02 septiembre 2008

Las Musas y Sus Artistas

(Para Mademoiselle M., para que no se desencante del amor, un artículo que escribí hace un buen tiempo).


Fueron sus modelos, sus amantes, sus mecenas, pero por sobre todo sus musas: mujeres que inspiraron a grandes artistas por su belleza, su manera de posar o por tener algo especial, y que hoy encontramos retratadas en los mejores museos del mundo.


Las musas son mujeres” escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo, y la historia del arte está llena de ellas. Mujeres que inspiraron a grandes artistas y de paso formaron parte de sus vidas. Musas que hoy aparecen retratadas en los mejores museos del mundo, aunque su nombre no aparezca en ningún cartel. No son las reinas ni las nobles pintadas por encargo, ni la anónima transeúnte que atrae de paso a algún pintor: las musas fueron elegidas por el artista, quizás por su belleza, su manera de posar o por tener algo especial, y fueron inmortalizadas más de una vez en la tela, convirtiéndose en protagonistas de sus obras, y así también de sus vidas. En 1870 James Jacques Tissot conoce a la bella Kathleen Newton, una irlandesa divorciada y con un pasado escandaloso, que de inmediato se convirtió en su adorada modelo, musa y amante. El pintor retrató al gran amor de su vida en más de una veintena de cuadros, y siguió obsesionado con ella aún después de su temprana muerte. Tissot nunca volvió a ser él mismo y tras su partida, se volcó al espiritualismo -incluso intentó contactarse con ella en el más allá- y se dedicó a pintar ilustraciones de la Biblia, abandonando para siempre la pintura.


Pero no todas las musas fueron los grandes amores de sus artistas. Algunas eran sus amantes de turno, otras, modelos contratadas que terminaron con algún grado de intimidad, y algunas, de frentón, prostitutas, que pasaron de la calle al taller de un pintor. En la era victoriana, por ejemplo, como posar era considerado un trabajo inmoral, los Prerafaelistas, famosos por sus retratos a bellas mujeres, debieron barrer las calles para encontrar inspiración. Así fue como algunas trabajadoras de clase baja y niñas de vida fácil pasaron a ser sus modelos o stunners, como las llamó Dante Gabriel Rossetti, mujeres agradables de pintar, que no tenían problemas para posar y que representaban el ideal de belleza de la época. Para los Prerafaelistas era esencial que sus musas fueran bellas, que tuvieran una linda cara, grandes ojos y el cuello largo, y que por supuesto, lucieran cabellos largos y ondulados, símbolo de libertad sexual para los victorianos. Hoy son conocidos en todo el mundo los retratos que hicieron de Lizzie Siddal, Jane Burden, Fanny Conforth y Annie Miller, aunque sus vidas no alcanzaron jamás la misma notoriedad.


Stunners


Para una mujer bella de clase baja, convertirse en la stunner de un Prerafaelista podía ser una gran oportunidad. Se pagaba mejor que ser criada, era menos indecoroso que dedicarse a la prostitución, y se podía acceder a una clase superior. Una que supo aprovechar esta condición fue la bella Jane Burden, que conquistó a dos grandes artistas de la era victoriana, el escritor William Morris, con quien se casó y tuvo dos hijas, y el pintor Dante Gabriel Rossetti, del que fue su musa y amante favorita. De origen extremadamente pobre, Jane Burden fue descrita por William Rossetti como “trágica, mística, calmada, bella y graciosa, un rostro para un escultor y un rostro para un pintor”, y por eso apenas su hermano Dante Gabriel la conoció, la convirtió en su modelo y enamorada. Aunque no era una belleza convencional –era morena, alta y delgada, de cejas y cabellos muy oscuros-, la Burden tenía un aire de misterio y una presencia, que de inmediato atrajo al casado Rossetti. Y también a William Morris, quien la pintó sólo una vez (“no puedo pintarte, porque te amo”), y con quien se casó en 1860. Frente a los ojos de su marido, Jane mantendrá una intensa relación amorosa con Dante Gabriel Rossetti, que durará varios años, y dejará más de cien retratos como prueba. Entre otras diosas y heroínas, Jane Burden será Pandora, La Pia de’Tolomei, Astarte y Proserpine, la diosa que se condena por comer del fruto prohibido, una sutil referencia al propio matrimonio de la Burden con William Morris.


Pero Jane Burden no fue la única musa de Rossetti. Antes de ella, estuvo Alexa Wilding, Marie Ford y Fanny Cornforth, una vulgar prostituta que por años fue su modelo favorita y amante y, más tarde, su ama de llaves. Fanny era ruidosa, gritona y hablaba con un marcado dialecto de la calle, su figura era voluptuosa y su pelo escandalosamente naranjo, tal como aparece retratada en The Blue Bower, uno de los tantos cuadros que Rossetti pintó de ella. Para el pintor, Fanny representaba su visión del encanto carnal y la sensualidad, en contraste a su esposa, la frágil y pálida Elizabeth Siddal, epítome de la femeneidad y la melancolía, y musa indiscutida de los prerafaelistas.


Descrita por William Rossetti como “la más bella, con un aire entre dignidad y dulzura”, Lizzie Siddal trabajaba en una sombrerería cuando fue descubierta por William Holman Hunt, John Everett Millais y Dante Gabriel Rossetti, quienes, encandilados por sus grandes ojos y su largo pelo castaño, de inmediato, la contrataron de modelo. El primer cuadro famoso en que apareció la Siddal fue Ophelia, de Millais, para el que debió posar por horas sumergida en una tina llena de agua helada, lo que la dejó con una grave neumonía de por vida. Poco tiempo después, la relación entre Rossetti y Elizabeth Siddal pasó a otro plano y el pintor la monopolizó como modelo y amante por varios años, hasta que en 1860 se casó con ella. Rossetti se obsesionará tal punto con Lizzie Siddal que la imaginará como la Beatrice del Dante, y su amor como algo puro e inalcanzable. El artista la pintará en muchas ocasiones, lánguida, enferma, pero siempre bella, y la alentará para que se dedique a la pintura y la prosa, aunque la Siddal sucumbirá a una misteriosa enfermedad. En 1862 la triste Elizabeth Siddal se suicida con una sobredosis de láudano, poniendo fin al dolor de cuerpo y a un matrimonio infeliz, a causa de las continuas infidelidades de Rossetti. Beata Beatrix fue el homenaje póstumo del artista a su mujer, una de las más grandes y trágicas obras del siglo XIX, donde aparece la Siddal moribunda, en su paso de la tierra al cielo.


Muchos victorianos trataron de moldear a sus stunners para convertirlas en mujeres “ideales”. Como en el mito de Pigmalión que esculpió a Galatea de un pedazo de piedra, los prerafaelistas, para glorificarse, crearon femmes fatales, heroínas, víctimas y santas, de simples mujeres de la calle. Frederick Leighton incluso se convirtió en el benefactor de su modelo favorita, Ada Alice Pullan, más tarde conocida como Dorothy Dene, una pobre huérfana, a quien el pintor rescató y educó, y más tarde promovió en su carrera de actriz. La Dene fue la musa de los últimos y más celebrados cuadros de Leighton, incluyendo Flaming June, Clytie y El Baño de Phyche, y se dice que la relación de ambos inspiró años después a George Bernard Shaw para su obra Pigmalión.


Modelos y Amantes


Para todo artista lo esencial en una modelo es su manera de posar. De ahí la fascinación que sintió George Romney por Emma Hart, una atractiva y ambiciosa cortesana, que bien supo sacar partido a su innato talento actoral. Como todos los retratistas ingleses del siglo dieciocho, Romney buscó representar el orgullo, la rabia, el amor, la envidia y el miedo, y encontró en Emma Hart a su musa ideal: una modelo con una belleza especial y una extraordinaria habilidad para representar desde Santa Cecilia a una bacante, desde Circe a la Miranda de Shakespeare. Entre 1782 y 1786, Emma posó para Romney más de 100 veces, y llegó a tal punto la obsesión del pintor por su musa, que se le hacía muy difícil pintar a otras mujeres y cumplir con los retratos que le encargaban. Otro pintor que se obsesionó con su modelo fue Jules Pascin, el artista vividor de Montparnasse que debe rogarle a Lucy para que vuelva a posar: “he comenzado un cuadro, la modelo no está mal pero estoy demasiado acostumbrado a trabajar contigo como para poder hacer algo bueno sin tus visitas. Ven a verme para que pueda dejar de beber”.


En 1861 James Whistler conoce a Joanna Hiffernan, una modelo irlandesa de intensos cabellos cobrizos, que de inmediato contrata para su obra Wapping. En una carta del pintor a su colega Fantin Latour, Whistler detalla lo difícil que ha sido pintarla y la belleza de su modelo: “¡Ella tiene el cabello más hermoso que hayas visto jamás! Rojo, no dorado, pero cobre –como veneciana, como un sueño- la piel blanca dorada o amarilla si quieres- y con la expresión maravillosa que antes te describí”. Joanna será la modelo de sus obras más famosas, The White Girl, The Golden Screen y The Little White Girl, y su amante por 6 años. Whistler presentará a la Hiffernan a su amigo Courbet, quien, maravillado por su belleza, la retratará en The Beautiful Irish Girl, y más tarde en Sleepers, donde Joanna posó desnuda, un hecho que puede haber contribuido a que Whistler la dejara. Como Joanna Hiffernan, fueron muchas las modelos que pasaron a ser amantes de sus pintores. Está el caso de Camille Doncieaux y Monet, de Aline Charigot y Renoir, de Hortense Fiquet y Cezanne. Y también está el caso inverso, el de artistas que transformaron a sus amantes en sus modelos y musas, como ocurrió con Klimt y la diseñadora Emilie Flöge, con Schiele y la adolescente Wally Neuzil, y con Seurat y Madeleine Knobloch, a quien el pintor retrató en muchas ocasiones y hasta dedicó un simbólico retrato de boda (Young Woman Powdering Herself), aunque nunca se casó con ella.

Pero también existieron modelos que sólo posaron para sus artistas, y no se involucraron sentimentalmente con ellos. Un caso que hizo noticia hace pocos años atrás fue el de Andrew Wyeth y su modelo Helga Testorf, una enfermera alemana a quien el pintor retrató en más de 200 cuadros durante 1971 y 1985, a escondidas de todo el mundo, incluso de su esposa Betsy. Wyeth pintó a Helga desnuda y vestida, al interior y al exterior y en distintas épocas del año, y sólo dio a conocer estos retratos cuando los tuvo todos terminados. La colección muestra la evolución de la modelo, desde una extraña a una conocida, y luego a una amiga, y aunque nunca antes había posado para un artista, la Testorf disfrutó las largas horas modelando, y Wyeth la describió como “la modelo más perfecta...posaba sin parar”.


Musas


Entre todas las mujeres que destacaron en el París de la Belle Epoque hay una que indiscutiblemente merece el apelativo de musa: la polaca Marie Godebsca, más tarde conocida como Misia Sert. Famosa en los círculos literarios y artísticos de la época, Misia sobresalió por su belleza, su elegancia y su talento musical, pero sobre todo por ser la inspiradora de pintores como Renoir, Toulouse-Lautrec, Bonnard y Vuillard y de poetas como Verlaine y Mallarmé. Casada tres veces, esta “femme pour impressionistes” como la llamó Cocteau no fue sólo musa y amiga de los artistas sino también mecena de Diaguilev y Ravel, además de inspirar a Proust para el personaje de Mme. Verdurin en En Busca del Tiempo Perdido. Otra musa de esa época fue la chilena Eugenia Huici de Errázuriz, que al igual que su amiga Misia Sert, también fue mecena e inspiración de algunos artistas. Casada con el pintor José Tomás Errázuriz, la bella Eugenia vivió toda su vida en Europa, donde posó para Boldini, Helleu, Orpen, Sargent y Augustus John, entre otros, y tuvo un ojo privilegiado para reconocer nuevos artistas y manejar la carrera de Picasso.


Pero si hablamos de musas-mecenas no podemos dejar de nombrar a la más llamativa y excéntrica de todas, la mítica Marchesa Luisa Casati, que deslumbró en la sociedad europea durante las primeras tres décadas del siglo XX. Nacida en Milán en 1881, Luisa Casati era una mujer flaquísima, de grandes ojos verdes y corto pelo negro, que heredó de joven una fortuna cuantiosa, que no tardó en dilapidar entre sus muchas excentricidades. Sus casas en Venecia y París eran escenario para las fiestas más escandalosas y se dice que la atendían sirvientes desnudos vestidos sólo con hojas doradas; como collares usaba serpientes vivas y se paseaba en las noches venecianas acompañada por panteras amarradas con correas de brillantes. Pero sin duda su excentricidad más valiosa fue convertirse en musa de muchos artistas y una de las mujeres más representadas de la historia. Con su idea de convertirse en una “obra de arte viva”, la Casati fue retratada por Boldini, Augustus John, Van Dongen e Ignacio Zuluaga; dibujada por Drian, Martini y Alastair; esculpida por Balla, Barjansky y Epstein, y fotografiada por Man Ray, Beaton y de Mayer. Fue musa de los futuristas italianos y su ropa se la diseñaban Fortuny y Erté, usaba joyas de Lalique e inspiró el famoso diseño Pantera de Cartier. A todos estos artistas ayudó con dinero, influencias e ideas, como una leal mecena o como un ícono de inspiración. De algunos fue amante, de otros sólo modelo, pero para todos fue una musa extraordinaria, que aún después de su muerte ha seguido inspirando con su inimitable estilo a diseñadores como John Galliano, Karl Lagerfeld e Yves Saint Laurent.

3 comentarios:

Mademoiselle M. dijo...

Querida Becky:

¡Muchas gracias! ¿Y cree usted entonces que lo mejor es convertirse en musa? En todo caso no parece un mal comienzo...

Un abrazo muy afectuoso,

M.

Soledad Acuña dijo...

Hola Sole!!! Que buen artículo... soy una fanática de todo lo que William Morris hizo en su vida y la verdad es que no es fácil encontrar personas que hablen o escriban sobre él. Te doy un dato (posiblemente ya lo sabes), hay una pintura muy bonita en la que Gabriel Rossetti pinta a Jane Burden como Ginebra, la mujer del rey Arturo, sin duda una analogía bastante trágica, tomando en cuenta que ella engañaba a su marido con el mejor amigo de éste, Lancelot.

Becky dijo...

Qué buen dato, Sole. De seguro al mostrarla como Ginebra, Rossetti indirectamente la estaba retratando a ella como la adúltera que era. Gracias por el aporte, y por visitar la Feria. Nos vemos.