
Y como Gretel, aunque sin Hansel, me armé de valor y toqué la puerta de la bruja. La mujer me miraba por la ventana y se demoró varios minutos en atenderme el citófono. Cuando contestó me empezó a hablar de la seguridad, de las leyes municipales, de los antiguos vecinos, hasta de mi perro perdido, y yo sólo escuchaba sus alegatos, hasta que me tocó hablar. Ahí fue cuando dejé fluir toda la "buena onda" que encontré en mi alma, y como poseída por un espíritu medio hippie, medio reggae, le dije que éramos vecinas, que este planeta estaba mal por culpa de la violencia y del odio, y que yo, en la más New Age, la respetaba como vecina y esperaba lo mismo de ella. Le pregunté por su mala onda, por su fijación con mi casa, por su problema con los repartidores.
En un principio ella se defendió, me habló de lo mala persona que era la antigua propietaria, del problema con los estacionamientos y yo la escuché con paciencia. Y le dije que la entendía, pero que esperaba que nuestra relación fuera más civilizada y que no mojara a las personas que se estacionaban fuera de mi casa. Y accedió, y hasta me dijo que otro día me hacía pasar a su casa para invitarme un café. Quizás, como Gretel, esté cometiendo una imprudencia, pero le voy a dar una oportunidad a esta brujita, aunque ya de paso me advirtió que no iba a sacar la pintura naranja de "mi" poste y que la estética -que fue mi argumento- se la "pasaba por la raja".
1 comentario:
Me ofrezco para juntar ramitas y elementos combustibles para quemar a la vieja, como en los viejos buenos tiempos de torquemada y la inquisición. Si fuera necesario. En una de esas resulta ser una vieja con un corazón de oro. Pero ya siento el olor de la pira de fuego y la carne chamuscada.
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