24 julio 2012

trigésimo cuarto y trigésimo quinto día de invierno



bolsa de comercio de santiago
Me suelen pasar cosas ridículas todos los días. Ayer, por ejemplo, tuve que ir a la bolsa de comercio a sacar unas fotos de la fachada y por terminar de comerme unas calugas -que había comprado en la Varsovienne que está frente al teatro Municipal-, decidí hacer tiempo dándome una vuelta por la cuadra. Cuando volví a sacar la foto habían instalado en el frontis del edificio un andamio y una decena de tarros de pintura y por supuesto me quedé sin sacar la foto que me habían encargado (pero muerta de la risa y con los dientes pegoteados). 


Para no perder el viaje entré con la Beckita mayor a recorrer el edificio y hasta ingresamos a la rueda donde se transan las acciones. A la vuelta pasamos por la Picá de Clinton y nos reímos de la tontera de las calugas y del boliche que lleva el nombre de un ex presidente de USA que hace años pasó a tomarse una cerveza en ese lugar.

Hoy, en cambio, no fui a pasearme al centro de Santiago sino que me quedé por Providencia. Tenía que hacer unos trámites y entre medio me junté a almorzar con mi amigo R.O. El lugar elegido no fue la Picá de Clinton sino nuestro clásico Huerto de Orrego Luco. Pedimos lo mismo: sopa y ensalada, "iguales", nos dijo la garzona e igualmente compartimos el pan, la salsita y un par de limonadas. Entre todo lo que conversamos volvimos a los temas recurrentes: el mini taller y su novela, y llegamos a la conclusión que hay que poner fecha para su publicación. El viernes tenemos que conversarlo con nuestro editor estrella, pero creo que esa novela no puede seguir guardada en un cajón. Al momento de pagar ocurrió otro momento ridículo, por suerte esta vez no a mí. Desde la mesa del lado escuchamos un grito. Al parecer la garzona, con una servilleta, había llevado una abeja a la mesa, una abeja que picó a nuestra vecina en el dedo y que ahora nos miraba a todos con cara de explicación. Y qué le podíamos decir, si estábamos en el Huerto, entre limonadas, quinoas, alfalfas y tomatitos. Un lugar paradisíaco para una abeja. Y también para dos amigos que hablaban de una novela en un cajón.


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