05 julio 2012

décimo sexto día de invierno

El colegio donde estudié está siendo investigado por supuestos casos de abusos sexuales a los niños del preescolar. El tema está recién empezando, pero ya hay dos procesados y se supone que habría más gente involucrada en estos abusos. Yo salí hace 20 años del colegio y no conocí a los sospechosos de los abusos, pero el tema igual me llega, porque mal que mal es el colegio donde pasé una buena parte de mi vida. 

Pero además me llega porque soy mamá y soy apoderada (de otro colegio) y me preocupa que ocurran estos casos de abusos en los lugares donde uno cree que sus hijos están bien cuidados. Me preocupa el no saber en quién confiar, en quién creer, hasta dónde soltar para no caer en una excesiva desconfianza y paranoia, que también puede generar daño en los niños. El tema no es fácil.

Y mientras pienso en esto y lo comento con mis más cercanas amigas del colegio, comienzan a llegar los mails de antiguas compañeras de curso. Una que propone mandar una caja de chocolates al colegio, a la directora que lleva mil años en el colegio y que de seguro está pasándolo pésimo con esta investigación, otra que propone mandar los chocolates, pero a las familias de las víctimas de estos abusos, y entre medio, van apareciendo ideas, reflexiones personales, odios guardados por el colegio, los años de terapia post escolar y también las distintas maneras que tiene cada una de enfrentar el tema del abuso.

Yo me he limitado a leer los mail y no he contestado nada. Por un lado, no me gustan esas cadenas de mails con copias a tanta gente. Por otro lado, siempre he sentido que los mails se pueden mal interpretar. Con muchos de esos mails me he sentido identificada: me duele lo que está pasando en el que fuera mi colegio, me imagino el dolor que sienten los que por años han trabajado ahí y se la han jugado para que este colegio no desapareciera, pero también me preocupa y me da una pena enorme esas familias que confiaron en parvularias, coordinadoras, inspectoras, en todo un colegio, y que ahora saben que sus hijos fueron abusados en ese lugar. 

Me duele pensar en esos niños, chicos, indefensos, y en un daño que podría haberse evitado. Pero no es mucho más lo que pueda decir. Que hay que prevenir, que hay que enseñarles a los niños a cuidarse, que deben saber desde chicos a distinguir lo que es un cariño de un abuso. Pero qué más podemos hacer. Una de las compañeras, la que no vive en Santiago ni tiene a sus niños en un sistema educacional convencional, habla de dedicarse a los niños todo el día, no delegarlos con nadie, no confiar en nadie, no llevarlos a ningún lugar. Pero eso acaso, ¿es una educación real? Con esa ideología, ¿estamos protegiendo a los niños o los estamos aislando de la sociedad y de paso llenándolos de miedo? 

Otra aparece hablando de un secreto que guarda desde que egresó y que no ha contado nunca. Y todas esperamos que ahora nos cuente qué fue lo que pasó. Pero dice que no es nada, que no nos pasemos rollos, pero ya tiró el comentario y con él la ola del rumor. Otra habla de lo mal que le hizo el colegio y otra habla pestes de la directora y de la educación que recibió. Y los mails derivan en una especie de catarsis colectiva, en una especie de terapia post trauma escolar que me ya me tocado escuchar de amigos que vienen de otros colegios. Porque claro, el colegio nos marca -para bien y para mal- y nos deja para la vida recuerdos lindos y también feos, y para más de alguien recuerdos del horror. Y qué pena que para muchas esos traumas no hayan cicatrizado. O qué pena que por años guardes tanto rencor y que incluso temas que tus niños vayan al colegio. La que hablaba de cuidarlos todo el día incluso llegó a decir que había que cuidar a los niños de los abusos, de las drogas, de la homosexualidad y de la violencia. A mí más me preocuparía exponer a mis niños a ese tipo de ignorancia y discriminación.




No hay comentarios: