10 octubre 2008

Au revoir, CLC

Ayer tuve que ir de nuevo a la clínica Las Condes por mi repetido problema en la glándula salival. Como ya me han operado dos veces (las dos con anestesia general) y todavía el tema no se soluciona mi humor no era de los mejores. Porque sinceramente el asunto me tiene bastante cansada y no entiendo cómo algo que supuestamente era tan fácil de mejorar todavía sigue causándome molestias. 

Entonces llegué molesta a mi hora con el cirujano que tanto me habían recomendado (el llamado "monstruo" de los otorrinos) y que ya me ha operado dos veces sin obtener ningún resultado positivo. Mi sangre no estaba fría (es más creo que mi lado Mazzetti bullía en mi interior) y como había llegado con anticipación pasé a pagar la cuenta de la operación pasada que seguía impaga porque la isapre se había demorado en emitir bonos y reembolsos. Y fue en la oficina de "cuentas médicas" donde pasé mi primer mal rato matinal cuando me pasan la cuenta y veo que la operación menor que me habían hecho ("una cosita ambulatoria, simple", como me había dicho el doctor) me estaba costando más de dos millones de pesos. Sólo en cama y derecho a pabellón era un millón de pesos y eso que me tuvieron en un box de recuperación por dos horas antes que me dieran el alta y que jamás pisé una pieza de verdad. Pero como la isapre pagaba el 90% no me importó pagar la diferencia, aunque claramente el precio estaba ridículamente inflado. Pero mi gran sorpresa fue ver los honorarios médicos, que por supuesto la isapre no estaba dispuesta a cubrir en su totalidad: cirujano 400 mil, anestesista 600 mil. ¡¡¡600 mil!!!, grité yo. Creerán que uno es tonta y no sabe lo que cuestan las cosas. 

Me negué a pagar aduciendo que una operación de menos de una hora, ambulatoria, no podría tener ese valor de anestesia. Si yo en el verano había pagado 40 mil pesos por una gran operación que le hicieron a mi hija (con extracción de cristalinos, implante de lentes intraoculares en ambos ojos y anestesia general) en la Clínica Luis Pasteur, no entendía por qué tenía que pagar 600 mil pesos sólo en anestesia ahora, 600 mil pesos que la isapre se negaba a pagar. Y molesta me dirigí a la consulta del "monstruo" porque ya se acercaba la hora de la consulta a la que él me había citado, dispuesta a preguntarle por sus honorarios y a exigirle una explicación por mi tema glandular aún no resuelto. 

Pero cuál no será mi sorpresa cuando llego al quinto piso y me informa la secretaria que el doctor se había "olvidado" de mi hora y se había ido al aeropuerto. Por teléfono, el "monstruo" de la cirugía mandaba decir que me podía ver cualquiera y que pidiera hora con él para tres semanas más. Y ahí sí que no aguanté y le dije a la secretaria que no tenía problema en verme con el sustituto, pero que se olvidara si pensaba que iba a volver en tres semanas más. Quien me deja plantada, fregó, ¿o acaso creerá "el monstruo" que es el único doctor de la tierra? 

El sustituto resultó de lo más serio y encantador y me explicó que cuando una glándula tiene problemas la única solución era extirparla. O sea, me habían hecho pasar por dos operaciones innecesarias (a una persona con problemas cardiacos y que toma anticoagulante) para llegar a la conclusión que había que sacar lo que en un principio me deberían haber sacado. Le pregunté si él me podía operar y me respondió que no podía, porque le ponía un problema con "el monstruo". Sincero. Y cobarde, como todos estos doctores de la clínica Las Condes que viven cubriéndose sus espaldas y las de sus colegas.

Pero lo más increíble pasó mientras salía de la consulta del otorrino suplente. Mientras esperaba que llegara el ascensor me llaman de "cuentas médicas" que "alguien" se había equivocado en tipear un código y que el costo de la anestesia no era 600 mil pesos, sino 160 mil, de los que la isapre me pagaba su buena cantidad. ¿Cómo puede un clínica seria caer en ese tipo de errores? ¿seré mal pensada si creo que más que un error era una estafa? Y con esa duda en la cabeza me dirigí a pagar los honorarios médicos mientras a mi lado pasaban mujeres vestidas de buzo y Louis Vuitton, señoras con la guata al aire, anteojos dorados y sobredosis de bótox, niñitos morenos con mamás rubias oxigenadas, mujeres con carteras grandes y zapatos de taco alto de muy dudoso gusto y niñeras peruanas de mirada ausente. Y me pregunté, ¿qué haces Becky Sharp en este infierno seudo hospitalario? Huir, me respondí. Adoro a mi cardiólogo y a mi ginecólogo, y mis tres niños han nacido en este lugar, pero -con el dolor de mi alma- creo que llegó la hora de abandonar esta clínica del horror y el dorado, del taco alto y la blusa atigrada. 

Creo que llegó la hora de buscar un nuevo otorrino, no "un mostruo" de la cirugía y de los precios, sino en alguien que se preocupe por mi salud y que no me deje plantada, ni me pregunte por mis vacaciones, ni me haga pasar por dos operaciones innecesarias. Creo que llegó la hora de abandonarte, Clínica Las Condes, porque ya me molestaba hace tiempo tener que pagar estacionamiento si uno no iba a pasear (por lo menos yo) y me molestaba tener que pagar consultas de cincuenta o sesenta mil pesos y exámenes más caros que en otras clínicas del sector. Pero el "error" en la cuenta médica fue mucho, y la poca preocupación del otorrino también. Y la gente tan extraña que circula por los pasillos, con mucha plata pero con poquísima educación ("shusha, mami, se me enredó la shala con la calza", le escuché decir a una seudo prostituta en el ascensor), me obliga a tomar mi linda cartera francesa y dirigir mis preciosas piernas a otro lugar. Au revoir, CLC, me saturaste querida, espero no verte en un buen tiempo más. 

1 comentario:

STEPHEN DEDALUS dijo...

Queridísima Becky.
Mis simpatías. No es la primera vez que me entero del deplorable servicio que entrega la CLC. Lamento que usted haya tenido que aprenderlo de la forma más desagradable.
Ánimo y besos.

PD: Ánimo también con La Piedra Lunar, una lectura estupenda pero ardua, casi imposible en estos tiempos.