27 enero 2011

las delicias de la viudez


Enero es uno de mis meses favoritos. Y no precisamente por el teatro a mil, el cine a mil o esas películas "bajo las estrellas" que suelen aparecer en el primer mes del año. No, enero es mi mes favorito porque comienzan misvacaciones, aunque esté en Santiago, y hago cosas que durante el resto del año me olvido de hacer, como tomarme un helado al día, y tomar sol sobre el pasto, y nadar 20 vueltas en la piscina, y hacer asados con amigos.
        
O compartir una botella de champán en el Rishtedar con mi amorcito o en el Vietnam Discovery con amigas antiguas y tan queridas como la Dani y la Cami, e ir a ver a Jonathan Franzen a la UC y atreverme a hablarle de Paula Fox en inglés e incluso hacerlo sonreír. Cosas que de seguro no haría en diciembre o en junio, pero que el calor que lleva a hacer.

Y luego, cuando he terminado de hacer todos los trámites que tenía guardado para enero (operar a mi niñita de un ojo, hacerme muchos chequeos médicos -que siguen confirmando que soy muy fallada-, arreglar un poco la casa, comprar plantas y recibir mis notas del magíster -que me tienen tan feliz, hasta con 7 pasé teoría literaria- me voy a la playa, y sigo gozando.

Y quizás es una pesadez que lo diga, pero por Dios que he gozado estas vacaciones en la playita, debe ser porque estaba muy cansada. Y nada mejor que estar con amigas, todas sin marido, dedicadas a encremar niños, cuidar que no se ahoguen y conversar de lo lindo. Porque debo reconocerlo: no hay nada más conversado que una reunión de mujeres post playa, y no hay nada más rico que una momentánea viudez. Champañita en mano, machitas en la mesa (si estamos en el Chiringuito o en el César) o unos quesos si nos juntamos en una casa, y la conversa es cosa segura mientras hacemos hora para ir a buscar a los niños grandes a la salida de la discoteque.


Los temas son variados, aunque marido, sexo e infidelidades -de otras, obvio- son los temas recurrentes. De repente se asoma la enfermedad de alguien, e incluso un tema cultural -un libro, de preferencia-, pero la mayoría son cahuines de teleserie -desde la que concibió mediante vientre de alquiler hasta la que gorreó y fue gorreada, pasando por peleas familiares, estafas económicas y enriquecimientos y/o pobrezas nuevas- y la verdad es que, con vergüenza reconozco, son conversaciones muy entretenidas. Qué manera de reírnos con cada cuento, con cada sorbo, con cada cucharada de postre compartido.

Y los días se nos pasan, todos distintos, pero todos iguales, recorriendo distintas playas, bañándonos en el congelado mar, tratando de no ahogarnos con las olas gigantes -que este año están más gigantes que nunca-, y comiendo galletas y cuchulís, y cuidando niños propios y ajenos y tratando de no llenar con arena el libro -el cuarto libro del verano- y de no engordar mucho. Y de extrañar un poco al marido, que francamente, apenas se extraña de lunes a viernes en el litoral central. Qué bendita es esta pequeña viudez.


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