22 marzo 2010

El 27 de marzo a la 1 de la mañana llegamos de nuestras vacaciones en el sur. Dos horas después un terremoto de más de 8 grados nos sacó de nuestras camas y nos expuso nuevamente ante una de las mayores fuerzas de la naturaleza. Vino el corte de luz, las noticias en la radio, el maremoto en algunas zonas costeras, el dolor de quienes perdieron a sus seres queridos, sus casas, su vida. Y aunque fui una afortunada por no tener que lamentar ninguna desgracia personal, por unos días mi vida también pareció quedarse suspendida en la tragedia. Los días en Chiloé y Valdivia se sentían lejanos y hasta reír me parecía inapropiado frente a tanta desgracia circundante.

Pero de a poco la vida comienza a normalizarse. Los niños entran al colegio y aunque siguen las réplicas hay que ir a comprar cuadernos y camisas celestes. De a poco comienzan a aparecer los amigos y sus distintas versiones de ese fatídico amanecer de marzo. Tratamos de ayudar con comida, ropa, plata, para tantos damnificados. Rezamos, pedimos, agradecemos estar sanos. Llamamos a nuestros conocidos, nos acercamos a nuestras familias. Quisiera decirles a todos lo feliz que me siento de que todos ustedes estén bien. Que mi familia no haya sufrido, que la familia de mi amigo Pablo en Concepción no sufriera daño, que mis amigas estuvieran en lugares seguros, que los que estaban cerca del mar pudieran arrancar. Agradezco que todos ustedes hayan pasado el terremoto sin rasguño, pero ante tamaña tragedia a veces se hace difícil volver a la cotidianidad. Y reconozco que me ha costado volver a salir de noche y retomar mis cafés con las amigas. He tenido un par de almuerzos -eso sí- que me han hecho reír por un rato y también volver a recordar el verano y el cielo con nubes cambiantes de Chiloé. Pero también han sido muchas las invitaciones que he declinado.

Como que por el momento mi cuerpo me pide quietud y mi mente, un respiro. Y aunque pensaba seguir este año con lo de siempre: mis artículos para el diario, mi mini taller de narrativa, mis horas de escritura y mis clases de yoga, algo hizo cambiar mis planes post terremoto y me impulsó a la universidad. Hoy entro al magíster de literatura en la Chile, sin conocer a nadie, tal como a los 17 entré a periodismo en la UC. Y me siento feliz por la decisión que tomé de volver a estudiar. Y me siento entusiasmada por volver a las lecturas, las clases, los ensayos, las tesis. Y volver a ser alumna, ahora que tengo 35 y tres niños grandes en plena vida escolar. Mi amado dice que esperé demasiado tiempo en cumplir mi sueño. Yo creo que este momento no podría ser mejor.

Espero poder seguir con el blog y con el mini taller, y también con los cafés a media mañana. También quiero escribir sobre el espectacular libro que leí de Lorrie Moore y sobre los fogosos efectos de las ostras de Caulín. Pero déjenme tomarme mi tiempo. Que todavía no miro las fotos del verano ni se me olvida el ruido que hizo la tierra al temblar.

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