27 junio 2012

octavo día de invierno

Las Beckitas han estado ensayando una obra musical en el colegio. La obra se llama Prinzessin Lilliffe, y ellas actúan bailando y tocando instrumentos, aunque lejos de cualquier rol estelar.
Y están felices. En especial, felices de no haber sido Lilliffe. "Mamá, ¿cómo se te ocurre que yo iba a ser princesa?", me dice una. "Qué atroz ser Lilliffe, me muero del horror", me dice la menor. Mis hijas no sueñan con ser princesas. La verdad, ahora que lo pienso, nunca soñaron con ser algo así. Me acuerdo que cuando eran chicas les gustaba disfrazarse de animales, de futbolistas, incluso de power rangers. Y el disfraz de princesa -ese que yo les había comprado- permanecía colgado -impecable, ordenadito- en el clóset y sólo lo usaron medio obligadas en una y otra ocasión. Y no es que no les guste el protagonismo. Todo lo contrario. Sueñan con ser famosas: una famosa cantante, una; una famosa modelo, la menor. Y viajar por el mundo y ser azafatas o doctoras o profesoras de baile o periodistas. Y quizás casarse, pero siempre, siempre, vivir cerca de su mamá. 

1 comentario:

Minieditor dijo...

Me encantas las niñas que no quieren ser princesas, que rompen esquemas y que piensan distinto.

Las Beckitas son un ejemplo de eso: tienen opinión, son lectoras, van a marchas, imitan a sus cantantes favoritos y saber cuál es el color favorito de Justin.

Son la muestra perfecta de que -a pesar de la férrea educación católica germana- ellas mantienen su espíritu intacto. Like!