24 septiembre 2008

El viaje de Becky a USA

Así como mis hijos llevaron a pasear las poleras de manga larga y los pantalones, yo llevé a pasear mi libro La Piedra Lunar durante mis recientes vacaciones a USA. Porque entre tanto parque de diversiones -saliendo a las 9 de la mañana y regresando a las 9 de la noche-, entre los altos grados de temperatura, la intensa humedad y el inquieto grupo que me acompañaba, apenas tuve tiempo de mirarme en el espejo cada mañana o sentarme a descansar al atardecer. Pero ya tendré tiempo de ponerme al día con la lectura, en cambio Disney no podía esperar.

El viaje estaba programado hace un tiempo, y era una invitación que no podía rechazar. Ir a Disney y Miami con todo pagado (con todo, hasta las compras) era una propuesta muy generosa, y claramente no la iba a dejar pasar. Y así fue como me embarqué con toda mi familia rumbo a la tierra de las oportunidades, con mis niños llenos de ilusiones y deseos, con pocas maletas y un libro que pretendía leer. La llegada a Orlando fue agotadora, después de un vuelo Santiago-Miami en clase económica, que para una mujer de piernas largas como las mías y un metro ochenta de altura, es un viaje tan extremo como ir a África o Nepal. Con la espalda adolorida y los pies hinchados llegué al hotel en Orlando, que era un verdadero oasis dentro de esta no muy linda ciudad. El lugar tenía animales paseando por el jardín (jirafas, cebras y flamencos, entre otros) y una inmensa piscina (muy gringa) que usamos cada noche después de nuestras intensas visitas a Magic y Animal Kingdom, Epcot, Tresure Island, Mgm y no sé cuántos lugares más. Las visitas a los parques fueron muy entretenidas y terminé subiéndome a cada montaña rusa del lugar (las cosas que uno hace por sus hijos, ¿no?), haciendo guerra de agua para paliar el calor, mojándome el pelo en chorros y piletas, gritando en cada subida y bajada de la Montaña Everest y comiéndome todas las barras de helado de frutilla que encontré en el camino.

Y aunque es un cliché es cierto que en Disney uno vuelve a sentirse niño por un momento, y cada lugar está pensado en que los menores lo pasen bien. El único problema con esto es que la comida sólo está dedicada al gusto supuestamente infantil y es muy dicícil encontrar cosas sanas o ricas para comer. Por lo menos a mí, que soy enemiga de la grasa y la fritura, me fue imposible comer dentro de Orlando (no sólo en los parques temáticos, sino en todo Orlando) porque en esta ciudad hasta las ensaladas las llenan de aderezos grasosos, ajo y mayonesa que como una gruesa capa de lava inunda y perturba hasta a la más inocente lechuga. Lo mismo me ocurrió cada día a la hora del desayuno donde, en un inmenso buffet, lleno de carnes, tocino,, huevos y miles de tipos de queques, muffins y croissants, era imposible encontrar un yogurt descremado, una leche sin grasa o un pan integral. Por suerte siempre había fruta y café, o si no mi hambre hubiera sido descomunal. 

Y después se quejan en Estados Unidos del problema que tienen con la obesidad, si toda la comida la preparan con grasa, extra mantequilla, extra hamburguesa y luego te pasan los postres bañados en salsa, crema y chocolates por alrededor. Orlando, una ciudad definitivamente fat-friendly, les ofrece a sus visitantes comida chatarra por doquier y libre acceso a los gordos para que se paseen en sus motos eléctricas por todas partes. Así uno puede verlos todo el rato paseando por el lobby del hotel, en el ascensor o haciendo la fila para la montaña rusa más empinada, con sus motos eléctricas y su hot dog en la mano, expediendo olor a aderezo gringo, y con sus caras nada felices mirando al más allá. No quiero que me tilden de gordofóbica, pero ciertamente no es un espectáculo digno de ver cada día ni tampoco una linda imagen para nuestros hijos, que horrorizados, vieron en carne propia los riesgos que se esconden tras las papas fritas, las hamburguesas y el tocino quemado.

En Miami el panorama gastronómico y visual ciertamente mejoró. Con mis pies cansados y agotada de los parques de entretenciones y de tanta montaña rusa, esos días en la ciudad de Julio Iglesias fueron un verdadero bálsamo reponedor. Y aunque debería haber hecho compras (ahora me arrepiento de haber comprado "casi nada"), mi cuerpo pedía sol y tranquilidad, así que esos días en el hotel The Palms los dediqué a bañarme en el mar (delicioso, no como nuestro gélido Pacífico), a dormir bajo mi gran sombrero de paja negro y a comer cocktails de camarones y tomar Piña Colada. Mis niños también agradecieron este relax post Disney y se encantaron con este mar tibio donde podían bañarse por horas y donde no corrían el riesgo de ahogarse o morir de congelación.

La única salida de noche que hice en Miami (con niños no es muy fácil salir a carretear, o si no recuerden el caso Maddie) fue a un asado dieciochero en la casa de un famoso animador. Y como mi curiosidad era tan grande no pude rehusarme a ir a pleno Indian Creek Island (donde viven las estrellas en Miami) a compartir con la familia de don Francisco y un reducido grupo de chilenos que viven allá. De la farándula nacional debo contar que estaba Petaccia con su novia Fernanda Hansen y toda la familia Kreutzberger, aunque yo me dediqué a conversar toda la noche con un par de simpáticas judías -una cubana y una peruana- cultísimas y divertidas, con las que hablé hasta por los codos, y que me dieron los mejores datos de cremas, ácidos glicólicos y cosmetólogos top (que tendré que visitar en mi siguiente viaje a Miami), y que con sus inmensos solitarios de brillante, me hicieron recordar mi libro, La Piedra Lunar, que esperaba al fondo de la maleta entre las compras de Urban, XXI y Gap.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dear Becky:

Felicitaciones por su viaje, veo que hasta las más sofisticadas tienen tiempo para Disney. Una pena que su estadía en Miami no haya sido más larga. Como debe haber sufrido su corazoncito en la ciudad de la compra compulsiva, aunque por lo que escribe tuvo tiempo para la farándula y el glamour. Bueno como no debe haber tenido lugar ni tiempo para el amor, acá en Santiago sus amantes la estamos esperando ávidos para alguna aventura íntima. Créame que sabré liberarla del stress familiar.
Besos,

A.L.

Anónimo dijo...

que bien que aun haya tiempo para el amor en algunos. lo que es yo solo quiero que pase rápido esta funesta y dulzona estación de las flores y el amor en el aire