21 mayo 2008

La Bohème

Me gustaría morir de consunción.
Porque
todas las damas dirían:
"Mirad al pobre
Byron, qué
interesante parece al morir".
Lord Byron

Debo confesar que desde hace años me ha atraído el tema de la tuberculosis como enfermedad. En el 2002 incluso publiqué un
largo artículo sobre el ella, en el que hablaba de la relación que existió durante el siglo XIX entre la tuberculosis y la sensibilidad. Ahí hablé de Keats, Shelley, Chopin, Modigliani, Chekhov, Lawrence y de tantos otros artistas que sucumbieron de consunción y que con su aspecto enfermizo causaron fascinación entre la bohemia de la época. Ese mismo año me leí la Montaña Mágica y otros libros que hablaban del tema, como La Enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag donde la autora asociaba la tuberculosis con la sensibilidad, la delicadeza, la tristeza y la impotencia, y al tuberculoso con "alguien consumido por el ardor". Pero el libro más célebre sobre este tema es, sin lugar a dudas, La Dama de las Camelias, que escribió Dumas hijo inspirado en la muerte de su cortesana, y que años más tarde fue inmortalizado por Verdi en La Traviata y Puccini en la Bohème.

Anoche, invitada por un generoso amigo, tuve el placer de ver por segunda vez la ópera la Bohème en el Teatro Municipal. El elenco internacional, de lujo, y la puesta en escena, preciosa. Mi amigo, que me sabe romántica y tuberculosa de alma, compró dos encantadoras entradas en palco, y desde lo alto pude observar el espectáculo operático y también el espectáculo de los asistentes, siempre tomada de la mano de mi adorable acompañante.

Y junto a él vibré con la muerte de Mimí y con la desgarradora súplica de Musetta; me reí en el entretiempo junto a una taza de café, y gocé con la escena en el café Momus y en la fría callejuela de París. Mimí, la joven cortesana que muere tras redimir sus culpas y conocer el amor, representa el ideal romántico de una época que ya pasó, pero que a mí me parece fascinante. Y para seguir con nuestra velada romántica y parisina, después de la ópera nos fuimos a tomar una sopa de cebollas y una copa de vino al Normandie, para terminar caminando bajo la lluvia hasta llegar medio mojados a mi afrancesado nuevo hogar. Au revoir, mon ami, ansiosa espero otra adorable invitación suya.




1 comentario:

STEPHEN DEDALUS dijo...

Becky.

De niño, para mi la tuberculosis siempre fue algo aterrador, pq mi mamá la tubo y siempre nos contaba de lo mucho que sufrió en el sanatorio en su juventud. Además, la palabra misma siempre me parecía fea, quiero decir, tubérculo no es precisamente una palabra elegante. Sólo mucho tiempo después, cuando mis lecturas tal como las tuyas me mostraron que la TBC era una enfermedad romántica y hasta de buen gusto podría decirse, cambió un poco ante mis ojos. Sin embargo aún me cuesta un poco verla como una enfermedad romántica, quizás por la experiencia de mi madre que aún tiene que sufrir sus efectos y por todo el tema ese de la sangre, y las terroríficas cavernas pulmonares.. Curiosamente, un compañero de pega, bastante joven la verdad, también sufrió esta enfermedad, y cuando lo supe, ipso facto, se transformó ante mis ojos en un personaje de novela, un hans castorp destinado desfallecer en un frío balcón en los alpes suizos.