22 abril 2008

Después del supermercado, por Margarita de Alcántara y León


Cuando la vi el otro día en el supermercado me la imaginé una mujer feliz. Con su carro lleno de frutas y verduras, los yogures y los flanes colgando de un lado de la rejilla, una niñita rubia sentada en el asiento y ella con una sonrisa, comprando seguramente las provisiones para su familión. Ella no me vio pasar a su lado en el sector de las carnes congeladas ni tampoco a la salida del supermercado. Mejor. Quizás al verme su sonrisa hubiera desaparecido y me habría sentido culpable de haberle causado un mal sabor.


-¿No le hablaste nada?
-Nada. Sólo la miré. Y se veía linda, un poco desarreglada, pero se veía bien.
-¿Y la hija?
-Rubia, como él.


Ahora que te lo cuento, me arrepiento de no haberle hablado. Quizás ella quería saber algo de mí. Yo todavía quiero saber cosas de ella. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Sigue trabajando? ¿Está bien? Porque se veía feliz, pero eso nunca se sabe. ¿Y qué hacía en el supermercado a las 10 de la mañana? Debe haber renunciado al colegio. Seguramente tiene varios hijos o un marido ricachón. Ahora que lo pienso, Guillermo, no sé si su sonrisa era fingida o real. Quizás me vio y actuó como madre sonriente para hacerme sentir desgraciado. Porque es raro que no me viera si hasta en un bosque oscuro era capaz de reconocer mi olor.


-Es entendible que no quiera verte, si harto mal que lo pasó contigo.
-Ella también me hizo sufrir.
-...
-En serio. Yo reconozco que fui un desgraciado, pero ella no lo hizo nada de mal. ¿No te acuerdas de las cartas que me mandaba al trabajo? Puras provocaciones. Y yo, el idiota, terminé con la Cristina por esas cartas, y cuando la llamé en la noche me sale con que no estaba segura de si me quería ver.
-Le debe haber dado miedo...
-Es una coqueta, una perversa coqueta. Después de un tiempo me volvió a escribir y nos juntamos a tomar un café en mi casa.
-La vez que se quedó a dormir en tu casa.
-La vez que se quedó en mi casa y me contó de su marido alemán, de su infeliz matrimonio, de su trabajo en un colegio Montessori. Y yo le creí todo. Después la volví a llamar y me sale con que está confundida.
-Quizás fue su manera de vengarse de ti, de todas las veces que la engañaste...
-Eso fue mucho antes.
-Pero no lo debe haber olvidado.


Igual me pasó algo raro cuando la vi en el supermercado. No sé, como que de repente me dieron ganas de haber sido parte de su vida, parte de ese carro lleno de lechugas y flanes de chocolate, de leches en caja y jabones Lux. Un carro lleno de vida, mientras el mío sólo llevaba un salame, unas galletas y pan. Ya casi tengo cuarenta, Guillermo, no es poco. Quizás si hubiéramos seguido juntos, ahora seríamos felices.


-Se hubieran matado.
-Quizás no.
-Pero, Miguel, ¿no me decías que era una loca? Que te colgaba el teléfono y después se dejaba caer en tu casa. Que te acosaba, te escribía cartas, te mandaba regalos provocadores, y después la veías de lo más feliz con su marido sueco.
-Alemán.
-Como sea. Olvídate de ella, si nunca te importó.
-¿Será vanidad?
-¿Qué, que te gustara que te acosara?
-Claro, y ahora que ya no me busca, la extraño.
-Puede ser. Mejor piensa que es feliz, que te olvidó.
-Voy a pensar en eso, pero te lo digo, Guillermo, no se veía feliz en el supermercado. La conozco, sólo aparentaba para hacerme sufrir.

1 comentario:

STEPHEN DEDALUS dijo...

Excelente historia. Tan ágil y precisa. Siempre me ha gustado el tema del “que hubiera pasado”, de la conjetura, de mirar al pasado con remordimiento, rabia, culpa o simple curiosidad. Y este cuento lo ilustra de forma perfecta. Además tiene un final genial, con él negando porfiada, narcisistamente la felicidad de ella.