, donde claramente Frida es quien la lleva y Diego el que se subió al carro de la victoria. Pero, de todas maneras, es interesante de ver. Y para paliar el hambre dominical, almorzamos en Los Insaciables y tomamos helados bañados con chocolate en el Sebastián, para terminar saciados y felices tirados sobre la cama matrimonial, él durmiendo y yo leyendo cuentos norteamericanos. Puro exceso y felicidad.

17 noviembre 2008

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Todas las explicaciones del post anterior son para justificarme por no haber realizado el mini taller de noviembre. Pero, a pesar de mis mil y un quehaceres, me debo a mis compañeros y he decidido fijar nuestra próxima cita para el martes 25 de noviembre en lugar y hora a definir. Los espero a todos con nuevos trabajos. ¡A escribir!

Los mil y un ajetreos de Becky


“Ay, cuando la pasión es mansa y arrebatada a la vez”

John Keats

 

No han sido días tranquilos para la familia de Becky Sharp. Papá Sharp ha estado con mucho trabajo y Becky ha debido multiplicarse para atender a sus hijos mientras la niñera está en el sur. Justo en medio de las pruebas globales –esas terribles pruebas que ponen en los colegios y que obligan a alumnos y madres aplicadas a pasarse varias horas estudiando- se han sucedido muchos eventos, como el nacimiento del primogénito del hermano de Becky y la participación de la familia Sharp en La Bienal de Antigüedades de Las Condes, lo que ha mantenido a Becky y a su familia en un agotador ritmo de vida que seguramente no parará hasta navidad.

Además Becky ha estado muy afanada con un nuevo tema de investigación (para el que debió encargar un par de libros a Buenos Aires) y que cree será un gran reportaje literario, y ha tenido que ir a dejar a sus hijos a más de 20 cumpleaños en el mes (y además comprar los regalos), sin contar las idas a buscar al colegio y los estudios de media tarde, donde por un lado ha debido ingeniárselas para hacer entender a su hijo mayor la multiplicación de fracciones y casi al mismo tiempo tomar un dictado en alemán a su hija segunda sin tener idea de lo que estaba preguntando.

Y en medio de esta intensa semana (donde el matrimonio Sharp vivió entre la luna de miel y el divorcio) nace el primogénito del hermano de Becky -del único hermano hombre, del regalón de mamá y papá- lo que fue como ver nacer a la reencarnación del príncipe heredero, y todos ahí, embobados, fueron testigos del gran suceso (incluidos los niños Sharp que lo tocaron y lo besaron hasta el hartazgo) y de Becky y Mr. Sharp que con los ojos llorosos se emocionaron al ver a este nuevo y precioso miembro de la familia Sharp.

Y al día siguiente, otro evento más: la bienal de antigüedades de Las Condes, donde el marido de Becky participó con un flamante (y controvertido) stand, muy conceptual y limpio, que gustó a laicos y entendidos , menos al hijo mayor de Becky que con lágrimas en los ojos debió confesar que “su papá la había embarrado”, y que no entendía por qué su padre había puesto un solo objeto si tenía tantas cosas lindas para exhibir. Becky, mientras se paseaba por los stands, también pensaba en que a esa hora en la Feria del Libro se estaba presentando el libro de cuentos de Marcelo Lillo -ése que tanto le había gustado-, pero que por su carácter de primera dama no podía ausentarse de la Bienal por muy aburrida que esta estuviera ni menos dejar a su familia sin su apoyo incondicional.

El sábado en la tarde, después de ir a dejar a sus hijos mayores a las casas de sus amigos, Becky se escapó con su hija menor a la Feria del Libro de Santiago que, como todos los años, la decepcionó. Libros de autoayuda y miles de libros infantiles, nada interesante para ella, fue lo que vio. Y aunque no pensaba gastar mucha plata igual terminó comprando una decena de libros para sus hijos lectores –incluso uno que venía con una cuerda de saltar- y que su hija menor empezó a leer en la misma cafetería de la feria mientras Becky observaba a Carolina Brethauer vestida de alta noche a las 7 de la tarde y que luego supo iba a presentar el libro “Sin tetas no hay Paraíso”. Plop.

Y desde la alta cafetería, Becky pudo ver a los escritores que venden en el Chile de hoy: a Guarello, que firmaba un libro sobre fútbol en Ediciones B, a Carla que muy bien sentadita en Planeta esperaba que alguien le hablara o le pasara un libro para firmar, a Rivera Letelier que sí firmaba varios libros, a Mackenna que desde Pehuén mostraba su libro de poesías, mientras Becky se preguntaba: ¿dónde están los escritores de verdad? Pero nadie le respondió. Y con 20 mil pesos menos en el bolsillo (que al parecer le penaron todo el fin de semana), salió de esta seudo feria literaria a buscar a su marido y a sus hijos y llevarlos a comer mariscos al barrio Brasil.

Pero tanto ajetreo le pasó la cuenta a la bella Becky, y al día siguiente ya no se podía los pies. Como todos estaban ávidos de panoramas y ella muy cansada para cocinar y pasear, decidió inventar un panorama que le permitiera descansar y comer, sin tener que gastar: un picnic en plena ciudad. Y partieron con manteles, copas y platos, su buena botella de Merlot, empanadas de pino calientes y helados Fragola en el cooler, a hacer un muy cool picnic en el Parque de las Esculturas. Y mientras los niños corrían por el lugar, se dio el tiempo de dormir una buena siesta bajo los árboles, a pata pelada, y con la boca pegote de tanto comer pie de limón y helado de frutos del bosque. Y ahí, rodeada de esculturas y niños, acompañada de su querido esposo, logró dejar atrás los ajetreos de la semana y olvidarse por un rato del trabajo, las tareas y los miles de quehaceres. Con el ánimo en las nubes, llegó a su casa en la tarde, descansada y feliz, y con fuerza para otra nueva semana de pruebas globales, dentistas, turnos e idas a dejar a cumpleaños.

 

 

10 noviembre 2008

Carta de Diego Lira

Me acaba de llegar esta carta de mi amigo Diego Lira. La publico mientras pienso cuál libro recomendarle. ¿Alguien tiene una sugerencia para este atribulado hombre? Espero sus respuestas.
Acá va la carta:








Querida Becky:

De alguna manera, trato de explicarme ciertos comportamientos tan extraños
que uno comete, incluso, con las personas que más quiere. Como uno puede
“asustar” y “espantar” a quienes creen conocerte mejor, para terminar solo,
preso de una tristeza real, pero evitable.  La novela de   Robert Louis
Stevenson “ Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde”  (1886)  relata la
historia de un abogado londinense, Utterson, que narra la relación del
violento Hyde con el respetable Dr. Jekyll, conexión que pretende,
exitosamente, abarcar la dualidad de la naturaleza humana, buena y mala,
pero que fracasa en dividir la moralidad de ambos personajes ante los mismos
hechos. Finalmente no existe un moralidad distinta entre estos personajes y
la obra nos da cuenta de un único estadio con matices, a veces muy grandes,
de una individualidad errante y forzada, no de la existencia de dos
distintas. 

En muchas novelas, en especial la contemporánea, me llama la atención de
cómo los personajes pueden ser tan erráticos. Como hombres y mujeres, sin
importar la edad de estos, se dirigen a acantilados inexistentes creados por
ellos con el fin de terminar con lo convencional, para los autores,  en sus
vidas; el amor, la familia, el trabajo.   Esclavos de su carácter, unos más
que otros,  se empecinan en destruir todo aquello que les es preciado.  Este
arrojo, mezclado con un lenguaje directo,  en lo personal, me ha seducido
los últimos años de mi vida.    Sin importar la calidad de la novela, esta
sed de terminar una carrera que se sabe corrida me ha provocado hilarantes
momentos y una filiación extraña a  estos nuevos autores.

Si busco con sinceridad,  mi verdadero yo, por lo menos el que me gustaría
ser, se ve  más cerca de la poesía, de las “nouvelles” silenciosas y
etéreas, del amor, de la familia.


Espero que su conocimiento profundo de la literatura me ayude, y pueda
recomendarme un libro donde encontrar cobijo, un momento de calma para
volver a encantarme con   lo simple, sin la estridencia que desesperadamente
invade mi corazón de cuando en vez.

Agradecido de su tiempo y comprensión,


Diego Lira 

04 noviembre 2008

De menos a más

No sé si es por mi tozudez o mi tacañería, pero soy incapaz de dejar un libro a medias o de abandonarlo después de leer las primeras páginas. Claro, por lo general trato de llevar a mis manos libros de buena calidad literaria o de algún autor que merece mi respeto, y cuando de frentón me ha tocado leer un libro malo, igual llego hasta el final para ver si la cosa se compone o por último para despotricar contra el autor y el libro con conocimiento de causa.

Hace un mes -más o menos- comencé a leer con entusiasmo la Piedra Lunar de Wilkie Collins por varias razones que no vale la pena mencionar y debo confesar que me costó avanzar en su lectura, no porque el libro no fuera interesante (de hecho es un libro espléndido) sino porque los tiempos del libro son tan distintos de los agitados tiempos actuales que a ratos sentía que el libro estaba en cámara lenta y yo me sentía cada minuto más apremiada por saber quién había robado la famosa piedra lunar. Pero después de leer las primeras 300 páginas, el libro empieza a agarrar vuelo y las últimas 250 son un deleite de descripciones donde el efecto del opio (del protagonista y al parecer también del autor del libro) se deja sentir a lo largo de todo el relato, que combina personajes ingleses con hindúes de dudosa reputación, todo mezclado con una historia de amor, otra de arribismo y una última de misticismo, que hacen impredecible el desenlace último de la novela. Realmente una joya, y el estilo, único, porque mezcla cartas con relatos de los distintos protagonistas, donde cada uno agrega nuevas piezas a este puzzle detectivesco. Genial.

Y así como pasé con la Piedra Lunar de menos a más, mi nueva lectura El Desierto de los Tártaros también ha ido cautivándome de a poco. Escrita por Dino Buzzati en 1940, la historia es de una melancolía suprema, donde cada capítulo le va agregando nuevas tristezas y desesperanzas al protagonista, el teniente Drogo, en medio de espacios atemporales, inciertos y llenos de silencios. Digna de leerse. Y más corta que la Piedra Lunar. A ver si la encuentran en medio de todos los best-sellers y libros de autoayuda que al parecer están inundando la Feria del Libro de Santiago por estos días. 

02 noviembre 2008

Henry David Thoreau y el Cambio Climático


En 1845 el escritor y naturalista norteamericano Henry David Thoreau abandonó su vida en la ciudad para vivir por dos años en una cabaña en el bosque de Walden, en Concord, Massachusetts. De su experiencia en el lugar escribió Walden, la vida en los bosques, un libro que ha inspirado por décadas a naturalistas y ecologistas, y que hoy ‑150 años después de su publicación- es estudiado en Harvard y en la Universidad de Boston como prueba para demostrar el problema del cambio climático. 

Según señala el artículo que apareció en el New York Times esta semana (“Thoreau es descubierto como climatólogo”), las notas que usó el escritor para su libro ‑donde describía dónde y en qué época florecían las plantas en Concord, entre otras cosas- están siendo usadas por investigadores de estas universidades para entender los patrones de crecimiento de las plantas de la zona. Y las conclusiones han sido claras: las especies comunes han florecido este año siete días antes que en los tiempos de Thoreau, y, lo que es más grave aún, un 27% de las especies documentadas por el naturalista ‑entre las que están lirios, iris, orquídeas y mentas- han desaparecido de Concord y un 36% de ellas están presentes en tan pequeño número que se teme su pronta extinción.

 Según Richard B. Primack, biólogo de la Universidad de Boston, de las 21 especies de orquídeas que Thoreau observó en Concord, “sólo se pudo encontrar siete”. Además las minuciosas notas de Thoreau han sido usadas para comprobar cómo ha variado el patrón de migración de los pájaros de la zona de Massachusetts a raíz del cambio climático y cómo este cambio ha repercutido en la población de insectos del lugar. Los científicos involucrados en esta investigación sólo tienen palabras de agradecimiento al trabajo realizado por Henry David Thoreau en sus notas escritas hace 150 años atrás, y destacan lo importante que es preservar y revisar los registros de nuestros antiguos naturalistas y de lo valioso que es el simple hecho de mirar el paisaje y escribir lo que se ve ahí. Como para tener en cuenta la sugerencia.