El lugar donde veraneo tiene una panadería azul que es diabólica y cuyas hallullas me tienen poseída. Y un video club con películas pasadas de moda, pero donde es posible conseguir -con un poco de conversación y astucia- todas las últimas películas (incluso las que no se han estrenado en Chile). Además tiene una playa larga y linda, y una nube gigante que por lo general tapa el sol durante los fines de semana.
Es un balneario tranquilo, sin pachanga ni "teams" de verano, sin colaless ni basura en la arena. A la playa suelo bajar con un libro, porque sino corro el riesgo de escuchar cosas de las que prefiero no enterarme y un arsenal de baldes para que mi hija menor me deje leer en paz. En esa playa terminé de leer Acción de Gracias -al fin- y Tigre Blanco, el fantástico libro del indio Aravind Adiga. Pronto espero terminar con La Maravillosa Vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, que me tiene encantada. Acá también vi todas las últimas películas: El Lector (muy buena), La Duquesa (muy buena), Women (Pésima), La Duda (buena), Slumdog Millionaire (Excelente) y Todo por un Sueño, la gran película del verano, basada en el libro Vía Revolucionaria de Richard Yates (si quieres leer más sobre el autor, pincha este excelente artículo de Revista de Libros de El Mercurio).
Pero a pesar de haber leído harto (también leí a Poe) y de haber visto muchas pelis, siento que todavía me faltan más cosas por hacer antes de volver de vacaciones. Me falta bañarme más en el mar, tomar un poco más de sol, comer un par de palmeras doradas, leer otro libro, andar más en bicicleta y volver a ganarles a mis hijos en las paletas. Todavía me falta otra caminata de la mano y otro pisco sour, otra conversación ociosa con alguna amiga y otro beso bajo el quitasol fucsia con amarillo, otro beso con sabor a cuchuflí, arena y mar.
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