07 julio 2012

décimo octavo día de invierno


No es fácil para una dulcera vivir al lado de una de las pastelerías más ricas de Santiago. Basta que el día se ponga un poco frío y mis pies se van solitos en busca de un alfajor o un pastel de manjar/lúcuma bañado en merengue fresco. Los que vamos en la mañana son los desesperados por algo dulce y los viejitos que compran temprano para esperar a sus hijos o nietos a la hora del té. Los de la tarde son las madres, los papás dulceros, los niños que necesitan sus bolitas de nuez, los que recibieron invitados de último minuto y los que caen en el antojo después del almuerzo sabatino. Yo hoy día fui dos veces: en la mañana por bolitas y en la tarde por pastel. Y aquí me tienen, endulzada hasta la última gota de sangre,  arrepentida de todo lo comido, anestesiada sin saber si estudiar, leer, escribir o simplemente echarme a dormir. Pero en el fondo, feliz -y agradecida- de todo el manjar recibido.

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