Voy a buscar a mi hija al colegio y no alcanzo a preguntarle por su primer día de clases cuando comienza a bombardearme con sus preocupaciones. "Mamá, ¿a qué academia me meto, gimnasia artística o atletismo?". "La que más le guste", le digo yo. "Es que no sé, porque las dos me gustan mucho". "Tienes que ver cuál es la que te gusta más", insisto yo. "¿En cuál dan más medallas en los campeonatos?". "Amor", le respondo, "eso no es lo importante. No haces un deporte para ganar más medallas sino para aprender y pasarlo bien". "Ahhh", me dice y se queda en silencio.
Más tarde en el auto mi hijo mayor me pregunta por una casa antigua que están demoliendo en el barrio. "Mamá, si te pagaran mucho, muchísimo, pero mucho por nuestra casa, ¿la venderías?". "No", le respondo sin titubear. "Ah, qué bueno porque me encanta". Pasa un rato y me vuelve a preguntar: "pero si te pagaran como 800 millones, ¿la venderías?". "Ahí sí", le digo yo, "porque con esa plata podríamos comprarnos una casa nueva en Santiago y una casa en la playa, y además nos quedaría mucha plata para viajar". "Pero no, mamá", me responde de inmediato, "no puedes vender la casa. Si quieres una casa en la playa, manda un cuento a un concurso y te la compras con el premio ".
Antes de acostarse mi hija vuelve a preguntar por la academia de gimnasia. "Mamá", me dice con su voz ronquita, "¿estás segura de que a las gimnastas les dan medallas como a los atletas?". "Claro", le digo, "no te acuerdas de las olimpíadas". "Ah, cierto", me dice, "¿y a ti te gustaría que yo ganara una olimpíada?". "Por supuesto, estaría muy orgullosa". "Ah, viste que a ti también te gustan las medallas".
Voy a apagar la luz de la pieza de mi hijo y lo encuentro leyendo. "Ya, es hora de dormir. Es muy tarde y la mamá está muy cansada", le digo. "Mamá, ¿a veces te cansas de ser mamá?", me pregunta cerrando su libro sobre las iguanas. "Muy pocas veces", le respondo y me siento a su lado. "¿Pero nunca has pensado, en el peor de tus días, 'qué ganas de no tener hijos' ". "Nunca, mi amor, te prometo que nunca". "Ni siquiera cuando peleamos o desobedecemos". "Nunca", le vuelvo a decir y pienso en esas tardes de lluvia encerrada en el departamento con mis tres niños enfermos, en las noches sin dormir, en las varias pataletas públicas que tuve que sortear, en las peleas constantes que debo escuchar día a día, y le doy un beso y se lo vuelvo a decir: "Nunca, ni en el peor de mis días me he arrepentido de tenerlos junto a mí". Y me pasa el libro para que lo guarde, me da un beso y apaga la luz.
Buenas noches.
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