15 mayo 2008

Uff, qué vecina

El día que llegué a esta casa, la antigua dueña me advirtió de un sólo problema: la vecina. No me contó que el calentador de agua estaba fallando ni me hizo ver de las filtraciones de las cañerías ni menos me explicó por qué se había llevado las duchas y el horno de la cocina, pero sí me llenó de detalles sabrosos sobre la mujer que vive en la casa del lado, y que según ella era una loca. Que regaba a las 6 de la mañana apenas vestida, que llamaba a los carabineros si te estacionabas a un centímetro de su portón, que era una provocadora con los hombres, que su hija era drogadicta, además de un sinfín de reclamos, que me entraron por una oreja y me salieron por la otra.

Y como no soy prejuiciosa (menos con las personas locas), decidí que me iba a ser amiga de mi vecina y que con mi buena onda iba a lograr muchas más cosas que haciéndole la guerra (de hecho pensaba que iba a poder convencerla para que pintara su casa de color blanco y borrara todo vestigio naranjo de mi vista). Mal que mal tenía mi experiencia como vecina-amiga después de vivir 12 años en un edificio en el que nadie se hablaba con nadie, pero donde a mí me tenían de amiga y confidente, me invitaban a tomar té, a conversar, incluso hasta a un asado en Melipilla fui con mis niños, y donde era tal mi nivel de amistad con los vecinos (cuyas edades fluctuaban entre los 50 y los 70 años) que hasta el día de hoy sigo en contacto con ellos.

Entonces con mi mejor voluntad acepté que el día de la mudanza mi nueva vecina, la señora P., mojara a los del camión porque se habían estacionado cerca de su portón. Y acepté que acosara a mis visitas si se les ocurría estacionar en mi vereda, que les sacara fotos a los autos de mis familiares cuando, según ella, estaban mal estacionados, que pusiera música árabe a todo volumen cuando un soldador vino a instalarme el portón nuevo. La ignoré y la ignoré, y cada vez que me tocaba el timbre para alegarme cualquier estupidez, la recibí con una sonrisa.

Pero realmente fue inútil y debo admitir que la mujer no sólo es loca sino además una hostigadora. Ahora me quiere cortar las ramas de mis árboles porque a ella le dan alergia, quiere que estemos en constante silencio o si no ella revienta el barrio con música árabe, quiere que le tengamos terror, que le digamos a nuestros amigos que no pueden estacionar cerca de ella, y que más encima le barramos sus hojas (porque las tira todas para mi lado de la vereda).

Y yo tenía mis mejores intenciones y hacía vista gorda con sus gritos a medianoche, con sus ruidos sospechosos, con su música, con su hija con cara de ladrona (y que puede hasta haberme robado a mi perrito). Pero ya no, señora Pelu C., ya no más. Quizás los antiguos propietarios de esta casa se dieron por vencidos en esta batalla, pero a mí no me la va a ganar, y por lo pronto me estoy asesorando para que me devuelva el pomo gris de mi fachada y que ella con excelente buen gusto dejó mitad gris y mitad naranjo, porque seguramente pensó que le correspondía. No señora, no le corresponde: el pomo es mío, mi fachada es mía, mis árboles son míos, y mi tranquilidad también. Si no quiso aceptar mi amistad y buena onda, ahora aténgase a las consecuencias y no espere una sonrisa de mi parte, ni menos una palabra dulce de mis hijos, a quienes ya les advertí que con usted no deben hablar. Por favor, salga de su casa, vaya al Parque Arauco, lea, cocine, haga danza árabe, pero por favor deje de mirarme desde la ventana y acechar a la cuadra como un sicópata de thriller barato. Por favor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

!Muy bien señora Sharp¡ No le de cuartel a esa mujer, que por lo que usted nos relata tiene muy malos modales. La locura, necesaria en estos tiempos, acento fundamental para afirmar nuestra supuesta cordura, será siempre bienvenida, mas no puede uno obviar la educación y las buenas costumbres. En otros tiempos le recomendaría que el hombre de su casa, de existir, expresara su enojo guante en mano y exigiera satisfacción con pistolas o espadas al amanecer. Lamentablemente este mundo aburrido y gris demanda acciones aburridas y grises también, por lo que finalmente le recomiendo llamar a los municipales y paciencia, porque como reza Sancho en el refrán "Aventuras y desventuras, nunca comienzan con poco"

El Zorro

Anónimo dijo...

Sr Sharp:
Déjeme con la vieja 5 minutos. En los 3 primeros minutos la dejo mansita y durante los restantes 2 me fumo un cigarro. Mis honorarios son moderados y puedo hacerle un precio si la vieja no es excesivamente repugnante. Me especializo en locas.