28 mayo 2008

Como Gretel sin Hansel

Por quinta vez en la semana mi vecina me alegó por los autos que se estacionan afuera de mi casa. Ya se había enojado con los del camión del Telemercados por estar a centímetros de su entrada, y se había molestado con el señor que me vino a arreglar el portón, con los maestros que están instalando los muebles de cocina y con el repartidor del Homecenter que vino a dejarme los tablones para el suelo. Pero la gota que rebasó el vaso fue cuando llegó el camión de Kitchen Center con la campana y el horno nuevos. Ahí la mujer colapsó, y se puso a gritar cosas, a sacar fotos, a amenazar con los carabineros, en fin, a hacer tanta alharaca -sólo porque el hombre se había estacionado afuera de mi portón- que no me quedó otra alternativa que ir a visitarla.

Y como Gretel, aunque sin Hansel, me armé de valor y toqué la puerta de la bruja. La mujer me miraba por la ventana y se demoró varios minutos en atenderme el citófono. Cuando contestó me empezó a hablar de la seguridad, de las leyes municipales, de los antiguos vecinos, hasta de mi perro perdido, y yo sólo escuchaba sus alegatos, hasta que me tocó hablar. Ahí fue cuando dejé fluir toda la "buena onda" que encontré en mi alma, y como poseída por un espíritu medio hippie, medio reggae, le dije que éramos vecinas, que este planeta estaba mal por culpa de la violencia y del odio, y que yo, en la más New Age, la respetaba como vecina y esperaba lo mismo de ella. Le pregunté por su mala onda, por su fijación con mi casa, por su problema con los repartidores.

En un principio ella se defendió, me habló de lo mala persona que era la antigua propietaria, del problema con los estacionamientos y yo la escuché con paciencia. Y le dije que la entendía, pero que esperaba que nuestra relación fuera más civilizada y que no mojara a las personas que se estacionaban fuera de mi casa. Y accedió, y hasta me dijo que otro día me hacía pasar a su casa para invitarme un café. Quizás, como Gretel, esté cometiendo una imprudencia, pero le voy a dar una oportunidad a esta brujita, aunque ya de paso me advirtió que no iba a sacar la pintura naranja de "mi" poste y que la estética -que fue mi argumento- se la "pasaba por la raja".

Grandes Expectativas

Me gustaría celebrar mi cumpleaños en mi casa nueva. Invitar a mis amigas del colegio, a mis amigos de la universidad y del taller; a mis amigas de la vida, de la playa, del colegio de mis hijos. Pero tengo el caos en mi casa (todavía) y también en mi vida personal, por lo que va a tener que ser para el próximo año o para primavera. Por favor, tengan paciencia, y los invitaré a todos a mi nuevo hogar.

Por el momento, sólo puedo aceptar invitaciones a comer o a almorzar. De mis amigas del colegio espero el tradicional almuerzo cumpleañero en algún lugar rico (el del año pasado en el Cocoa estuvo genial), de mis amigas de la vida espero un llamado o una visita flash, y de mis amigos del taller espero un pisco sour y un picante de camarones en nuestro lugar favorito y ojalá no terminar la noche en el Fabiano Rossi ni volver a preguntarle a la dueña del restaurant si leyó a Pearl S. Buck. De mis amantes no espero mucho, salvo de mi amante-real que espero me llene de besos y regalos, pague la cuenta y me prometa su amor y fidelidad por 34 años más. Y que me siga queriendo a pesar de las arrugas y una que otra cana, y que me siga diciendo que soy la flaca más linda de esta ciudad...

25 mayo 2008

Diario de una Golondrina

Tenía mis expectativas con Amèlie Nothomb, pero debo reconocer que su última novela, Diario de Golondrina, no me gustó. Y aunque se publicita como una nouvelle -el libro tiene un poco más de 100 páginas- a mi parecer se trata de un cuento largo, a ratos entretenido, a ratos aburrido, pero que no consigue acercar al lector a ninguno de los personajes.
El fin de semana me lo leí de un tirón y me entretuvo, pero no me conmovió en lo absoluto ni me creí la historia del asesino a sueldo despechado que termina enamorándose de una de sus víctimas. Como que me pareció simplón, ondero, superficial, y las constantes referencias a Radiohead, agotadoras.
Quizás estoy medio vieja (igual Nothomb es bastante mayor que yo) o exijo demasiado de la literatura, pero no me engancharon ni la historia ni su escritura. Para los que quieran leer una crítica favorable, está la que hizo Andrés Gómez Bravo para el blog de la Revista Paula.

De la Novicia Rebelde a la calle Rosal

Un queridísimo benefactor me regaló para la Pascua un televisor gigante, "un plasma" como le dicen mis niños, y como no me gusta ver televisión ni siquiera lo había inaugurado. Pero la lluvia del jueves y la llegada de "la alfombra peluda" me obligaron a dejar mis libros de lado para sucumbir a la tentadora idea de la película familiar, y en grupo partimos a arrendar películas para ver en nuestra nueva tele XL.

Los arriendos no fueron nada de novedosos (mi hijo mayor nos obligó a ver una soporífica película de Asterix y mis hijas nuevamente me hicieron ver Encantada), mientras yo en un arranque retro-nerd, decidí arrendar La Novicia Rebelde, la película que más me hizo gozar en la niñez y que ahora ponía a disposición de mi descendencia. Debo reconocer que temí que la odiaran, que la encontraran anticuada, lenta o aburrida, que se cansaran de las canciones o que echaran de menos la magia o los efectos especiales, pero nada de eso sucedió, sino todo lo contrario. Acostados sobre la alfombra peluda, no despegaron la vista de la película en ningún momento y cuando ésta terminó me agradecieron de todo corazón mi anticuada historia de la novicia cantarina.

Y aunque la trama es bien naif y el amor entre el Barón von Trapp y la novicia es como de historieta, hay una parte de la película que me hizo pensar, y es cuando ella decide volver al convento para escapar de lo que temía, que era enamorarse. Hay gente que no habla para no errar, que no escribe por miedo al qué dirán, que no se enamora para no sufrir. Pero la vida no es perfecta y uno no puede pretender serlo, y es mejor lanzarse y caer, que nunca despegar de la plataforma.

Y como les gustó tanto la Novicia Rebelde, decidí que este domingo también los llevaría a un panorama de mi gusto. Nada de plaza o juegos infantiles, ni de Tip y Tap o Tiramizú. Y así fue como partimos el día tomando desayuno con croissants en el Emporio La Rosa y luego de caminar por el Parque Forestal, terminamos nuestro paseo en la maravillosa exposición de Enrique Zañartu en el Mac -una completísima muestra que incluye sus obras en grabado, dibujo y óleo- y que es un gran deleite para grandes y niños. Por lo menos los míos gozaron imaginando corazones, personajes e historias, y más gozaron después revisando el lindo catálogo de la exposición mientras comíamos unos ricos ñoquis con salsa pomodoro en el Squadritto de calle Rosal. Panorama redondo, ¿no?

21 mayo 2008

Lista de Regalos




Como falta poco para mi cumpleaños, y este blog lo leen algunos de mis queridos amigos, amantes y familiares, voy a aprovechar de publicar las cosas que me gustaría recibir durante ese día:

-De los libros, me gustaría que me regalaran Chesil Beach, Elegancia Prestada (Paula Fox), el de Marcelo Lillo, Medio Sol Amarillo (Chimamanda Ngozi Adichie) y los que crean pueden gustarme.

-También estoy necesitada de libretas, cremas, rouges, brillos y collares.

-De ropa: botas.

-De lujo: una o dos noches en un lujoso hotel (si es en Buenos Aires, mejor).

-Para la casa: de todo.

-De tecnología: una cámara de fotos (la mía la perdí en el zoo de Buenos Aires, entre la heladería y la casa del tigre blanco).

-$$$$$$$$, en especial ahora que me salió viaje a USA.

-Ocio, amor y paz, y que me devuelvan a mi perrito.



Por si acaso, también voy a publicar lo que por ningún motivo quiero recibir:


-Best-sellers y libros de auto-ayuda.

-Ropa que me quede chica.

-Un perro que reemplace a Peludito.

-Alguna visita desagradable.

-Una carta con faltas de ortografía.

-Una depiladora, tintura para las canas o un año de gimnasio.

-Y por supuesto no quiero recibir malas noticias, ni ver malas caras, ni que alguno de mis amigos se olvide de llamarme o pasarme a ver.


La Bohème

Me gustaría morir de consunción.
Porque
todas las damas dirían:
"Mirad al pobre
Byron, qué
interesante parece al morir".
Lord Byron

Debo confesar que desde hace años me ha atraído el tema de la tuberculosis como enfermedad. En el 2002 incluso publiqué un
largo artículo sobre el ella, en el que hablaba de la relación que existió durante el siglo XIX entre la tuberculosis y la sensibilidad. Ahí hablé de Keats, Shelley, Chopin, Modigliani, Chekhov, Lawrence y de tantos otros artistas que sucumbieron de consunción y que con su aspecto enfermizo causaron fascinación entre la bohemia de la época. Ese mismo año me leí la Montaña Mágica y otros libros que hablaban del tema, como La Enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag donde la autora asociaba la tuberculosis con la sensibilidad, la delicadeza, la tristeza y la impotencia, y al tuberculoso con "alguien consumido por el ardor". Pero el libro más célebre sobre este tema es, sin lugar a dudas, La Dama de las Camelias, que escribió Dumas hijo inspirado en la muerte de su cortesana, y que años más tarde fue inmortalizado por Verdi en La Traviata y Puccini en la Bohème.

Anoche, invitada por un generoso amigo, tuve el placer de ver por segunda vez la ópera la Bohème en el Teatro Municipal. El elenco internacional, de lujo, y la puesta en escena, preciosa. Mi amigo, que me sabe romántica y tuberculosa de alma, compró dos encantadoras entradas en palco, y desde lo alto pude observar el espectáculo operático y también el espectáculo de los asistentes, siempre tomada de la mano de mi adorable acompañante.

Y junto a él vibré con la muerte de Mimí y con la desgarradora súplica de Musetta; me reí en el entretiempo junto a una taza de café, y gocé con la escena en el café Momus y en la fría callejuela de París. Mimí, la joven cortesana que muere tras redimir sus culpas y conocer el amor, representa el ideal romántico de una época que ya pasó, pero que a mí me parece fascinante. Y para seguir con nuestra velada romántica y parisina, después de la ópera nos fuimos a tomar una sopa de cebollas y una copa de vino al Normandie, para terminar caminando bajo la lluvia hasta llegar medio mojados a mi afrancesado nuevo hogar. Au revoir, mon ami, ansiosa espero otra adorable invitación suya.




16 mayo 2008

Diez mil razones para celebrar

Ayer en la tarde se realizó la premiación del premio Becky Sharp justo en el momento en que este blog llegaba a las diez mil visitas. Quizás para algunos esta cifra puede ser muy baja -de hecho mi amigo Rafael Bravo con su página www.reclamos.cl recibe 100.ooo al día-, pero para mí es una cifra altísima. Y que mejor manera de celebrar que la famosa "once completa" de Becky con los ganadores de su concurso literario, quienes además se reconocieron como grandes seguidores de la "Feria de las Vanidades" y de Becky Sharp.

Para los curiosos debo contar que los ganadores del Premio Becky son dos hombres encantadores. Rubén Benveniste es el seudónimo con el que participó un gran escritor de nuestra ciudad, varias veces ganador de concursos literarios, y que por expresa petición de él voy a mantener en el anonimato. Sólo puedo decir que es un hombre simpático, buenmozo, divertido, culto y con un gran sentido del humor; un hombre capaz de pasar de Ana Karenina a un cómic, de la risa al llanto, de la clase magistral al baile, es decir un hombre muy versátil, como también puede verse en su escritura.

El otro ganador, el señor Sucarita Gluglu (seudónimo), también es un hombre encantador, pero más reservado. Gran lector de los clásicos (eso sí, parece que le gusta más Amelia Sedley que Becky Sharp), Sucarita es un hombre adorable, a ratos dulce a ratos ácido, lleno de opiniones lapidarias, pero geniales; gran admirador de Nabokov, Dickens y Joyce, debo confesar que Sucarita es una excelente compañía para todos los días de la semana, además de gran escritor de cuentos y ganador de varios concursos literarios.

Dos personajes bastante distintos, pero que compartían la ansiedad por conocer a Becky Sharp y un voraz apetito. Porque no sé si habían almorzado, pero estos escritores dejaron claro que así como devoran libros devoran pasteles. Y Becky -junto a las pequeñas Beckitas- se lució como anfitriona y cocinera y atiborró a los ganadores de pie de limón, galletas, pancitos, queque y bolitas de nuez, y los ganadores no pararon de comer y reír durante toda la tarde, mientras Becky, feliz, sentía que había ganado a dos nuevos amigos.

La tarde se pasó volando (lindo cliché literario) y ya era de noche cuando Becky despidió a sus premiados amigos en la puerta de su casa. Por suerte la vecina no estaba mirando por la ventana ni los concursantes se habían estacionado cerca de su portón (de hecho, andaban a pie), y Becky pudo besar con tranquilidad a Rubén y Sucarita, no sin antes dejarlos enternamente invitados a pasar por su casa cuando tuvieran ganas de verla, de comer o simplemente de conversar. ¡Felicidades a los ganadores! Y ya se viene luego el próximo concurso Becky Sharp.



15 mayo 2008

Uff, qué vecina

El día que llegué a esta casa, la antigua dueña me advirtió de un sólo problema: la vecina. No me contó que el calentador de agua estaba fallando ni me hizo ver de las filtraciones de las cañerías ni menos me explicó por qué se había llevado las duchas y el horno de la cocina, pero sí me llenó de detalles sabrosos sobre la mujer que vive en la casa del lado, y que según ella era una loca. Que regaba a las 6 de la mañana apenas vestida, que llamaba a los carabineros si te estacionabas a un centímetro de su portón, que era una provocadora con los hombres, que su hija era drogadicta, además de un sinfín de reclamos, que me entraron por una oreja y me salieron por la otra.

Y como no soy prejuiciosa (menos con las personas locas), decidí que me iba a ser amiga de mi vecina y que con mi buena onda iba a lograr muchas más cosas que haciéndole la guerra (de hecho pensaba que iba a poder convencerla para que pintara su casa de color blanco y borrara todo vestigio naranjo de mi vista). Mal que mal tenía mi experiencia como vecina-amiga después de vivir 12 años en un edificio en el que nadie se hablaba con nadie, pero donde a mí me tenían de amiga y confidente, me invitaban a tomar té, a conversar, incluso hasta a un asado en Melipilla fui con mis niños, y donde era tal mi nivel de amistad con los vecinos (cuyas edades fluctuaban entre los 50 y los 70 años) que hasta el día de hoy sigo en contacto con ellos.

Entonces con mi mejor voluntad acepté que el día de la mudanza mi nueva vecina, la señora P., mojara a los del camión porque se habían estacionado cerca de su portón. Y acepté que acosara a mis visitas si se les ocurría estacionar en mi vereda, que les sacara fotos a los autos de mis familiares cuando, según ella, estaban mal estacionados, que pusiera música árabe a todo volumen cuando un soldador vino a instalarme el portón nuevo. La ignoré y la ignoré, y cada vez que me tocaba el timbre para alegarme cualquier estupidez, la recibí con una sonrisa.

Pero realmente fue inútil y debo admitir que la mujer no sólo es loca sino además una hostigadora. Ahora me quiere cortar las ramas de mis árboles porque a ella le dan alergia, quiere que estemos en constante silencio o si no ella revienta el barrio con música árabe, quiere que le tengamos terror, que le digamos a nuestros amigos que no pueden estacionar cerca de ella, y que más encima le barramos sus hojas (porque las tira todas para mi lado de la vereda).

Y yo tenía mis mejores intenciones y hacía vista gorda con sus gritos a medianoche, con sus ruidos sospechosos, con su música, con su hija con cara de ladrona (y que puede hasta haberme robado a mi perrito). Pero ya no, señora Pelu C., ya no más. Quizás los antiguos propietarios de esta casa se dieron por vencidos en esta batalla, pero a mí no me la va a ganar, y por lo pronto me estoy asesorando para que me devuelva el pomo gris de mi fachada y que ella con excelente buen gusto dejó mitad gris y mitad naranjo, porque seguramente pensó que le correspondía. No señora, no le corresponde: el pomo es mío, mi fachada es mía, mis árboles son míos, y mi tranquilidad también. Si no quiso aceptar mi amistad y buena onda, ahora aténgase a las consecuencias y no espere una sonrisa de mi parte, ni menos una palabra dulce de mis hijos, a quienes ya les advertí que con usted no deben hablar. Por favor, salga de su casa, vaya al Parque Arauco, lea, cocine, haga danza árabe, pero por favor deje de mirarme desde la ventana y acechar a la cuadra como un sicópata de thriller barato. Por favor.

12 mayo 2008

De todo un poco...

Mi celebración del día de la madre partió a las 8 de la mañana con desayuno en la cama y muchos regalos por abrir. Mis hijos me llenaron de flores, tarjetas, corazones, cajitas y libretas, y mi amado me regaló cinco libros que no tenía, y que me caen de perillas mientras espero la llegada de Chesil Beach. No sé con cuál voy a comenzar, pero ya tengo para mayo Diario de Golondrina de Amèlie Nothomb, los cuentos completos de Flannery O' Connor, El Ardor de la Sangre de Irène Némirovsky, Josefine y yo de Hans Magnus Enzensberger y Alondra de Dezső Kosztoláni. Todo un lujo, ¿no? Yo creo que el pobre estaba cansado de oírme suspirar por los libros que desde enero tengo guardados en cajas, y que no sé cuándo volverán a ver la luz (entre ellos el libro de Dickens de mi amigo V. y Opio de mi amigo J.J, que espero algún día devolver).

En la tarde almorcé con mi madre y mi familia -que cada día está más extensa-, y luego fuimos en patota a ver Meteoro y a comer popcorn. Un panorama de lo más singular y divertido. En la noche, antes de acostarme, apilé mis libros sobre el velador y terminé las últimas páginas de Jill.

Este jueves 15 es la premiación del premio Becky Sharp, y los ganadores ya fueron invitados a compartir su "once completa" con ella. La cita, eso sí, no será en Le Flaubert, sino en la mismísima mansión de Becky que, como algunos saben, es una divertísima anfitriona. A la cita sólo podrán acceder Rubén Benveniste y Sucarita Gluglú, y les recuerdo a quienes prefirieron el cuento de Margarita de Alcántara y León, que el jurado es quién elige a los ganadores y no el público. En todo caso, concuerdo con que el cuento de ella es muy bueno (quizás para la próxima pueda conocer a Becky Sharp).





01 mayo 2008

Infieles, Cortesanas y Alcahuetas

Mademoiselle M., dueña de un blog precioso y muy bien escrito (www.encorsetados.blogspot.com) y gran admiradora de los tiempos victorianos, me pide desde España que le mande un artículo que escribí el año pasado sobre las cortesanas y las mujeres infieles. Y como no tengo su e-mail lo voy a copiar en este blog, casi igual a como salió publicado en el Artes y Letras. Espero que le guste.

LAS OTRAS MUJERES DE LA HISTORIA DEL ARTE:

Infieles, Cortesanas y Alcahuetas



Mrs. Mary Robinson, más conocida como Perdita, fue pintada por tres de los más grandes artistas ingleses de fines del XIX, George Romney, Joshua Reynolds y Thomas Gainsborough, y hoy sus cuadros se encuentran en la Wallace Collection de Londres, junto a los retratos de importantes reyes, duques y reinas. Mal casada desde los quince años, Mary Robinson tuvo que dedicarse desde muy joven a la actuación -donde recibió el apodo de Perdita tras interpretar ese personaje de Shakespeare-, pero no fue su talento como actriz lo que la llevó a la inmortalidad, sino su romance con el Príncipe de Gales, más tarde rey Jorge IV. De un día para otro Perdita Robinson se convirtió en el centro de todos los rumores londinences, y rápidamente abandonó su matrimonio para dedicarse por entero a su rol como amante real. En 1781 Gainsborough hizo, por encargo del Príncipe, el retrato más espectacular de Perdita, donde aparece sentada junto a un perro pomeriano -símbolo de fidelidad-, con un retrato en miniatura del Príncipe de Gales en la mano. Su mirada muestra enojo, Perdita ya sospecha que el Príncipe la va a abandonar, y Gainsborough dramatizó al máximo su belleza y su sensualidad, como advirtiendo a su alteza real del error que estaba a punto de cometer. Una vez terminado el cuadro, Jorge IV dejó efectivamente a su amante por Mrs. Fitzherbert y Perdita cayó en la miseria y la desesperación.
Como ella, son muchas las mujeres infieles que aparecen en la historia del arte. La más llamativa de todas es, sin duda, Valeria Messalina, un oscuro personaje del Imperio Romano, que convirtió el palacio de su marido, el Emperador Claudio César, en el lugar más lujurioso de la ciudad. Ambiciosa, conspiradora, promiscua y asesina, la Messalina tuvo el descaro de casarse públicamente con uno de sus amantes, el cónsul Galio Silio, mientras Claudio se encontaba en Ostia, historia que fue rescatada por el escritor Alfred Jarry y los pintores Gustave Moreau, Francesco Solimena, Henri Toulouse Lautrec y Aubrey Beardsley.
Otra conocida infiel fue Lucrecia Borgia, gran dama del Renacimiento, famosa por su belleza y su vida licenciosa, cuya biografía ha dado lugar a un gran número de leyendas y a una vasta producción literaria. Casada tres veces con hombres poderosos, y hermana del maquiavélico César Borgia, de ella se ha dicho que fue adúltera, intrigadora y asesina, una femme fatale a la que hasta se le acusa de haber mantenido relaciones incestuosas con su hermano y su padre, el papa Alejandro VI. Su turbia historia inspiró al prerrafaelista Dante Gabriel Rossetti, quien en 1860 pintó a una muy bella Lucrezia Borgia, que aparece en el cuadro, de cuerpo entero y con cara de inocente, lavándose las manos después de haber envenenado a su segundo marido, el Duque Alfonso de Aragón.

Cortesanas

Pero no todas las adúlteras aparecen retratadas como malas, lujuriosas o pervertidas. Catalina II la Grande, más tarde convertida en Emperatriz de Rusia, fue infiel al Zar Pedro III desde el comienzo de su matrimonio, tuvo dos hijos de distintos amantes y no bastándole el poder que como Gran Duquesa ostentaba, derrocó a su marido en una batalla y lo confinó en el castillo de Roncha hasta el día de su muerte. Pero en los muchos retratos suyos–como el que pintó Alexander Roslin en 1776- siempre aparece Catalina como la soberana que llevó el desarrollo a la Rusia del siglo XVIII, y no como la ambiciosa y adúltera que llenó el Palacio de Invierno de intrigas y amantes.
Otras que aparecen en la historia del arte retratadas como virtuosas son las amantes de los reyes y duques, las llamadas cortesanas, que desde la antigüedad hasta el siglo XX, ocuparon sus artes amatorias para obtener poder, dinero o notoriedad. En la sociedad ateniense estaban sus símiles, las hetairas, mujeres bellas y cultas, que, como concubinas de hombres importantes, ejercieron gran influencia en la vida política y social de la antigüedad. Una de ellas fue Friné, cuya figura es rescatada en el siglo XIX por Leighton, Turner, Boulanger y Jean Léon Gerôme, que en su honor pintó la magistral obra Friné antes del Areopagus.
El gran apogeo de la figura de la cortesana se vivió en Europa entre los siglos XVI y XIX, donde ser amante del rey o de alguien de la corte era una forma rápida de alcanzar fortuna y estatus, y no fueron pocas las mujeres que aprovecharon esta oportunidad. Como la iletrada Nell Gwyn, una joven de origen muy humilde, que vendía naranjas a la salida de un teatro en Londres hasta que se convirtió, primero en actriz y luego, en amante del rey Carlos II y madre de dos de sus hijos. Y aunque murió antes de que el rey le otorgara el título de Condesa de Greenwich, como cortesana consiguió fortuna y notoriedad y fue inmortalizada por varios artistas del siglo XVII como el holandés Peter Lely, quien la pintó desnuda como Venus en Retrato de Joven con Niño.
Pero no todas las cortesanas se mantuvieron hasta el final en la vida licenciosa. Unas con inquietudes literarias, como Ninón de Lenclos, Verónica Franco y Tullia D'Aragona, pasaron de cortesanas a escritoras, algunas se casaron con hombres importantes, mientras otras se convirtieron en fuente de inspiración para artistas y escritores. Y así como Marie Duplessis dio origen a la famosa Margarita Gautier de La Dama de las Camelias y las amantes de Luis XV –la Condesa Du Barry y Madame Pompadour- inspiraron a los pintores Fragonard y Boucher, la ambiciosa Emma Hart se transformó en musa de George Romney, quien la retrató en más de 100 oportunidades.
Nacida como Amy Lyon en 1765, la Hart buscó desde pequeña salir de la pobreza y para ello no dudó, a los 16 años, en dejar su casa y buscar un hombre que la mantuviera. Al poco andar se hizo amante de Charles Greville, quien la instaló en una casa en las afueras de Londres y le presentó a Romney, quien rápidamente la convirtió en su musa y compañera. Seducido por su belleza y talento para posar, el pintor ingles retrató a Emma durante 9 años, plasmándola como heroína literaria, personaje mitológico y también como Emma Hart. En 1785 Greville, aproblemado por las deudas, le pide ayuda a su importante tío, el vulcanólogo William Hamilton, quien decide hacerse cargo de la mantención de Emma, y llevársela como amante a Nápoles. Encantado con ella, Sir William encargó un retrato suyo a Reynolds, Bacante, y varios cuadros a la artista Elizabeth Vigée Le Brun. Pero los encantos de Emma no sólo embelesaron al anciano Hamilton: Goethe también admiró su clásica belleza, aunque fue el mismísimo Almirante Nelson, amigo de su marido, quien la hizo su última concubina. Tras la muerte de Hamilton y Nelson, Emma heredó una pequeña fortuna, pero su alcoholismo y sus extravagancias, la llevaron a morir arruinada. Su historia inspiró a Susan Sontag para su novela El Amante del Volcán, y muchas obras de arte repartidas por todo el mundo.

Alcahuetas

Y si hablamos de amantes e infieles, no se puede omitir la figura de la tan vilipendiada alcahueta, intermediaria en amores y engaños, que ha sido profusamente retratada en el arte y la literatura desde la antigüedad. En el Renacimiento y el Barroco no son pocas las obras que muestran a la mujer anciana como alcahueta y viciosa, especialmente en la pintura española y holandesa, donde los artistas retrataron –algunos con sutileza, otros con crueldad - el tema de la tercería y los artificios femeninos en las relaciones de sexo o de amor. Uno de los pocos italianos que retrató a la alcahueta fue Tiziano en su obra Danae y entre los franceses, François Clouet en su Carta Amorosa de 1570, donde una vieja intermediaria aparece llevando una carta a una dama de dudosa moralidad.
Muchos más autores encontramos en España, donde su figura se asocia con la Celestina, el clásico personaje que creó Fernando Rojas en 1499, y cuyo nombre hoy es usado como sinónimo de mediadora y encubridora. Entre 1805 y 1812 Goya pintó un espectacular cuadro sobre este tema, Maja y Celestina, donde una joven acicalada y de mirada perdida aparece apoyada en el balcón, mientas la vieja alcahueta, con un rosario en la mano, mira fijo al espectador. Más sutil es la versión que pintó Murillo en 1655, Dos Mujeres en la Ventana, un cuadro maravilloso de la National Gallery de Washington, que a primera vista parece mostrarnos a una joven dama acompañada por su chaperona, pero que en realidad es su celestina. Ya en el siglo XX, Ignacio Zuloaga y Fernando Botero pintaron sus propias versiones de La Celestina, además de Pablo Picasso, quien en su época azul retrató a Carlota Valdivia, la regenta de un burdel de Barcelona a quien el artista pintó bizca, seria y fea.
En la pintura holandesa del XVII, donde las escenas de burdeles fueron muy populares, grandes artistas como Johannes Vermeer y Jan Steen pintaron temas de proposiciones indecentes y alcahuetas. Algunos como una forma de oponerse a las rígidas normas morales del barroco, otros con el fin de prevenir a los hombres de los engaños de las cortesanas, lo cierto es que estos temas proliferaron durante esta época, y tuvieron gran éxito comercial. Una pequeña joya es el cuadro que pintó Michael Sweerts en 1660, Le jeune homme et l'entremetteuse, que se encuentra en el Louvre, y que muestra a un elegante señor negociando con una caricaturesca alcahueta. También están las versiones de sus contemporáneos Molenaer, Honthorst y Baburen, cuya obra The Procuress (1622) colgaba en el living de la suegra de Johannes Vermeer, quien más tarde reprodujo el cuadro en sus obras El Concierto y Mujer Sentada Tocando el Virginal. En 1656 Vermeer hizo su propia versión del tema en En Casa de la Alcahueta, una de sus obras de mayor tamaño, donde la celestina andrógena, vestida de negro, aparece como mediadora entre un hombre mayor y una joven mujer.